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El Gran Capitán recorriendo el campo de la batalla de Ceriñola, por Federico de Madrazo (1853)

El Gran Capitán recorriendo el campo de la batalla de Ceriñola, por Federico de Madrazo (1853)

El Gran Capitán en Ceriñola: la estrategia que dio origen al poder militar español

Ceriñola sentó las bases de los Tercios, fue el principio del fin de los franceses en Nápoles y el inicio de una leyenda: la del Gran Capitán.

La unión de las coronas de Castilla y Aragón, a finales del siglo XV, supuso un auténtico terremoto en la geopolítica europea de la época. A pesar del lema «tanto monta», no se unificó por completo el Reino, ni se trató de una unión entre iguales. Castilla, con una población de alrededor de cinco millones de habitantes, era una potencia ascendente, mientras que Aragón no llegaba al millón de almas. Esta unión le supuso, además, a Castilla heredar el gran rival que tenía el pequeño reino del este peninsular: la poderosa Francia de los Valois.

En cambio, el apoyo castellano fue determinante en la política mediterránea de Fernando el Católico, de quien diría Maquiavelo, reflejando esta situación, que «de rey sin importancia, se ha convertido en el primer monarca de la cristiandad».

La ruptura por parte gala del tratado de Granada, mediante el cual los reinos de Francia y Aragón se habían repartido el Reino de Nápoles, volvió a traer vientos de guerra a la península itálica. Las huestes francesas estaban comandadas por Luis de Armagnac, duque de Nemours, conde de Guisa y virrey de Nápoles en representación de Luis XII. Se trataba de un ejército no solo más numeroso y mejor artillado, sino que contaba también con dos de las unidades más temibles de la época: la invencible caballería pesada francesa y los célebres piqueros suizos.

Sin embargo, el ejército hispano contaba con un as en la manga: uno de los militares más brillantes que ha tenido Occidente, el castellano Gonzalo Fernández de Córdoba, apodado, de hecho, como el Gran Capitán.

A finales de 1502, ante esa palmaria superioridad, Fernández de Córdoba no presenta una batalla campal, pese a que muchos de sus soldados la reclamaban, y se refugia en Barletta, una ciudad de la actual Apulia italiana, célebre históricamente porque muy cerca de allí tuvo lugar la famosa batalla de Cannas, en la que Aníbal destrozó a las legiones romanas de los cónsules Varrón y Emilio Paulo en el cenit de la segunda guerra púnica.

Desde Barletta, Gonzalo programa una pequeña guerra de guerrillas, con unidades atacando las vías de comunicación, organizando emboscadas y acosando a los franceses, a la espera de refuerzos. Entre tanto, también en Barletta tuvo lugar un célebre duelo entre once caballeros franceses y once españoles, entre los que se encontraba el denominado «Sansón de Extremadura», Diego García de Paredes, ya que aún «hallándose con tres heridas en la cabeza, no quiso faltar a aquel lance de honor», según cuenta Modesto Lafuente.

La puesta de sol dejó a un francés muerto, el duelo en tablas y una curiosa anécdota. Al enfado del Gran Capitán por no haber vencido claramente, se justificó el bravo García de Paredes señalando que «al menos, le habían hecho confesar a los franceses que los españoles eran tan buenos caballeros como ellos». A lo que Gonzalo replicó fríamente: «Por mejores os envié yo».

Retrato de Diego García de Paredes, grabado de Tomás López Enguídanos, 1791, a partir de un dibujo de José Maea

Retrato de Diego García de Paredes, grabado de Tomás López Enguídanos, 1791, a partir de un dibujo de José Maea

Por fin, a principios de 1503 y tras la victoria del almirante Lezcano sobre la escuadra francesa, llegan a Barletta siete naves sicilianas con avituallamientos y, posteriormente, los ansiados refuerzos: dos mil quinientos lansquenetes alemanes. Fernández de Córdoba no perdió el tiempo y forzó la marcha hasta Ceriñola, incluso obligó a sus caballeros a llevar un infante a la grupa. Esto que, desde la perspectiva actual, parece una medida lógica para facilitar la movilidad del ejército, resultaba inaudito en la época, porque los caballeros sentían su honor mancillado, por lo que el propio Gonzalo hubo de dar ejemplo.

Gracias al rápido desplazamiento, tuvo tiempo suficiente para escoger el terreno, situando las trece piezas artilleras en un pequeño alto y preparando una gran trinchera defensiva utilizando un foso que resguardaba un viñedo, en donde clavó estacas y levantó un parapeto. No obstante, aquella primavera seca y especialmente calurosa había dejado exhausta a la tropa, y el reabastecimiento de agua que habían hecho en el río Ofanto no se antojaba suficiente.

