
Antonia Domínguez Borrell, I duquesa de la Torre
Dinastías y poder
La duquesa de la Torre o la generala que dominó la política y se llevó a la tumba los secretos del siglo XIX
La vida de Antonia Domínguez es un fiel testimonio de conspiraciones y poder. Apoyó la causa del abolicionismo cuando sonaba como una excentricidad y actuó como mecenas cultural. Un personaje constante en la prensa de la época
Su Alteza, la Regenta. Así se la conocía. La mujer del general Serrano fue una de las mujeres más poderosas y temidas de la política del siglo XIX. Retratada por los más grandes, desde Madrazo a Winterhalter. La influencia que tenía sobre su esposo, la convirtió en protagonista de decisiones que afectaron a España en días de revoluciones. Brilló en la corte, fue inquilina del Palacio Real y dardo de un sonado escándalo.
La vida de Antonia Domínguez es un fiel testimonio de conspiraciones y poder. Apoyó la causa del abolicionismo cuando sonaba como una excentricidad y actuó como mecenas cultural. Un personaje constante en la prensa de la época.

Grabado del retrato de Winterhalter de la duquesa de la Torre
Antonia Domínguez y Borrell ha pasado a la historia como duquesa de la Torre. Aunque no siempre lo fue. Nacida en La Habana en 1831, su padre era un prestigioso militar de la burguesía marbellí destinado como gobernador militar de Trinidad, casado con una rica cubana poseedora de ingenios de azúcar.
Vivieron poco en la isla pues regresaron a España, primero a Málaga y después a Madrid, a la corte de Isabel II en un país que acababa de dejar atrás la guerra carlista. En ese conflicto civil había alcanzado la gloria su primo carnal, el flamante general Serrano, «mi general bonito» en palabras de la propia reina, con quien mantenía un romance. Aquellos amores le valieron a la familia un rápido ascenso en Palacio.Hasta que la ruptura abrupta de la relación entre la joven soberana y el general condicionó el futuro de Antonia. Los padres de ambos primos –la madre de Serrano y el padre de Antonia eran hermanos– convinieron su matrimonio en 1850. Pese a la diferencia de edad resulto una unión cordial y el inicio de una trayectoria de poder pocas veces conocida.
Establecieron su residencia en la calle Barquillo y ella empezó a brillar en bailes y saraos. Junto a la duquesa de Alba, Medinaceli… y demás linajudas damas de palacio, siempre figuraba la «generala Serrano». En 1857, Serrano fue destinado a París como Embajador. Era la Francia de Napoleón III y Eugenia de Montijo. Antonia y la Emperatriz pusieron de moda «vestir a la española» aunque no tenemos certeza de que su relación resultase cordial.
En esos días, una y otra fueron retratadas por el genial Winterhalter, pintor oficial de la realeza. Tras su paso por las Tullerías, Serrano fue destinado como capitán general de Cuba, donde se respiraban aires de independencia. Aquí nacieron sus dos primeros hijos y recibirán el título de duques de la Torre. Antonia empezó a ser conocida como «la Perla de La Habana».

Duquesa de la Torre de Antonio Gisbert Pérez. Museo del Prado
Regresaron a Madrid en 1862, en un tiempo en el que la desafección de Serrano hacia la reina Isabel era evidente. Fueron días de conspiraciones y pactos para promover una Revolución. Junto a Prim, Serrano fue el principal artífice de la «Gloriosa» aunque su apuesta por Montpensier fracasó.
La duquesa de Prim y la duquesa de la Torre eran enemigas irreconciliables. Tras la aprobación de la Constitución de 1869, Serrano fue nombrado Regente del Reino. Recibieron el título de Altezas y durante un tiempo dejaron su palacio de la calle Alcalá por el Palacio Real. Los aires regios de los Regentes fueron objeto de sátira en gran parte de la prensa de la época.
El asesinato de Prim y los continuos desencuentros entre Amadeo I y Serrano contribuyeron al desastre. También influyó la negativa de Antonia a aceptar el cargo de Camarera Mayor de la reina Victoria del Pozzo. Tampoco estuvo dispuesta a portar al recién nacido infante Luis Amadeo, único saboyano nacido en España.
La I República no contó con el beneplácito de los Serrano y se marcharon a Francia. Cuando el 3 de enero de 1874, Pavía tomó el Congreso llegó su momento cumbre: comenzaba la «República Presidencialista» de Serrano, algo confuso pero similar a lo que habían conocido en París con Thiers o Mac Mahon.
Desde su recién adquirido palacete en la calle Serrano esquina Villanueva, el matrimonio manejó la vida política y social. Con Serrano ausente a causa de la III Guerra Carlista, la «generala» es la mujer mas distinguida de España. Pero el golpe de Sagunto terminó con aquella provisionalidad y se volvieron a marchar a Francia.
El matrimonio no regresó a España hasta que Alfonso XII ya se había consolidado en el trono. La capacidad de adaptación política de Serrano resultaba asombrosa. Ahora se presentaba como líder de un nuevo partido conocido como Izquierda Dinástica. En estos años acordaron la boda de su hija e hijo mayor, con dos hermanos también de origen cubano.
Aquello supuso un gran escándalo para Antonia ya que la esposa de su hijo, la acusó de falsificación documental. Un «casamiento infame» se decía. Pero Antonia también popularizó el «teatro doméstico» desde el teatrillo creado en su residencia para entretener a Venturita, otra hija enferma de los pulmones. Tal dispendio consumió la economía de la duquesa.
Viuda desde 1885 –Serrano muere solo unas horas después que el rey Alfonso XII– puso a la venta su casa y se marchó a Francia. Vivió en Biarritz hasta su muerte en 1917. Aún en los días de trincheras a causa de la I Guerra Mundial y cuando llevaba más de dos décadas fuera de España, el fallecimiento de «la generala» fue objeto de interés nacional. ABC le dedicó su portada. Tal había sido su poder.