El ataúd y restos de la jovencita de Egtved
Picotazos de historia
La chica de Egtved o la joven trotamundos de la Edad de Bronce
El ataúd contenía los restos de una joven rubia de entre 16 y 18 años de edad. El cuerpo estaba envuelto en una piel de vaca y cubierto con una manta de lana
En la Dinamarca meridional, en el centro de la península de Jutlandia, cerca de la costa báltica, se encuentra la pequeña población de Egtved. A principios del año 1921, Peter Platz, propietario de una pequeña finca, decidió desbrozar y retirar los restos de un túmulo que se encontraba dentro de su propiedad. El túmulo había sido excavado exhaustivamente, tanto que los agujeros que habían dejado las excavaciones eran utilizados para almacenar y conservar patatas. Apenas habían empezado a trabajar cuando Platz encontró un ataúd excavado en el tronco de un roble. Intuyendo la importancia del hallazgo paró los trabajos de limpieza y notificó el hallazgo a las autoridades. También se preocupó de cubrir el ataúd con una lona impermeable.
Informado el Museo Nacional de Copenhague, se designó al arqueólogo Thomas Thomsen para dirigir el equipo con el encargo de documentar meticulosamente el hallazgo y trasladarlo al museo para su estudio. La primera parte se realizó los días 5 y 6 de marzo y el día 7 el ataúd estaba de camino a Copenhague.
El ataúd era un vaciado de un tronco de roble que tenía de 200 a 218 centímetros de largo. La cavidad tallada en su interior media 180 centímetros y los análisis dendrocronológicos (método de datación basado en los anillos de crecimiento de los árboles) lo situó en torno al año 1370 a. C., aproximadamente. Las especiales condiciones del terreno propiciaron que buena parte del material orgánico que contenía se conservara excepcionalmente bien. El ataúd contenía los restos de una joven rubia de entre 16 y 18 años de edad. El cuerpo estaba envuelto en una piel de vaca y cubierto con una manta de lana.
Blusa y falda acordonada en el Museo Nacional de Copenhague
Junto a ella encontraron un cuenco de corteza de abedul que contenía los restos de una bebida fermentada hecha de frutas y bayas y una pequeña caja de corteza de tilo que contenía un punzón y una redecilla para el cabello. A los pies de la chica había un fardo de ropa y los huesos carbonizados de un niño de unos cinco años de edad. Pero lo que hace único a este descubrimiento es el excepcional estado de conservación de la ropa, las uñas y el pelo de la jovencita. Esta llevaba una falda de pana, hecha de cordones de lana retorcidos, que se asentaba sobre las caderas y llegaba hasta las rodillas.
La blusa, también de lana sin teñir, como la falda, tenía unas mangas hasta la mitad del brazo y era corta, terminando un poco por encima del ombligo. Cuando se llevó a cabo el descubrimiento se la calificó como «bailarina exótica», pues tal ropaje en la fecha del descubrimiento se consideró el colmo del descoque y del atrevimiento. Completaba el modelito un largo cinturón que terminaba en una borla decorada y que sujetaba una placa circular de bronce. Como complemento llevaba un arete de bronce, dos pulseras distintas de bronce y un peine en el cinturón.
En el año 2015 se iniciaron estudios basados en los isótopos de estroncio de las uñas, dientes, cabello y ropas de la chica. Los resultados –muy en debate– señalaban que en el último año había vivido en dos localizaciones diferentes. Esto se explicaría por una trashumancia, un movimiento pastoral de carácter estacional en un área concreta.
La joven, que medía 160 centímetros de altura, debió ser hija de algún personaje importante pero lo que destaca es el amor y el cuidado de su entierro. El atuendo nos da la imagen de una jovencita alegre y vital cuya perdida produjo un intenso dolor a su familia. Podemos seguir modas y alterar nuestras apreciaciones en función de la evolución tecnológica y del pensamiento pero los sentimientos, las emociones que nos hacen humanos siguen inmutables desde el inicio de la noche de la historia.
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