
Semana 12 de embarazo
La amenaza silenciosa
Por primera vez en la historia, la mitad de las mujeres alcanza los 30 años sin dar a luz
Sobre Occidente se cierne una amenaza silenciosa. No es el cambio climático, ni Rusia o China, ni la inflación o los impuestos, ni siquiera las fantasías woke. Cada año nacen menos niños. Por primera vez en la historia, la mitad de las mujeres alcanza los 30 años sin dar a luz. La natalidad está por debajo de la tasa de reemplazo, y todo apunta a que la tendencia continuará. Los estudios publicados en la revista médica The Lancet —financiados por la Fundación Bill y Melinda Gates— muestran las estimaciones de la caída en las tasas de natalidad (nacimientos por cada 1000 habitantes en un año) y fertilidad (promedio de hijos que tiene una mujer en edad fértil) hacia finales de siglo, como resultado del llamado paradigma de la salud reproductiva de la mujer. Para entonces se estima que 23 países —entre ellos España e Italia— verán reducidas sus poblaciones a la mitad. La cifra mundial de niños menores de cinco años disminuirá de 680 millones en 2017 a 400 millones en 2100. En contraste, la población de personas mayores de 80 años pasará de 140 millones en 2017 a 860 al concluir el siglo.
Dice Burke que la sociedad es un contrato entre los muertos, los vivos y los que aún no han nacido. Quizá ya sea el momento de discutir las causas que impiden a la cigüeña visitar el hogar de quienes lo desean, ahora que Occidente lleva dos siglos empeñado en arrancar con saña sus propias raíces. Para la ideología progresista, los factores económicos son los que mayor fuerza ejercen como anticonceptivo social. Sin embargo, en Finlandia, que ofrece las mejores ofertas de cuidado infantil, todo bebé a partir de los diez meses tiene derecho a una guardería a tiempo completo y prácticamente gratuita. Allí las licencias por maternidad son extremadamente prolongadas y el salario medio es casi un 30% superior al de España. Y a pesar de todo eso, la tasa de nacimientos se encuentra entre las más bajas del mundo, y la tendencia se mantendrá. El pueblo finlandés, que durante siglos ha tenido que luchar por preservar su independencia, añade ahora una amenaza nueva, la del colapso demográfico.
El declive de la natalidad es un problema global que exige una reflexión profunda y un abordaje multidisciplinario. Algunos restan importancia al problema o lo consideran un asunto del futuro, pero si el ritmo decreciente persiste, puede que no haya futuro. Los ecologistas creen que la disminución de la población es beneficiosa para el medio ambiente, que se reducirán las emisiones de carbono y la deforestación. Para un existencialista, procrear es una elección individual. Sin embargo, ¿hasta qué punto las decisiones individuales sobre la reproducción afectan o no al bienestar de la sociedad? Puede que un nihilista responda que la procreación no tiene sentido en un universo sin propósito. En cambio, un transhumanista podría ver en el descenso de la tasa de nacimientos la oportunidad hacia una nueva etapa de la evolución humana.
Buscar un horizonte de sentido en este asunto, si no se tienen en cuenta las condiciones que favorecen o impiden la formación de un hogar, es como intentar averiguar el sexo de los ángeles. Por otro lado, el sacrificio financiero necesario para ser padres se suele plantear con la misma soltura con que se calcula la compra de un coche de lujo: la decisión se toma si se posee el dinero. Pero tener hijos es una elección trascendental. Pocas mujeres se lo plantean si no cuentan con un compañero de viaje estable y comprometido. Sin embargo, la estabilidad de las relaciones familiares ya no forma parte de las preocupaciones sociales. El divorcio sin culpa ha desacreditado la institución del matrimonio, la más segura y natural para satisfacer las necesidades materiales y espirituales de los hijos. La desintegración del núcleo familiar cuesta millones de euros a los contribuyentes cada año, además de socavar el bienestar de la comunidad.
Hoy, las políticas de cuidado infantil invitan a las madres a ser más contribuyentes al PIB que a ejercer de cuidadoras. Cuando la maternidad importa tan poco a las políticas públicas, no sorprende que cada vez menos mujeres se decidan a ella. La hipótesis de que estas deben externalizar el cuidado de sus bebés cuanto antes, para satisfacer así sus aspiraciones laborales, es un experimento social en grave conflicto con el orden natural de las cosas; quizá una de esas fantasías de progreso que poco a poco estrangulan a Europa. Por otro lado, si hace unas décadas tener un trabajo para sostener a la progenie era una fuente de satisfacción y seguridad, ahora la precariedad laboral reduce las probabilidades de tener hijos. La educación superior ha saturado el mercado laboral con más universitarios de los que puede absorber y, al mismo tiempo, el sector técnico no encuentra suficientes jóvenes con la cualificación demandada. Si la universidad se sigue promocionando como único pasaporte a una vida mejor, los contribuyentes seguirán gastando millones en educación superior. En consecuencia, la universidad seguirá masificada y la precariedad continuará, lo que será un palo en la rueda a la hora de revertir el declive demográfico.
Pero además de tener casa, trabajo y apoyo social, se necesita esperanza. Algunas ideologías destruyen sistemáticamente el alma de los niños. Los adoctrinan con ideas narcisistas y destructivas y comprometen su realidad antropológica. Discutir esas tesis es vano. Son inmunes a la persuasión racional porque descansan en retóricas irracionales que se alimentan del resentimiento hacia la realidad. Si la escuela y la universidad siguen enseñando que la historia es un horror, que nuestros héroes fueron unos villanos, que la humanidad es un «cáncer para el planeta», que el aborto, la eutanasia y la infertilidad son éxitos del progreso, que poner límites es tiranía y cultivar la disciplina una forma de opresión porque se puede ser lo que se desee… entonces los problemas de salud mental, la desesperanza metafísica, el suicidio y los niveles epidémicos de ansiedad seguirán golpeando a las generaciones emergentes. Con esperanza se puede asumir la responsabilidad de transmitir prosperidad y lo mejor de nuestras tradiciones a las generaciones futuras. También se puede rescatar el sentido de la paternidad, celebrar la maternidad y ofrecer a las mujeres opciones para cuidar de sus bebés y apoyo para regresar a sus trabajos cuando lo deseen.
La esperanza volverá si somos valientes en defender políticas, economías y naciones que celebren la familia extendida. No puede haber línea divisoria entre la política social y la económica. Una economía fuerte necesita políticas sociales que defiendan a las familias. Si la comunidad hace tabla rasa de la crisis demográfica, lo lógico es que acabe como la deconstrucción derridiana, sin padres ni principios, y en una economía quebrada, dependiente del Estado y con altos impuestos. En una sociedad envejecida y enferma, producto del cacareado paradigma de la salud reproductiva de la mujer, que en realidad se reduce a esterilizarlas, ¿quién pagará los impuestos? ¿Quién se encargará de la atención médica de los ancianos? ¿Quién cuidará de ellos? ¿Podrán los trabajadores jubilarse? Los expertos en demografía proponen como alternativa obligar a la gente a trabajar más tiempo o aumentar la inmigración desde el África subsahariana, o ambas cosas. Esta es la tragedia que toca afrontar.