A media tarde de aquel 28 de abril de 1503, a punto de concluir los duros trabajos defensivos, divisaron en lontananza las nubes de polvo que levantaba a su paso el imponente ejército francés. Afortunadamente para los hombres del Gran Capitán, no atacaron inmediatamente, lo que les dio un precioso tiempo de despliegue y de descanso.

Lansquenets en combate

Lansquenets en combate

Y es que, en el campamento francés, el duque de Nemours y sus capitanes mantenían una acalorada disputa. El primero, dado que quedaban pocas horas de luz, era partidario de acampar y presentar batalla al día siguiente; los segundos y la mayoría de la soldadesca eran partidarios de no esperar más y borrar, de una vez por todas, a aquellos insolentes españoles de la faz de la Tierra. Incluso uno de sus oficiales cuestionó el valor de Armagnac, quien, entrando al trapo, decidió complacerles con una frase que resultó profética: «Pues bien, pelearemos de noche y esperemos que los que ahora se muestran tan arrogantes no hagan, entonces, más uso de las espuelas que de las espadas».

Las fuerzas de infantería de ambos ejércitos eran similares, pero Nemours poseía el doble de cañones y la temible caballería pesada francesa, muy superior a la española. Por su parte, Córdoba contaba, además de con un terreno a su favor, con ballesteros y, fundamentalmente, con mil arcabuceros. Arma muy novedosa, pero considerada, por su lenta cadencia de disparo, poco útil por la mayoría de los generales de la época, especialmente los franceses, que seguían basando su fuerza en la caballería. Batallas como las de Ceriñola o Bicoca demostrarían que infravalorarlos fue un gran error. Gonzalo los situará en dos grupos de quinientos en primera línea, tras el talud del foso.

Tras ellos, los lansquenetes, y a ambos lados, coseletes y ballesteros, mandados por Pizarro, Zamudio y Villalva y por García de Paredes y Pedro Navarro, respectivamente. A los flancos, la caballería comandada por Próspero Colonna y Pedro de Mendoza, más una retaguardia de caballería ligera junto a la artillería. El despliegue francés fue más sencillo: caballería pesada al frente, seguida por los piqueros suizos y, tras ellos, la infantería gascona.

Con las últimas luces de la tarde, la artillería francesa abrió fuego, comenzando a castigar, pese al talud y al foso, a la infantería española. En este punto, Gonzalo mandó atacar a Mendoza y a Colonna, sabiendo que la muy superior caballería francesa no rehuiría la lucha. Nada más entablarse esta, los dos capitanes de caballería fingen la huida, tal como habían acordado previamente.

'Los dos caudillos', cuadro de José Casado del Alisal

'Los dos caudillos', cuadro de José Casado del Alisal

Los franceses les pisaban los talones, pero al llegar al talud los españoles se abrieron hacia los flancos y arcabuceros y ballesteros abrieron fuego, causando numerosas bajas en la caballería francesa. Nemours, intentando una mayor precisión y ampliar el campo de tiro de sus cañones, les ordenó entonces avanzar. Fue otro error. La artillería española era menos numerosa, pero estaba situada en lo alto de la colina, con lo que barrieron a los artilleros franceses, que además sufrieron una explosión accidental.

Los restos de la caballería, con Nemours al frente, buscaban desesperadamente algún flanco débil para atacar a las defensas hispanas, cuando el aristócrata francés recibe uno de los cuatro mil disparos efectuados por los arcabuceros aquella jornada. Los piqueros suizos, al igual que pasaría en la batalla de Bicoca, son barridos, incluido su comandante, antes de llegar a las posiciones españolas; los sobrevivientes se retiraron de la batalla. Por último, Gonzalo replegó a los arcabuceros y envió a los lansquenetes alemanes y a los coseletes españoles a dar cuenta de la infantería gala, que, una vez rodeada por la caballería hispana, se rindió en masa. A pesar de ello, los franceses dejaron más de tres mil muertos en el campo de batalla, incluyendo a su comandante. La victoria había sido total.

Ceriñola ha sido tradicionalmente una batalla digna de estudio. La guerra de guerrillas previa, la movilidad del ejército, la elección y preparación del terreno, el primer combate en el que los arcabuceros derrotan a la caballería pesada, así como su compenetración con los piqueros, sentarán en el futuro las bases de los Tercios. Ceriñola fue también el principio del fin de los franceses en Nápoles, reino que, durante los siglos siguientes, pasó a formar parte de la corona hispana. Fue, por último, el inicio de una leyenda: la del Gran Capitán.

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