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29 de marzo de 2024

Diego Barceló

De la UE a la UEES, la Unión de Estados Europeos Socialistas

No conforme con su nefasta política exterior y su desastrosa política monetaria, la UE se está convirtiendo en un agente promotor de la agenda socialista, algo opuesto a su espíritu fundacional

Actualizada 19:11

¿Cuál es la misión esencial de los gobiernos? Proteger los derechos individuales, entendiendo que esa es la condición básica para una vida libre. ¿Para qué se creó la Unión Europea? Para que no hubiera más guerras entre Francia y Alemania. La UE nació como un espacio de libertad y a las instituciones europeas se les presume un rol de «guardián» de esas libertades. Por eso se promovieron las «cuatro libertades»: libre circulación de personas, mercancías, capitales y servicios dentro la unión. Por eso, por ejemplo, los países del Este, una vez liberados del yugo comunista, quisieron ser miembros: para que perdure su libertad.
Las cosas están siendo subvertidas. Los gobiernos se han acostumbrado a violar los derechos individuales. Ejemplos cotidianos son la ruptura de la igualdad ante la ley (con normas que estipulan castigos según el sexo del agresor) o la violación del derecho de propiedad (con subidas indiscriminadas de impuestos). En su lugar, han asumido el rol de redistribuidores del ingreso, lo que da lugar a masivas intervenciones y nuevas violaciones del derecho de propiedad (porque solo se puede redistribuir robando a unos para dar a otros).
Al mismo tiempo, la Unión Europea se va convirtiendo en un proyecto en el que una cúpula de burócratas busca imponer un modelo uniforme. De ahí las ideas para «armonizar», por caso, la legislación laboral y ciertos impuestos, además de poner en marcha impuestos «europeos» y una política fiscal ejecutada por un Tesoro «europeo» (véase, entre otros, el «Informe de los cinco presidentes», de 2015).
El último ejemplo es el acuerdo político entre el Parlamento Europeo y el Consejo para una directiva sobre salarios mínimos. Toda su concepción es socialista y su argumentación, falsa. Con esta directiva se pretende que los países informen anualmente a la Comisión, entre otros puntos, sobre la cobertura, forma de establecimiento y proceso negociador del salario mínimo. Busca reforzar el rol de los sindicatos y limitar las excepciones al salario mínimo. Los tres argumentos principales que da la Comisión son que eso ayudaría a una competencia «más justa», a mejorar la productividad y a reducir la «brecha salarial».
Los salarios dependen de la productividad (lo que produce cada trabajador). Si la ley obliga a pagar más que la productividad, el puesto de trabajo formal es inviable. Entonces, se alienta la economía informal y/o el reemplazo de trabajadores por maquinaria (como ocurrió con las cabinas de peajes en las autopistas). Además, se dificulta que los parados encuentren un empleo.
Dentro de la UE, tenemos desde el caso de Bulgaria (con un salario medio de menos de 600 euros) hasta los de Dinamarca y Luxemburgo (donde la remuneración media ronda los 3.500 euros). La disparidad entre países se viene reduciendo aceleradamente: desde 2010 hasta hoy, el salario medio de Bulgaria, Rumanía, Lituania y Letonia creció más del 100 %; en Dinamarca y los países con mayores salarios, no más del 25 %. Cualquier intento de uniformizar el salario mínimo en un contexto tan diverso es un despropósito: la diversidad se multiplica cuando también tenemos en cuenta diferencias regionales, sectoriales y de tamaños de empresa. Un despropósito que tiene víctimas evidentes: los países con menores salarios y los trabajadores con menos experiencia y/o capacitación.
La «brecha salarial» no existe ni puede existir. Si contratar mujeres fuera realmente un 25 % más barato, todas las empresas aprovecharían para reducir sus costes laborales y habría pleno empleo femenino. El exceso de demanda de trabajadoras haría subir sus salarios y, al mismo tiempo, debilitaría los salarios masculinos. La «brecha», de haber existido, se cerraría.
Pero no hablamos de derechos de mujeres ni de trabajadores. Hablamos de una UE que, no conforme con su nefasta política exterior y su desastrosa política monetaria, se está convirtiendo en un agente promotor de la agenda socialista, algo opuesto a su espíritu fundacional.
Cuanto más se empeñe la Comisión Europea en imponer su visión socializante, se hará evidente que ser parte de la OTAN puede ser una forma suficiente y menos intrusiva de garantizar la libertad. Y la titánica obra de Adenauer y otros pocos pasará a ser otra víctima del socialismo.
  • Diego Barceló Larrán es director de Barceló & Asociados. @diebarcelo
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