
Ficha de la policía española de 1936 de Ramon Mercader del Río (1914-1978), agente de la NKVD y asesino de Trotsky
Ramón Mercader, el sicario de Stalin que asesinó a Trotsky
En recompensa por el acto recibió la ciudadanía soviética y fue nombrado Héroe de la Unión Soviética
El español Ramón Mercader ejecutó el crimen con una pequeña azada para escalar, el famoso piolet, para lo que había sido entrenado concienzudamente durante años. Sucedió en México el 20 de agosto de 1940, en una casa prestada a Trotsky por la pareja Diego Rivera y Frida Kahlo en la elegante Colonia de Coyoacán. Desde Moscú, al otro lado del mundo, la larga mano de Stalin controlaba y dirigía la operación.

Trotski y su esposa en México en 1937
Sumiso a los deseos de su madre
En 1937 Ramón Mercader es reclutado por el comandante ruso Eitingon, compañero y amante de Caridad del Río, su madre, que sobrevuela como un pájaro negro, como una Medea hechicera impulsora de la muerte de su hijo Pablo, obligándole a enrolarse en la Guerra Civil española y quién empuja a Ramón hacia el asesinato y finalmente a la cárcel.
En plena Guerra Civil española Caridad Mercader –¡qué nombre tan poco ajustado!– se acercó al frente de Guadarrama para saludar a su hijo. Acudió con su amante ruso Eitingon. Bajó Ramón acompañado de su perro y tras saludarlo, Caridad arrebató el revolver a su acompañante y descerrajó un tiro al perro. Nunca dejó de obedecer a su madre, instigadora y colaboradora en el asesinato de Trotsky. Sin embargo, Ramón se resarció en Cuba paseando un perro.

Caridad Mercader
El magnicida del piolet
Durante tres años Ramón Mercader, como fiel y buen soldado comunista, residió en una dacha de la KGB a las afueras de Moscú preparándose para actuar como un autómata ante los designios que la KGB y sus superiores en el escalafón disponían sobre él. Le proporcionaron varias identidades, entre ellas la de un rico propietario y bon vivant belga, cuya misión era enamorar y seducir en el Hotel Ritz de la Plaza Vendôme de París a Sylvia Ageloff, hermana de la secretaria de Trotsky.
Ya instalados en Nueva York le cuenta un nuevo cuento a Sylvia, él debe cambiar de identidad, ya que en Bélgica le persiguen para que cumpla el servicio militar. No debe dejar ningún rastro de su verdadero nombre ni de su anterior personalidad.
Mientras se entrenaba para la acción en México recogía a diario a su novia en la residencia de Trotsky y aunque durante meses astutamente se hacía de rogar, procuraba no entrar fingiendo timidez y simulando ser un ferviente seguidor de Trotsky.
La mano vengadora de Ramón Mercader actuó como un sicario de Stalin. Nada escapaba al control del dictador. A finales de la década de 1930 se estableció el Gran Terror, el régimen soviético exterminó a setecientos cincuenta mil ciudadanos y condenó al gulag a un millón.
El propio Stalin sentía miedo de todos y cada uno de sus colaboradores y de las acechanzas exteriores. Tuvo Stalin la gran suerte de que en la Segunda Guerra Mundial fue Aliado de EE.UU., lo que favoreció y contribuyó a la expansión del comunismo.
Un ejemplo entre cientos: Stalin envía a Mijail Koltsov como reportero a España, ya que era un extraordinario narrador de las batallas del cerco de Madrid en la guerra civil. Cuando vuelve a su patria, el dictador lo invita al teatro Bolshói, le hace una gran reverencia llamándolo «Miguel», como si se hubiera convertido en un aristócrata español y acto seguido lo manda fusilar.
El régimen estalinista exterminaba como a chinches a sus súbditos. El propio Trotsky verdugo y víctima. La Historia según Marx si se repite se presentará en forma de farsa. Entre la URSS y Cuba, Mercader elige ésta última.
La mano del líder, esta vez magnánima, protegió a Mercader en su reclusión. Le frecuentaban mujeres entre ellas Sarita Montiel, así como líderes de aquellos momentos. Además tenía a su disposición cualquier manjar, cualquier libro, cualquier deseo.
Fue nombrado «Héroe de la Unión Soviética» por Stalin. Está enterrado en el cementerio de Moscú, con el apellido López. Jamás desveló el suyo: Jaime Ramón Mercader del Río. A pesar de que nunca cruzaron un saludo Mercader y Stalin, hoy comparten el mismo lugar en el cementerio de Kúntsevo.