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23 de abril de 2024

Cuadro (fue dibujado en 1795) que muestra el avance de las fuerzas otomanas hacia Karánsebes

Cuadro (fue dibujado en 1795) que muestra el avance de las fuerzas otomanas hacia Karánsebes

Picotazos de historia

Karánsebes: la batalla que nunca existió

Nada se extiende con más rapidez que el pánico en un ejército. En su miedo dispararon contra sombras o movimiento, lo que aumentó la confusión que desembocó en desbandada y caos de todo el ejército austriaco

En agosto de 1787 el imperio otomano declaró la guerra al imperio ruso. La verdad es que los rusos llevaban tiempo provocando y buscaban la confrontación. Unos años antes, en 1781, el Emperador José II de Habsburgo-Lorena había firmado una alianza defensiva con Rusia, en relación con el imperio otomano. Por el acuerdo, en caso de que los rusos fueran atacados por los turcos, el imperio atacaría al sultán. José se encontraba obligado a declarar la guerra.
La cosa empezó mal cuando, como punto de reunión de todas las tropas imperiales, se eligió un lugar cercano a Belgrado que era un foco de malaria. Los muertos se contaron por miles y el propio Emperador cayó enfermo.
El ejército austriaco pasaba de los cien mil soldados cuando José II tuvo informes de que el gran visir Koca Yusuf Pacha avanzaba al frente de un gran ejército. Sin esperar más abandonó el punto de concentración y se dirigió en busca de una buena posición defensiva en Transilvania (bajo gobierno turco), en concreto en la zona del río Timis. Allí esperaba, apoyado por el terreno, tener una ventaja defensiva y esperar la oportunidad para un ataque decisivo.
El 21 de septiembre la vanguardia del ejército austriaco llegó a la ciudad de Karánsebes, junto al río Timis, en el suroeste de la actual Rumanía. Una patrulla de caballería fue enviada, más allá del río, para explorar e informar del avance del enemigo. Los húsares –pues se trataba de estas unidades de caballería ligera– no dieron con el enemigo, pero volviendo hacia sus líneas y cerca del río, encontraron a un grupo de gitanos a quienes compraron un barril de aguardiente.
Ya llevaban un rato, los húsares, disfrutando del octanaje del brebaje adquirido cuando una unidad de infantería tomo posiciones cerca de los húsares. Los infantes habían estado de marcha toda la noche y estaban cansados. Al ver a los húsares disfrutando de la guerra, algunos soldados se acercaron a ellos y les pidieron que compartieran el licor. Los húsares se negaron con malos modos –estaban borrachos, además desde siempre ha existido una cierta inquina entre la infantería y la caballería–. Los infantes, ofendidos por la arrogancia y malos modos de los húsares, dispararon sus armas al aire mientras gritaban «Turci, turci», con la esperanza de asustar a los húsares y que estos huyeran abandonando el barril. No pasó así, al contrario, los húsares se lo tomaron con humor y empezaron a disparar sus armas y a gritar a todo pulmón «Turci, turci».

José II no tuvo más remedio que ordenar la retirada y tratar de reagrupar a sus fuerzas en fuga

Las tropas de los alrededores y las que se aproximaban, que nada sabían de estos juegos, estaban cansadas y temerosas de ser emboscadas en la oscuridad. Es en esa situación cuando, de repente, se empiezan a escuchar disparos y gritos de «turcos, turcos» en la oscuridad. Nada se extiende con más rapidez que el pánico en un ejército. Los soldados más próximos retrocedieron. En su miedo dispararon contra sombras o movimiento, lo que aumentó la confusión que desembocó en desbandada y caos de todo el ejército austriaco. Se abandonó el armamento, los suministros, el material. Era un «sálvese quien pueda» agravado por las muchas lenguas que se hablaban en el ejército multicultural (magiar, austriaco, serbio, italiano...). José II no tuvo más remedio que ordenar la retirada y tratar de reagrupar a sus fuerzas en fuga.
Dos días después del desastre de la noche del 21 al 22 de septiembre, llegaron los turcos a Karánsebes. El espectáculo ante ellos era el propio de una gran batalla. El suelo estaba cubierto de material, armamento, provisiones, carros volcados, ¡hasta cañones abandonados! Se calcula que la estúpida trifulca que desencadenó el pánico y huida del ejército austriaco costó unas mil doscientas bajas, entre muertos y heridos.
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