Sobre la privatización de la Universidad
El problema toca a títulos y órganos enteros: algunas carreras, como la de los profesores de secundaria, han pasado a convertirse en másteres a precio de oro, a beneficio exclusivo de algunos departamentos de pedagogía. Y repárese en el sistema endogámico que se inclina a entregar la plaza al candidato interno
Hace tiempo que la Universidad ha decidido medirse en cantidades; el hacer mucho y pronto se ha impuesto sobre el hacer bien. Los efectos son patentes: si ni siquiera el público especializado puede pasar de las primeras líneas de una revista, si asiste apático o adormecido a los congresos, es porque no se dice nada que pudiera apelarle, porque se habla y se escribe para una pseudo cultura universitaria, dirigida al racionamiento autárquico. El estilo formulario de tantos artículos y conferencias está hecho de omisiones, de miedos a decir verdades incómodas, a pronunciarse, a dejar aflorar el punto de vista personal y la vocación verdadera, sin los que no hay ciencia. Ahora bien, si cada línea y cada palabra no se dice y no se escribe en la verdad, entonces: ¿al servicio de qué se está publicando y conferenciando tanto? Las más de las veces, al servicio de carreras individuales que se hacen así: publicando y conferenciando mucho. En otras palabras: al servicio de intereses estrictamente particulares, privados.
Cada vez que alguien calla la verdad por no soliviantar, cada vez que se llenan folios por puro afán de publicar, sin aumento ni mejora de los saberes, cada vez que se adoptan fórmulas y jergas en los que no se cree íntimamente, se hurta a la vida intelectual y a la universidad de su auténtica función. Si hay fondos públicos de por medio, quedan privatizados para el coto de medro particular. El problema toca a títulos y órganos enteros: algunas carreras, como la de los profesores de secundaria, han pasado a convertirse en másteres a precio de oro, a beneficio exclusivo de algunos departamentos de pedagogía. Y repárese en el sistema endogámico que se inclina a entregar la plaza al candidato interno –cerca del 70% de los profesores universitarios trabajan en la facultad que les doctoró–. La privación es aquí especialmente sangrante y múltiple: al resto de candidatos, discriminados en el falso concurso público, a la sociedad en su conjunto, a la que se priva del mejor preparado para el puesto.
No consta que ninguno de los alegatos recientes «en defensa de la universidad pública» se haya hecho cargo nunca de este fenómeno espontáneo, del que no se puede culpar a otra institución que la universidad misma. Pero es que también invocan la autonomía universitaria quienes jamás la han usado para defender la libertad y la pluralidad en las facultades, quienes no han ofrecido la mínima resistencia a la colonización de las ideologías de moda, la inundación de palabros y novelerías, siquiera para ofrecer algún cauce de continuidad intelectual para las generaciones futuras. Y se invoca con nostalgia la segunda república cuando se olvidan sus mejores fundamentos en la educación y la ciencia, cuando se da a sus mejores figuras por «superadas», sin leerlas antes, claro.
No puede decir la verdad quien no se la ha dicho a sí mismo, no puede ser leal el desleal a sí mismo. Pasarían por gesticulaciones vacías si no hubiese parte ganadora, si no conviniese a tantos esta silenciosa privatización.
- Ignacio Rodulfo Hazen es profesor de Historia en la Universidad de Alcalá