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05 de mayo de 2024

6º Regimiento de Coraceros francés en 1887

6º Regimiento de Coraceros francés en 1887

¡No necesito cerebro, ya soy general!: los coraceros franceses en la batalla de Austerlitz

Los cambios en el arte de la guerra llevaron a argumentar a los enemigos de la coraza que esta restaba velocidad y agilidad a los jinetes en el combate y sobre todo en el cuerpo a cuerpo

Durante el siglo XVIII la extensión y eficacia de fuego de la infantería provocó la paulatina desaparición de la caballería pesada. Los cambios en el arte de la guerra llevaron a argumentar a los enemigos de la coraza que esta restaba velocidad y agilidad a los jinetes en el combate y sobre todo en el cuerpo a cuerpo. Los jinetes que sobresalían en destreza hípica y en el manejo del sable eran los más reacios a la coraza.
El impetuoso capitán Nolan, famoso por su papel en el desastre de la carga de la Brigada Ligera en Balaclava, opinaba que la protección en el pecho no compensaba la restricción en la agilidad y movilidad. Para sus detractores la coraza hacia más vulnerable al jinete pues no era capaz de resistir los disparos directos de los mosquetes. En las cargas contra infantería el peso les obligaba a cargar al trote por lo que los coraceros sufrían durante más tiempo el fuego enemigo, siendo especialmente castigados en los últimos metros antes de llegar al choque por causa de un certero y próximo fuego enemigo. Aunque es necesario decir que la caballería ligera también cargaba al trote la mayor parte del terreno que le separaba de su enemigo.
La caballería pesada era una unidad de combate muy cara de equipar y mantener. Una coraza corriente costaba 34 francos en la época napoleónica, 62 francos las más lujosas corazas de los carabineros. Pero su mayor gasto residía en sus caballos. Un caballo de coracero solía costar unos 500 francos frente a los 400 francos de los caballos de los de los dragones y los 300 de la caballería ligera. Los ejércitos que querían una caballería pesada bien montada tenían que recurrir a los mismos caballos que los coraceros, aunque sus hombres no las portaran. Además, lo coraceros de Napoleón eran más caros pues al ser una unidad de élite estaban mejor pagados que otros compañeros de armas.
Es cierto que estas unidades tenían algunos problemas en el campo de batalla. Un coracero desmotado era casi seguro hombre muerto. Wellington describiendo a los coraceros en el suelo como impotentes tortugas panza arriba y achacaba las dificultades de los coraceros para incorporarse tanto a sus corazas como a sus botas. El general Marbot observó en la batalla de Eckmühl (21 y el 22 de abril de 1809) como un coracero que intentaba huir a pie, fue abatido cuando se paró a quitarse sus engorrosas botas para poder correr más rápido.
Las largas y gruesas botas de la caballería pesada estaban pensadas para proteger las piernas de los potenciales roces y aplastamientos a la hora de realizar cargas en formación cerrada con muy poco espacio entre jinetes «rodilla con rodilla». Pero lo ciertos es que un coracero se sentía más seguro que un jinete normal y por tanto entraba combate con decisión en vez de retirarse al primer contratiempo.
Carga de la caballería de la Guardia Imperial Rusa contra coraceros franceses en la batalla de Friedland, 14 de junio de 1807

Carga de la caballería de la Guardia Imperial Rusa contra coraceros franceses en la batalla de Friedland, 14 de junio de 1807

Un coracero francés era un enemigo temible para jinetes o soldados de cualquier ejército enemigo. El oficial de coraceros Aymar de Gonneville relataba un encuentro en 1807 entre coraceros y húsares prusianos. En un primer momento los húsares aceptaron el reto de los coraceros, confundiéndolos a distancia con dragones ya que las corazas quedaban ocultas por capotes (su casco era similar al de los dragones).
Cuando los coraceros hicieron el movimiento de desenfundar, a la vez echaron sus capotes sobre el hombro revelando de paso sus corazas, enseguida notaron una vacilación en las filas enemigas que se tradujo en varios húsares retirándose y desordenando la formación enemiga que fue presa fácil de los coraceros.
Muchas unidades de caballería eran reacias a atacar a una infantería decidida y bien organizada. A mediados del siglo XIX, el francés Ardant du Picq (1821-1870 coronel y teórico militar francés) se atrevía a valorar el efecto moral de la coraza en un incremento del cincuenta por ciento en el coraje de un jinete. Por ello Du Picq era un ardiente defensor de utilizar coraceros para atacar a la infantería ya que estos, al sentirse mejor protegidos, era más fácil que presionaran más a fondo. El mariscal Marmont iba más allá, y opinaba que ese debía ser su único cometido, debiendo acompañar a los coraceros una caballería de línea que se ocupara de los jinetes rivales.
La carga de los Scots Greys en Waterloo pintada por Elizabeth Thompson

La carga de los Scots Greys en Waterloo pintada por Elizabeth Thompson

Con la llegada de Napoleón a los campos de batalla de Europa esta tendencia se invirtió. Francia reintrodujo los coraceros en su caballería. Polinia, Sajonia, Westfalia y luego toda Europa se vio arrastrada por la moda de los relucientes escuadrones de coraceros. Solo Inglaterra se resistió durante un tiempo para finalmente terminar creando tres regimientos de coraceros de la Household Cavalry.
Hace algún tiempo, mi buen amigo el general de Caballería Carlos Bravo Guerreira me contó la siguiente anécdota militar. Durante la batalla de Austerlitz un regimiento de coraceros franceses cargó cuesta arriba en la colina de Pratzen sobre una posición austriaca protegida por artillería e infantería. Los caballos resoplaban subiendo a la carrera la pronunciada pendiente, soportando una lluvia de fuego y metralla que causaba muchas bajas entre sus filas. Los coraceros, finalmente, lograron subir la colina y pasaron a cuchillos a infantes y artilleros austriacos que no pudieron resistir el ímpetu de su carga.
Coracero francés, pintura de José de Madrazo (hacia 1813)

Coracero francés, pintura de José de Madrazo (hacia 1813)

Los coraceros franceses tomaron la posición, pero las bajas que sufrieron fueron enormes, entre ellas la de su propio coronel. Éste había recibido un tiro en la cabeza que le había atravesado el casco produciéndole una fea herida en el cráneo que dejaba escapar su masa encefálica. Napoleón, que había visto el heroísmo de sus coraceros, envió a uno de sus edecanes, un ayudante, para felicitar a su coronel:
–Mi Coronel el Emperador ha visto el heroísmo de sus hombres y vengo para informarle que el Emperador ha decidido ascenderle a general sobre el mismo campo de batalla. Enhorabuena mi general.
El nuevo general, muy mal herido, apoyado en la rueda de uno de los cañones austriacos que acaba de tomar, solo pudo decir con muy poca voz, «¡gracias!». Uno de sus oficiales le comentó.
–Que pena mi coronel llegar al generalato ahora que tiene usted mi general esa fea herida en la cabeza por la que se le escapan los sesos.
El ya general de Caballería contesto:
–¡No importa, no necesito cerebro, ya soy general!
Esta historia no oscurece, sino todo lo contrario, el valor de los coraceros ni supone mengua alguna de la capacidad intelectual y el valor que se necesita para jugarse la vida en una guerra y más en un campo de batalla como era el de tiempos de Napoleón.
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