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20 de abril de 2024

Detalle de portada. «Dopamina» de Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long

Detalle de portada. «Dopamina» de Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long

Ensayo / Ciencia

Dopamina: ¿La molécula que determina lo que somos?

Un relato entretenido al que paradójicamente le falta ciencia, y le sobra simplificación e ideología

Detalle de portada. «Dopamina» de Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long

PENÍNSULA / 380 PÁGS.

Dopamina

Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long

El cerebro humano es la materia más interesante y compleja del mundo. Escribir sobre él garantiza el interés de los lectores, pero a la vez resulta particularmente difícil. Hay que simplificar su complicado funcionamiento para que lo entienda todo el mundo. Y, en ocasiones, se simplifica demasiado. 
Los autores del libro Dopamina han decidido centrarse en una sola molécula de entre las miles que circulan por nuestro cerebro. Han eliminado toda profundización neurocientífica quedándose en un nivel más bien psicológico. Esto nos deja con mucho apetito y alguna sospecha, pues a mayor superficialidad más se puede manipular la ciencia. Dentro de este afán simplificador, le han asignado a la protagonista de la historia un papel casi exclusivo en el condicionamiento, cuando no determinación, de aspectos clave de la vida como las relaciones de pareja, la ideología política, las adicciones o la creatividad… 
La hipérbole culmina en una serie de frases «memorables» bajo el epígrafe «Yo, la dopamina» donde se señala que las respuestas a la pregunta sobre la esencia humana que darían los filósofos, científicos o artistas, deberían cambiarse por una sola: somos la dopamina. Para apoyar una tesis tan extrema se recurre a algunas exageraciones. Como muestra, la referencia sobre Newton, que estuvo hospitalizado un año por un problema psiquiátrico. Al parecer fue por envenenamiento con mercurio, ya que se dedicaba a la alquimia entre otras cosas. Pero este envenenamiento no es mencionado por los autores que lo dejan todo en un problema debido a la personalidad dopaminérgica del gran científico.
Estamos pues ante una obra exagerada, diseñada para sorprender y hasta desasosegar al lector sacrificando no poco el rigor. Se debe reconocer, no obstante, que el libro es en muchas de sus partes entretenido y desde luego asequible a todo el mundo. Me ha gustado la gran cantidad de estudios de tipo epidemiológico y observacional que se relatan para demostrar cómo la química cerebral puede condicionar nuestro voto, nuestras aficiones, nuestra personalidad creativa o cuánto nos gusta viajar. Brillan por su ausencia las investigaciones bioquímicas. Más allá de los resultados de los trabajos aludidos, la interpretación de los autores lo centra todo en los circuitos de la dopamina. La simplificación llega hasta el punto de que los demás neurotransmisores casi ni se mencionan y si aparecen, no se les llama por su nombre, sino que se les da nombres eufemísticos como «las moléculas del aquí y el ahora». Tampoco ayuda una traducción al español que es bastante mejorable con algunos detalles graciosos como los nombres dados a los personajes de Winnie the Pooh, que se traducen de forma diferente a como se ha hecho aquí en España.

Una obra exagerada, diseñada para sorprender y hasta desasosegar al lector sacrificando no poco el rigor

El libro está organizado en capítulos que hacen referencia a los aspectos de nuestra vida en los que influye la dopamina, y no siguiendo los distintos circuitos cerebrales donde actúa. Esta elección, que huye de la organización esperable para un libro de texto, tiene como resultado una obra muy repetitiva y confusa. Se repite hasta la saciedad la dicotomía entre los circuitos del deseo y de control de la dopamina, pero lo cierto es que en ningún momento se acaba de explicar bien la diferencia entre ambos.

La dopamina y la política

Me ha hecho gracia el capítulo sobre la política. En él se explican estudios que parecen demostrar que los liberales son personas más inteligentes, más creativas, más autoritarias, menos caritativas, con más tendencia a engañar a sus parejas, con una media superior de relaciones sexuales, pero, eso sí, de peor calidad… que los conservadores, los cuales parecen más satisfechos con su vida y tienen niveles de felicidad algo superiores. Todo ello referido al esquema político norteamericano de liberales contra conservadores, que no es muy trasladable a Europa. La razón de todo ello: la mayor abundancia de receptores de dopamina en las personas liberales.

Aspectos antropológicos

Con todo, el asunto más discutible en este libro es el posicionamiento en los aspectos antropológicos. Algunas de las frases de la portada, escritas por afamados críticos y seleccionadas con fines promocionales, tienen un aroma marcadamente materialista y determinista. Sin embargo, durante la mayor parte del libro los autores mantienen una posición que podemos denominar agnóstica respecto a esto. 
Mencionan el libre albedrío, sí, pero convierten a la dopamina en un sujeto activo que parece tomar decisiones autónomas y obligarnos a hacer cosas de todo tipo. Hay una permanente confusión, no sé si interesada, entre causas y efectos. La sobreexpresión de receptores dopaminérgicos, ¿es causa o efecto de nuestras opciones políticas? La postura aparentemente equilibrada entre la visión antropológica del hombre-máquina de carne frente al ser libre y espiritual se va diluyendo en favor del primero y explota al llegar al último tercio del libro. 
Al final, a los autores les entra mucha prisa por introducir muchos temas adicionales. Los capítulos empiezan a sucederse, cada vez más breves, algunos repitiendo hasta la saciedad conceptos ya tratados, otros sobre cuestiones que no se entiende bien que tengan que ver con el tema de la dopamina. 
Aparece todo el canon de la corrección política en forma de anuncios apocalípticos sobre el futuro de la humanidad, sobrepoblación, calentamiento climático, todo ello, al parecer achacable al exceso de protagonismo de la dopamina. Confusos ante el ambivalente papel del neurotrasmisor en cuestión, que nos hace progresar y ser creativos y abiertos, pero que nos empuja a querer más y más, destruyendo el planeta, se llega a un capítulo en el que, sorprendentemente, se asegura que los ordenadores ya son más inteligentes que nosotros y que próximamente se autogestionarán y pueden ser la última esperanza. ¿Será tiranizándonos?
En definitiva, un libro que nos revela muchas cosas curiosas sobre nuestro cerebro, pero que debería haber detallado más los aspectos científicos, separando con más claridad la descripción de la opinión. 
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