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24 de abril de 2024

'Retrato de Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache', de Giuseppe Bonito, 1759. Museo del Prado

'Retrato de Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache', de Giuseppe Bonito, 1759. Museo del Prado

El golpe de gracia para el marqués de Esquilache que provocó la ira de Carlos III

El motín de Esquilache debe ser el episodio más conocido del reinado de Carlos III, un episodio que marcó profundamente su vida y que incluso a día de hoy sigue ocultando muchos misterios

Hacía unos días que los habitantes de Madrid se rebelaban, fundamentalmente, contra el ministro Esquilache, Leopoldo de Gregorio y Masnata , nombrado marqués en 1766. Pronto, estas protestas se extenderán por todo el país, causando estragos y violencia contra la autoridad, lo que llegó a ser una revuelta mucho más seria de lo que se suele pensar, y que consiguió apaciguarse gracias a figuras como las del conde de Aranda.
El marqués de Esquilache (Mesina, 1699 – Venecia, 1785), vino desde Nápoles junto con Carlos III –rey de Nápoles y Sicilia entre 1734 y 1759– dispuesto a reformar el país mediante políticas 'ilustradas', esto es, renovar una España que consideraban atrasada con una legislación moderna, enfocada en la producción, que mejorara la agricultura, las estructuras, y en general, el nivel de vida de sus habitantes.
Esta clase de reformas, que resultaban muy extranjerizantes –los ilustrados tan sólo eran una minoría de la élite–, pasaron a ser muy impopulares entre los españoles que, junto con el hecho de que su nuevo gobierno estaba formado por italianos –los extranjeros no estaban bien vistos en los altos cargos–, tampoco lograron asegurar la necesidad alimentaria más básica de los españoles: el pan.
Mediante las nuevas medidas del ministro de Hacienda (y muchas cosas más), Esquilache, el precio del pan había subido, llegando a ciertos límites que los españoles no podían permitirse. Esta fue la causa fundamental del motín, cuya gota que colmó el vaso fue la medida de prohibición de los sombreros y capas largas, tradicionalmente españolas. Así, creyeron que el ministro trataba de imponerles la moda francesa.

Utopías del siglo XVIII

El ministro aseguraba que el objetivo del nuevo decreto era evitar el poder esconder armas en las vestiduras. Sin embargo, puede que los españoles tuvieran más razón de lo que se cree, porque es sabido que los ilustrados perseguían la unión universal de todos los hombres –una especie de amor fraternal mundial, sin barreras—, algo que abarcaba todas las materias, incluida la moda, un sueño de globalismo dieciochesco que se veía a su vez impulsado por las ideas de la masonería.
Los primeros altercados comenzaron el día 23 de marzo. Al mismo tiempo, los madrileños se alarmaron por el uso de las fuerzas de la guardia valona –un cuerpo de protección especial del Rey– que era muy impopular, recordados especialmente por los accidentes ocurridos durante la boda de la hija de Carlos III, la infanta María Luisa –futura Emperatriz del Sacro Imperio– que acabaron con la vida de algunas personas.
Además, los alborotadores, que odiaban al marqués, a quien consideraban muy prepotente, viendo como gastaba sus riquezas en lujos que nunca antes se habían visto en España, acudieron a la propia casa del marqués, hoy en día la Casa de las Siete Chimeneas (en el barrio de Justicia, Madrid). Estos, entraron y saquearon su hogar, sin encontrarle dentro. No obstante, la mayoría de agitadores se situaron frente al Palacio Real, exigiendo una serie de condiciones al Rey o si no, el motín continuaría, algo que, evidentemente, no le hizo ninguna gracia a Carlos III.
Sin embargo, este no fue un motín que empezó espontáneamente por mano de los madrileños, sino que la evidencia sugiere que fue planificado, utilizando a la masa de la población para conseguir sus resultados. Realmente, no se sabe con seguridad quien fue el causante del motín, pero sí sabemos que Esquilache se vio muy afectado.

La evidencia de los pasquines

Se estipula que fue organizado esencialmente por los pasquines que denostaban al marqués y que fueron colocados por las calles de Madrid con anterioridad al motín; y por el odio general que no solo sentía el pueblo, sino también un sector de la nobleza y la Iglesia hacia el marqués, que no protegía a los más tradicionales, sino que se centraba en sus políticas ilustradas.
Los pasquines, que se tomaron como evidencia de planificación incluso en la investigación que el conde de Campomanes llevó a cabo tras el motín por orden de Carlos III, con el fin de encontrar a los instigadores, fueron un claro determinante de que quienquiera que fuese, debía ser alguien letrado. No solo letrado, sino con un buen conocimiento de escritura.
Aún así, el informe que Campomanes redactó, probablemente estuvo amañado para echarles la culpa de todo a los jesuitas. En realidad, seguramente nunca se sabrá quienes fueron los verdaderos instigadores del motín: jesuitas, masones, o el simple rencor al ministro se encuentran entre los señalados a lo largo de la historia.
Algunos historiadores incluso defienden que el motín podría haber terminado en algo tan serio como la Revolución francesa, aunque esto es poco probable. Sea como fuere, el acontecimiento causó una impresión tan fuerte en Carlos III que se sabe –al menos por Jovellanos y sus diarios– que el Rey, si durante la noche había ruido por las calles cercanas al Palacio de Madrid, este se levantaba de la cama sobresaltado y preguntado frenéticamente a su querido Pini –su ayuda de cámara más cercano– que qué sucedía.

Un triste final

El destino del marqués es bastante desolador: tras marcharse con el Rey al palacio de Aranjuez –donde el monarca se refugió, no saliendo de allí en meses–, el Rey le destituyó el 26 de marzo de 1766, seguramente muy a su pesar, pero algo que no podía evitar al ser una de las exigencias principales de los rebeldes, no sucediendo lo mismo con el resto de exigencias.
Humillado, odiado y destituido, el marqués partió de España vía Cartagena rumbo a Nápoles, donde logró conseguir después de ocho años el puesto de embajador en Venecia –que conservará hasta su muerte–, no cesando de proclamar su inocencia y la restauración de su honra, declarando al salir de España: «yo he limpiado Madrid, le he empedrado, he hecho paseos y otras obras, que merecería que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me ha tratado tan indignamente».
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