¿Cómo se impugnaron los valores europeos?
La mayoría de los valores que podrían considerarse representativos del europeísmo postbélico se fueron disolviendo conforme transcurrían las décadas hasta llegar al siglo XXI. En mi opinión se fueron desdibujando en, al menos, cinco escenarios geopolíticos
Afirmaba José María de Areilza en la reciente presentación del Panorama Estratégico elaborado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos, que era el momento de defender desde Europa valores no sólo europeos sino valores occidentales. Lo hacía tras advertir de las consecuencias de las primeras medidas de la Administración Trump II.
La eficacia de la apelación de Areilza depende de multitud de factores pero de uno primordial; conocer nítidamente cuáles son esos valores europeos y occidentales. Sin esta certeza o, en términos menos duros, sin un amplio consenso en torno a estos valores cualquier reivindicación carecería de sentido. Supondría animar a luchar por preservar lo indefinido.
Lo más frecuente en el intento por sintetizar el constructo de los valores europeos es apelar a los que compartían los fundadores de las primeras instituciones comunitarias. En definitiva, identificar el denominador común ideológico de Schuman, Monnet, Adenauer, De Gasperi y Spaak, por citar la lista corta habitual.
En ese denominador común ideológico está, desde luego, la voluntad de evitar nuevas guerras, favoreciendo la creación de relaciones comerciales entre las naciones de manera tal que los beneficios derivados del comercio se derramasen entre empresarios y ciudadanos. Así, la amenaza de perder esos beneficios por una nueva guerra actuaría como un eficaz freno para nuevos conflictos. La idea no era nueva, ha acompañado a las diferentes civilizaciones en las que el comercio tuvo un papel central pero, de manera especial estuvo en las recomendaciones de los miembros de la Escuela de Salamanca de los dos continentes, el europeo y el americano.
El puente entre la paz a través del comercio y la Escuela de Salamanca no es inocente. Es la constatación explícita de que entre los hacedores de las primeras comunidades económicas europeas había una compartida cosmovisión en los valores del humanismo cristiano. Precisamente algo que justifica retrotraer esa lista de valores a los imperantes en el tiempo del imperio sacro, o como gusta decir al historiador Alberto Gil Ibáñez, al sacro imperio romano hispánico. Volviendo a la Europa post II Guerra Mundial, hay una conexión simbólica e iconográfica entre la bandera y la «Mujer del Apocalipsis», que en la tradición cristiana se asocia con la Virgen María. Sirva de muestra ese botón.
Finalmente, además de los valores de la paz y del humanismo cristiano, estaba el valor de la democracia como sistema de gobierno. Un modelo de gobierno que, derivas devaluatorias aparte, se reivindica como un concepto cristiano en tanto que considera iguales a las personas en dignidad. Esta democracia política no es de aplicación a la toma de decisiones en las organizaciones creadas a partir de un capital fundacional –me refiero a las empresas mercantiles– donde los derechos políticos de voto se otorgan en función del número de acciones poseídas y del riesgo asumido. Así, convocar un referéndum sobre las preferencias sociales a favor o en contra de la fusión entre el BBVA y el Sabadell, no pasa de la categoría de pose naive.
La cuestión es que la mayoría de los valores que podrían considerarse representativos del europeísmo postbélico se fueron disolviendo conforme transcurrían las décadas hasta llegar al siglo XXI. En mi opinión se fueron desdibujando en, al menos, cinco escenarios geopolíticos. El primero en el tiempo fue el orden mundial que diseñaron Kissinger y Brzezinski dando lugar a la pax americana. Esa «Pax» necesitaba de la estigmatización del estado nación para no ensombrecer la prevalencia como potencia hegemónica de los EE.UU. El segundo fue la caída del muro de Berlín por agotamiento económico del modelo soviético y la influencia de San Juan Pablo II. La implosión de la URSS dejó a los EE.UU. durante unas décadas al mando único del orden mundial.
Pero Kissinger y Brzezinski, que siempre tuvieron una visión global del mundo y en absoluto eurocentrista, asistieron a la reivindicación del mundo islámico con base en la revolución de los ayatolás en Irán. Mientras el Occidente cristiano hacía una aplicación errónea del bien intencionado Concilio Vaticano II que abrió la puerta a la gran fuga de las generaciones jóvenes y a los templos sin imágenes, el mundo islámico exhibía su poder económico desde la OPEP y su vocación de reivindicar sus símbolos identitarios entre los que, por supuesto, no estaba la democracia liberal como sistema de gobierno.
Europa se protege de la amenaza rusa ilegalizando partidos o anulando elecciones que conduzcan al cuestionamiento de sus instituciones
El cuarto escenario donde se cuestionó la superioridad moral de los valores occidentales y europeos fue en China. Las reformas de Deng Xiaoping, iniciadas en 1978, marcaron un punto de inflexión en la historia de esta nación-civilización, pasando de un sistema económico de planificación centralizada a uno con elementos de mercado y apertura a la inversión extranjera. A partir de ese momento, China sólo ha aumentado su asertividad y participado en el comercio internacional con el ventajismo de su banca pública. La paz a través del comercio del europeísmo ahora se enfrentaba a unas reglas de comercio que le eran muy desfavorables. Al mismo tiempo, China ha afianzado su identitarismo y, parte de su modelo se refleja ahora en la India.
El último escenario ha sido el resurgimiento de la Rusia de Putin. Resentido por la deconstrucción de la URSS por Gorvachov y decidido a desplegar un sistema político iliberal en el que la pugna electoral con el líder puede conducir al envenenamiento, Rusia también reforzó sus símbolos identitarios; los mismos que Kissinger y Brzezinski se afanaron en devaluar en todos los estados nación diferentes de los EE.UU.
Ahora, Europa se protege de la amenaza rusa ilegalizando partidos o anulando elecciones que conduzcan al cuestionamiento de sus instituciones. Precisamente, se invoca el valor de la protección de la democracia para prohibir cualquier cuestionamiento democrático del orden europeo.
En definitiva, los valores a los que Areilza apelaba en su muy interesante intervención, se han ido desdibujando con el tiempo hasta el punto de ser incapaces de conmover a la sociedad europea a su defensa en cualquier marco que implique asumir riesgos extremos. Las otras naciones civilización como la antigua Persia, China o Rusia, han recorrido un camino distinto.
Escribe Irene González en su libro Salvar Europa –cuya segunda edición ha sido presentada con éxito de público en la Asociación Ademán de Sevilla– que «el europeísmo de posguerra y el europeísmo postsoviético no giraron en torno a la idea civilizatoria de Europa en lo común ni sobre la diversidad de sus naciones, sino alrededor de una fascinación por una organización burocrática para secuestrar la soberanía de las naciones».
A lo que asistimos ahora, no sólo en EE.UU. o en la India del presidente Modi, es a una reivindicación de esa diversidad entre las naciones.
- José Manuel Cansino. Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, profesor de San Telmo Business School y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino