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20 de abril de 2024

La destitución del VIII conde de Oropesa por parte del rey Carlos II tras el motín de los Gatos de 1699

La destitución del VIII conde de Oropesa por parte del rey Carlos II tras el motín de los Gatos de 1699

Picotazos de historia

Carlos II y el Motín de los gatos

El pan cada día estaba más caro por lo que el pueblo se rebeló contra los altos precios y se dirigió hacia el Alcázar al grito de «pan, pan», «muera el perro que nos ha traído esta miseria» y «viva el Rey; muera el mal gobierno»

Ese año el hambre se cernía sobre Madrid: malas cosechas, subida de los precios del pan y el acaparamiento por parte de algunos aprovechados, hacían la tensión palpable entre sus vecinos.
La mañana del 28 de abril de 1699, sobre la siete más o menos, el corregidor de Madrid Francisco de Vargas estaba en la Plaza Mayor en visita de inspección, cuando una aborigen le reconoce y le increpa. El pan cada día estaba más caro y era de peor calidad, y ella tiene un marido sin trabajo y seis hijos hambrientos en casa. La respuesta del corregidor fue destemplada y ofensiva. «Dé gracias que no esté más caro y que haga capar a su marido para que no le haga más hijos», le espetó a la señora. Se revolvió la gente contra el malhablado corregidor, hasta un sacerdote, que por allí pasaba, le reprendió por lo inoportuno y destemplado de su respuesta. El corregidor ordenó la detención de uno de los que más gritaban. Más gritos y más gente, piedras y palos empezaron a llover sobre Francisco de Vargas que tenía que buscar refugio en una tienda cercana.
Ese fue el inicio de lo que se llamó el «Motín de los Gatos», ya que con ese nombre se conocía a los madrileños. La masa, ya turba, asaltó el palacio del conde de Oropesa, presidente del Consejo de Castilla y, por lo tanto, responsable del abastecimiento de la Villa y Corte. Los servidores del conde se defendieron y en el asalto se produjeron muertos y heridos que inflamaron más los ánimos. El conde y su familia consiguieron escapar de incógnito y refugiarse en casa del inquisidor mayor. El gentío había crecido para entonces y se dirigió hacia el Alcázar al grito de «pan, pan», «muera el perro que nos ha traído esta miseria» y «viva el Rey; muera el mal gobierno».
Frente al Alcázar se congregó una multitud cifrada entre ocho a diez mil personas. Querían que les confirmasen la bajada de los precios del pan que, el nuevo corregidor nombrado, de apellido Ronquillo, estaba haciendo pregonar por toda la Villa. En el interior todo es desconcierto e incertidumbre.
El Rey Carlos II de España se encontraba muy enfermo. No tenía ningún mal en concreto, era el agotamiento general de un organismo débil, producto de la salvaje endogamia de los Habsburgo, lo que le tuvo postrado y en extrema debilidad. Por lo que, en su lugar, Mariana de Neoburgo, Reina de España, salió al balcón. Si esperaba ser recibida con respeto se llevó un chasco. Gritos, silbidos y algún que otro objeto a ella dirigido hicieron que se lo pensase mejor y regresase al interior. Al tiempo los gritos arrecieron cuando, tímidamente, asomó la nariz alguno de los miembros del Consejo, que rápidamente volvió al interior. Por fin se abrió uno de los ventanales que daba al balcón principal y una lastimosa figura salió a este. El paso del Rey era inseguro pero se mantuvo erguido y se enfrentó a la multitud que se había congregado frente a su residencia. Los madrileños guardan silencio y respetuosamente se destocaban delante del Rey. «Pan, pan. Perdón, perdón» era ahora su grito. Querían que se bajasen los precios, comprendían los justo de su queja y pedían que se les perdonase el mal cometido en su reclamación. Carlos II, les responde con la confirmación de la bajada de los precios y el cese del mal corregidor. En ese momento cambió la petición del la multitud a «perdón, perdón».
«Si, os perdono –respondió el monarca y, quitándose el sombrero de la cabeza, continuó– perdonadme vosotros también a mí por haberos fallado, porque no sabía de vuestra necesidad, y daré las ordenes necesarias para remediarla».
En noviembre del año siguiente había muerto Carlos II, el último Habsburgo de la línea española. «El hechizado, fin de raza, imbécil, ser sin voluntad, piltrafa...» Juzguen ustedes si merecía ese trato por la historia. Lo cierto es que fue muy llorado, pues con toda sus carencias fue respetado y querido.
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