Fundado en 1910
José Manuel Cansino

Las otras preguntas del apagón

El episodio del 28 de abril deja abiertas dos grandes cuestiones. La primera es conocer con precisión quirúrgica el conjunto de causas que nos llevó al cero de electricidad. La segunda es el rango de mixes de energía firme y no firme que puede soportar el sistema eléctrico sin fallos

Actualizada 04:30

Las mismas personas que demandamos unas reivindicaciones como ciudadanos, somos las mismas que luego rechazamos asumir el coste de pagarlas. Dos ejemplos vienen a colación. La electrificación de las economías es un eje central de la transición energética. Como ciudadanos demandamos el abatimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero cuando a las emisiones de CO₂ se les pone un precio que tienen que pagar los productores y luego nos lo sacan de nuestro bolsillo, entonces nuestra urgencia descarbonizadora se reduce.

El otro ejemplo nos dice que como ciudadanos y empresarios no queremos apagones de luz, pero si para ello hay que mejorar la red de transporte y distribución y hay que tender cables y levantar torres, ninguno los quiere cerca de nuestro patio trasero.

Las grandes plantas industriales que quieren levantarse en España van detrás de la red allá donde ésta le garantiza abastecimiento suficiente y seguro, pero si la inversión es insuficiente o la oposición vecinal determinante, ni hay red, ni hay plantas ni, por ejemplo, se puede electrificar el ferrocarril para cambiar el modo de transporte de mercancías de la carretera a las vías.

El nivel de tensión habitual para la que está diseñada una red de transporte de alta tensión es de 400.000 voltios. Cuando —como pudo haber ocurrido el 28 de abril— se produce un desequilibrio en términos de una generación (oferta) de electricidad superior a la demanda, el problema de la sobre tensión se debería haber resuelto mediante los denominados servicios de balance bajo control del operador del sistema eléctrico.

Estos sistemas de balance los proporcionan las plantas generadoras que aportan la denominada tensión firme: 50 hercios en el caso europeo. Principalmente son las centrales que funcionan con ciclos de vapor, esto es, las hidroeléctricas, las térmicas de carbón (hoy marginales), y las centrales nucleares. También las centrales de ciclo combinado, que usan la quema de gas natural, aportan tensión firme, ya que tienen, aproximadamente, un 60 % de ciclo de vapor.

Más información

Técnicamente es posible dotar de firmeza a la electricidad producida por las plantas fotovoltaicas, añadiéndoles un apropiado sistema de almacenamiento. Sin embargo, como explica con meridiana claridad el profesor Antonio Gómez Expósito en el blog de la Real Academia Sevillana de las Ciencias, el almacenamiento sigue considerándose mayoritariamente, desde la perspectiva de la generación eléctrica para pico de crisis, en lugar de como un elemento que añade estabilidad al sistema. Una estabilidad que se logra garantizando una inercia sintética de manera incluso más ventajosa que la inercia natural. Ambas harían más fácil estabilizar los 50 hercios de frecuencia en la red con la que todos vivimos tranquilos en Europa.

El episodio del 28 de abril deja abiertas dos grandes cuestiones. La primera es conocer con precisión quirúrgica el conjunto de causas que nos llevó al cero de electricidad; algo que sólo pueden aclarar el operador del sistema de alta tensión, los operadores de la red de distribución y las plantas de generación.

La segunda es el rango de mixes de energía firme y no firme que puede soportar el sistema eléctrico sin fallos. No es un debate entre renovables y no renovables como algunos pretenden plantear (la hidroeléctrica es firme y renovable a la vez). También hay que definir el papel que va a jugar el almacenamiento y un sistema de remuneración que mueva a la inversión. Igualmente es necesario revisar el despliegue de potencia fotovoltaica instalada o en desarrollo. Hoy día abundan las plantas con el cartel de «se vende» bien porque la rentabilidad no es la esperada, bien porque lo único que se desarrolló del proyecto fue lograr un punto de conexión con el ánimo de revenderlo de forma especulativa.

En esta segunda cuestión quedan nuevamente reforzadas las centrales nucleares como parte muy significativa de la electricidad firme del sistema. Queda también la precaución de Portugal, hoy aún desconectado de la red española, antes de volver a poner en marcha el mercado ibérico de la electricidad. Permanece igualmente el lamento por las voladuras de las centrales térmicas que, de haber permanecido en una suerte de rodamiento, hubiesen ayudado a reducir el tiempo de arranque en negro.

Pero queda una lista más de preguntas incómodas de resolver. Por ejemplo, si las refineras dejan de producir gasoil para volcarse en el hidrógeno verde, ¿cómo se abastecerían los grupos electrógenos de los hospitales e infraestructuras críticas?

Hemos repetido en numerosas ocasiones que se nos ha vendido una transición energética sin coste alguno, haciéndonos creer que como ciudadanos veríamos abatir las emisiones de gases de efecto invernadero sin que el precio de la tonelada de CO₂ afectase a nuestro bolsillo; sin apagones, pero también sin ver pasar los cables que transportan la electricidad cerca de nuestro patio trasero.

Como escribió el periodista Romualdo Maestre, el apagón nos recordó el funcionamiento de la radio a pilas, el coche con motor de combustión y la importancia de llevar dinero en el bolsillo.

  • José Manuel Cansino. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, profesor de San Telmo Business School y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino
comentarios
tracking