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Mario Cabré con Ava Gardner

Mario Cabré con Ava Gardner

La poesía es incesante

Tres factores contribuyen al prejuicio de la bibliofilia

Miguel d’Ors (Santiago de Compostela, 1946) es uno de los más destacados poetas del régimen del 78 —si se me perdona la horrísona etiqueta—. Su primer libro es de 1972, el segundo de 1975, y, a partir de ahí, su influencia en este largo periodo histórico no ha dejado de crecer. Cierto que extrapoéticamente el régimen no le gusta mucho, pero, como dice Antoine de Compagnon en Los antimodernos, lo que queda de una época es lo que se le opuso porque no se fue con el uso de las modas y los tics. D’Ors, poeta católico y tradicional, en la estela de su estirpe, nieto de Eugenio d’Ors e hijo primogénito de don Álvaro, ha escrito una poesía indispensable para entender este tiempo (a la contra) y que, por su excelencia estética y su audacia técnica, ha ejercido una gran influencia sobre los poetas de su generación y más jóvenes (de todas las posiciones ideológicas).

Ahora publica lo que no parece más que una pequeña golosina de 55 páginas para bibliófilos: Los sonetos (Los papeles del Sitio, 2024). Tres factores contribuyen al prejuicio de la bibliofilia. Primero, el único criterio de selección de este libro es el formal y exhaustivo de reunir todos sus sonetos. Dos, el mismo poeta avisa: «No soy lo que yo llamo un sonetista», esto es, que la selección, en principio, no versa sobre lo medular de sus versos. Y, por último, la extensa (e intensa) poesía completa de Miguel d’Ors está muy accesible y bien publicada en Renacimiento (670 páginas).

Sin embargo, este libro viene a darle la razón al Jorge Luis Borges que afirmaba que la única pervivencia de la métrica clásica en nuestro tiempo es el soneto. La forma inventada por Giacomo da Lentini en el luminoso siglo XII ha sabido adaptarse muy bien a la exigencia de naturalidad que tiene la mejor poesía actual, y la de d’Ors en particular.

El secreto de la pervivencia del soneto se debe al juego de la falsa simetría que divide la estrofa en dos partes: dos cuartetos y dos tercetos. La sensación arquitectónica es muy sólida, pero musicalmente, al no ser idénticas las partes, el lector se precipita hacia el final. Conjuga una sólida estructura —que contiene la inspiración del poeta— y, a la vez, saca lo más musical de cada poesía. Esta selección de poemas de Miguel d’Ors se beneficia de esa circunstancia. Sus sonetos están al servicio de la poesía y no la poesía al servicio del poema, devenida en retórica. Tanto que me ha sorprendido encontrarme aquí un poema que recordaba bien y del que su condición de soneto me había pasado desapercibida. Tan poco sonetinescos ni sonetiles fluyen.

Además, no incurren en ninguna monotonía, porque Miguel d’Ors exprime al máximo todas las posibilidades de diversidad que ofrece la estrofa. En sólo 26 sonetos despliega una gran variedad rítmica, métrica (endecasílabos, alejandrinos, heptasílabos, octosílabos…), de estructuras, de rimas, de tonos (graves, humorísticos, familiares, paisajísticos), de influencias y de temas, incluyendo los preceptivos sonetos al soneto.

Insiste mucho el poeta en su condición de artesano; y Rodrigo Olay lo remarca en el excelente epílogo–. Miguel d’Ors se ve a sí mismo haciendo carpintería o trabajos manuales o juegos con una nieta; pero la poesía se abre paso y de una forma pujante, con mayor tensión gracias al trampolín del soneto.

En consecuencia, esta antología, inesperadamente, se convierte en una breve y afinada introducción a la poesía completa de Miguel d’Ors. No sólo interesará, pues, a los amantes de las ediciones delicadas y a los d’orsianos fervientes, que no queremos perdernos ningún título del maestro, sino también a los que aún no conozcan la obra de un poeta actual indispensable.

En cambio, contra tantas facilidades y parabienes, el barbero se enfrenta a un peliagudo problema. Estos poemas, concebidos para la estructura cerrada y redonda del soneto, presentan una lógica resistencia a ser fragmentados. No se dejan extraer tan fácilmente las citas características de esta sección. No nos rendiremos. Por una parte, en la medida en que lo consigamos, será una prueba de que la poesía no se pliega a las exigencias de la retórica y que hay versos esplendentes, como en cualquier poema de estructura más suelta. Y por otra, me da una excusa inmejorable para incluir —burla, burlando— dos sonetos intactos.

***
Desde ese tiempo diferente al mío/ en que de una mirada ven Tus ojos/ la semilla la rosa y los despojos/ nacercorrerdesembocar al río […]
*
La poesía del mundo es incesante.
*
[A un carballo le desea] …que te visiten lluvias oportunas,/ que el favor de los soles y las lunas/ prolongue muchas décadas tu edad,// que cada renovada primavera/ traiga a la intimidad de tu madera/ algo así como la felicidad.
*
[«De amicitia»] …eres amigo suyo precisamente porque/ el bien y la razón están con ellos. Siempre./ Y aunque no fuera así, ya dijo Cicerón…
*
…de las hierbas pegadas en su espalda [recordando un encuentro con la amada en el prado de Serandín, locus amoenus, bajo los robles…]
*
COSAS DE LA POESÍA

Qué suerte que Ella sea así de caprichosa,
qué suerte que no mire los méritos, que no
le avergüence entregarse a tipos como yo,
que sea porque sí, como la rosa;

qué suerte que no exija papeles triplicados,
ni saber alemán, ni traje gris,
que en Calahorra se encuentre tan bien como en París,
que no la embauquen nombres, premios ni doctorados.

Sólo que tú le gustes —con veinte o con setenta,
feo o guapo, listo o bobo…— y, plaf, se te presenta
deslumbrante, rendida y sin porqué,

del mismo modo que (según se cuenta)
una noche grisácea de los años 50
se presentó Ava Gardner ante Mario Cabré.
*
MARZO

En el aire flotan ya
sospechas de primavera.
Viene la abeja a la higuera,
duda, se queda, se va.

Presiente el jacarandá
un azul por su madera.
Brincan por la carretera
tres urracas —«jajajá»—.

Estrenan verdes más tersos
las hojas diminutivas.
Vuelven de otros universos

las golondrinas cursivas.
Y a d’ors le asaltan los versos
en horas intempestivas.
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