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19 de abril de 2024

Una joven enferma de la fiebre amarilla (S. XIX)

Una joven enferma de la fiebre amarilla (S. XIX)

Picotazos de historia

Stubbins Ffirth, ¿ejemplo de tesón científico u otra cosa?

Para probar que la fiebre amarilla no era contagiosa, este médico experimentó con los fluidos de los infectados en su propio cuerpo

Stubbins Ffirth fue un médico norteamericano que vivió entre 1784 y 1820. Este doctor vivió la gran epidemia de fiebre amarilla que mató a más de 5.000 personas en la ciudad de Filadelfia, Pensilvania, motivo por el que centró sus investigaciones en esta enfermedad.
La fiebre amarilla era endémica en ciertas zonas de Estados Unidos, de Centro y Sudamérica, y su mortandad era muy alta. Ffirth constató que en los meses de invierno la incidencia de los casos era mucho menor, y en base a ello empezó a elucubrar sobre diferentes posibles orígenes de la enfermedad. Lo que le dio fama es el empeño, casi masoquista y definitivamente asqueroso, de probar que no se podía producir contagio por medio de los fluidos de los enfermos.
La enfermedad también era conocida como «vómito negro», ya que se generaban hemorragias en el tracto intestinal que daban ese color al vómito de los pacientes. Stubbins empezó haciéndose incisiones e introduciendo en las heridas vómito de pacientes en diferentes grados de frescura. El siguiente paso fue tragar el vómito de los enfermos. ¡Gran éxito! No se contagió.
Pero Stubbins no se dio por satisfecho y procedió a una rigurosa experimentación con diferentes fluidos de los enfermos: saliva, orina y sangre.
El «santo varón y mártir de la ciencia médica» bebió y se inyectó los antedichos fluidos de los enfermos en diferentes partes de su cuerpo. Llegó a inyectarse en un globo ocular y es un milagro que no se quedara tuerto. Probó, más allá de toda duda, que la fiebre amarilla no se contagiaba por contacto.
En 1881, el cubano Carlos Finlay y Barrés, sin tantas cochinadas, demostró que se transmitía por la picadura de cierto tipo de mosquitos.
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