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18 de abril de 2024

Stonehenge

Monumento de Stonehenge, en Inglaterra

Gastronomía

Los constructores de Stonehenge tenían un recetario y les encantaba el cerdo

En las zonas monumentales y donde había espacios públicos, se consumían productos lácteos, y en las zonas domésticas, cárnicos

Stonehenge vive sus momentos gloriosos durante el verano. Si tienes la suerte de que no llueva o esté nublado, un atardecer entre sus piedras es uno de los espectáculos más imponentes a caballo entre la naturaleza y la cultura humana. Allí hay una fragancia especial, viva y fresca, y se percibe la fuerza de la naturaleza y de los hombres, que se han acercado durante milenios para arrebatar algo de esa magia inexplicable.
Los monumentos megalíticos se construyeron con frecuencia en conexión con el solsticio de verano o de invierno, momento en el que la luz solar penetra durante unas horas en algún espacio que está en sombra durante el resto del año. Quizás herramientas (muy compleja, desde luego) para conocer con exactitud el solsticio, un primitivo calendario que ayudaban a ubicarse en el tiempo. O bien observatorios astronómicos, escenarios de ceremonias, ayudas para calcular los ciclos lunares. En realidad, el megalitismo tiene mucho que contarnos aún, no termina de ser descifrable en su totalidad. Ese es justamente su atractivo.

Lugar de culto o de peregrinación

Pero de ellos sí sabemos algo, al menos de los visitantes neolíticos de Stonehenge, cuya construcción comenzó en el 3100 a.C. y duró hasta el 2500 a.C. Como este enorme monumento de la Antigüedad fue un lugar de culto o de peregrinación a lo largo de cientos de años, la gente que acudía allí tenía que comer. O llevaban comida o la preparaban, en cualquier caso, el desplazamiento requería aporte de calorías. La compleja y maravillosa energía que nos da fuerzas.
El trabajo en estos megalitos era voluntario, mucha gente llevaba incluso a sus animales caminando, a pie, desde distintos puntos, y algunos habían partido desde lugares distantes. Pero al llegar allí estaban perfectamente organizados, comían unas cosas en unos lugares y otras en otros diferentes. Incluso cosas distintas dependiendo del grupo que disfrutaba del agasajo. En realidad, en el megalito solamente se celebraban banquetes y ceremonias, pero muy cerca de él se localizó el lugar donde vivieron sus constructores y visitantes, Durrington Walls.
En esta pequeña aldea encontraron, desde luego, restos de herramientas y útiles de cocinado. Casi no se puede llamar aldea, sino más bien una serie de construcciones que no estaba ocupada todo el año. Probablemente, la habitaban, además de los constructores que iban en periodos cortos, peregrinos que cocinaban durante los días que pasaban allí. Usaban piezas de vajillas cerámicas de distintas formas, para cocinar y para comer. Estas son las que han proporcionado material para saber qué y cómo comían y si había en Stonehenge una auténtica cocina.
Para ello se han analizado los residuos de las grasas que quedaron en los recipientes, lo que ha proporcionado interesantes resultados. Desde luego, Stonehenge era una zona en la que se disfrutaba de banquetes, donde se celebraban comidas comunitarias, quizás homenajes a los fenómenos astronómicos, a los dioses primitivos o a los espíritus de los antepasados. Banquetes que eran finales de fiesta, en cualquier caso, algo que se repite en todas las culturas.

Cerdo como ingrediente principal

Por un lado, es muy interesante observar que en las zonas monumentales y donde había espacios públicos, se consumían productos lácteos, y en las zonas domésticas, cárnicos. Pero no comían cualquier carne, ni de cualquier forma, principalmente era cerdo y rumiantes, aunque también había alguna oveja y rumiantes salvajes, es decir, caza. Entre los domésticos, bóvidos y sobre todo, y (estos sí, en grandes cantidades) cerdos, de los que se han encontrado innumerables restos. Y ¿cómo los cocinaban? Pues bien, en algunas de aquellas ollas cerámicas se estofaban juntos carnes y productos lácteos. Pero también se cocinaban separados y en recipientes diferenciados: las carnes de cerdo en ollas más gruesas, y las de lácteos solos en otras más estrechas, de paredes finas. Pero aún hay más interesantes productos, las grasas animales de cerdo y vaca, que se depositaban en recipientes específicos y diferenciados de los anteriores. Estas pequeñas complicaciones entre productos y sus recipientes tienen un sentido, evidencian que se cocinaba con intención, las carnes de una forma y los lácteos de otra.
Una gran parte de estos animales consumidos en Stonehenge pastaban en el entorno, con toda seguridad de forma controlada, formaban parte de los rebaños perfectamente domesticados. Y para cocinar, cualquier buena pieza se aprovechaba, por ejemplo, los huesos largos se abrían para extraer el rico tuétano. E incluso sabemos que las carnes de cerdo no solamente se cocían o guisaban, sino que se tomaban asadas. Los ejemplares más jóvenes de cochinos se consumían en primavera y verano, quizás representando un tiempo de banquetes y procesiones, o ceremonias. Y desde finales de otoño hasta el invierno se consumían muchos más cerdos que en otras épocas del año, y estos eran de mayor tamaño que los anteriores: ejemplares maduros, asados, grandes y numerosos. Es evidente que la cantidad era importante por entonces para los peregrinos de Stonehenge.
Sin embargo, apenas se comían cereales, pero sí algunas avellanas, manzanas, cebollas, endrinos, probablemente objeto de rebusca y recolección del entorno. En Stonehenge no se procesaban cereales, quizás se comieran ya transformados en forma de cerveza o de pan, algo que desconocemos. Pero tenían que transportarse hasta el complejo ya elaborados, por lo que sabemos hasta el momento.

La comida: una herramienta social

Desde luego, la alimentación en el entorno de Stonehenge no era la habitual en el Neolítico de las islas británicas, que era más sencilla y escasa. Es muy probable que allí hubiera grupos selectos que tomaran comidas singulares, se comían más carnes que alimentos vegetales, principalmente esos cerdos jóvenes en primavera y verano. Quizás los ejemplares más tiernos y jóvenes eran para un grupo, y los de mayor tamaño se destinaban a otros, estos segundos consumidos durante el otoño e invierno. También es posible que aprovecharan la abundancia de leche propia del verano para fermentarla y convertirla en quesos y yogur, con el fin de disfrutarlos a lo largo de los banquetes de invierno, acompañando esas grandes cantidades de carne.
Es curioso, pero muy probablemente aún la población no era totalmente tolerante a la lactosa, así que la leche fresca debía ser un alimento considerado a caballo entre lo comestible y lo indigesto. De ahí que se transformara en esos yogures y quesos, de forma que se pudiera consumir con más confort.
Unas carnes se guisaban, otras se asaban y otros productos se transformaban para convertirse en procesados sencillos. Desde luego, la comida era una herramienta social para dividir, unir y pulir una sociedad. Se compartieron grandes festines al aire libre, donde se asaban esos grandes cerdos y se intercambiaban comidas, ideas y discursos. Los encuentros en los monumentos megalíticos debieron ser parte del avance de unas sociedades en las que el progreso caminaba a la luz del banquete. Momentos en que los intercambios hacían progresar el mundo y conocer ideas, técnicas y reflexiones, y por qué no, también nuevas fórmulas de preparar esos productos que tanto les gustaron.
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