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28 de marzo de 2024

Vladimir Putin durante la cumbre telemática entre los miembros de la OTSC

Vladimir Putin EFE

Análisis

El «diálogo de Melos» y las conversaciones con Rusia

La tensión en Ucrania bien puede ser una versión moderna del episodio de Melos que narra Tucídides en el libro V de la Historia de la guerra del Peloponeso.
En el célebre diálogo, cuando los atenienses quisieron anexionar esta isla neutral a la liga de Delos, los primeros argumentan que «son los fuertes quienes imponen su poder y a los débiles les corresponde padecerlo». Los melios responden que una invasión alarmaría a otras polis griegas neutrales lo que haría decaer el prestigio de Atenas; pero los atenienses se muestran seguros porque los pueblos más sediciosos ya habían sido sometidos por la Liga Délica y el resto no contaban con capacidad para oponerse. Entonces, los melios argumentaron que para ellos sería vergonzoso y cobarde someterse sin luchar
La respuesta de Atenas fue muy pragmática afirmando que lo verdaderamente vergonzoso sería combatir a un oponente superior cuando no se tiene posibilidad alguna de vencer. Los melios esperaban aún la posibilidad, por pequeña que fuese, de poder ganar contando con que los dioses les fuesen favorables, pero los atenienses se burlaban replicando que esos argumentos emocionales de poco les iban a servir ante un orden de cosas donde, «el fuerte vence al débil». Aun así, los melios no cedieron bajo la esperanza de que Esparta y su Liga del Peloponeso viniese en su ayuda. Los atenienses contra argumentaron que, siendo los espartanos un pueblo tan práctico, era muy probable que no se arriesgasen justo en un momento en que sus intereses estaban en juego. Por eso, les insisten a los melios para que se rindan de una vez arguyendo que no es vergonzoso someterse a un enemigo cuya fuerza militar es abrumadoramente superior, sobre todo si te ofrece condiciones razonables.
El resultado del diálogo fue que los melios se mantuvieron firmes y dignos y cuando pasó el verano y llegó el siguiente invierno, tras un duro asedio, la isla fue ocupada a sangre y fuego. Una vez entraron los atenienses se entregaron a una matanza sin precedentes: los hombres fueron masacrados y las mujeres junto con los niños supervivientes esclavizados.
Hoy podemos afirmar que las negociaciones con Rusia han llegado a «punto muerto» tras el 9 y 10 de enero, en Ginebra, con EE. UU. y la OTAN y, posteriormente, en Viena, el 13, en la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. La tensión no se relaja porque los borradores de Moscú dejan muy claro, en sus propuestas de seguridad, que Ucrania, Georgia, Finlandia o Suecia no podrán adherirse a la Alianza por propia voluntad, y que Polonia y los países bálticos no deben aumentar la presencia militar de la OTAN en sus territorios; así mismo Estados Unidos debe retirar armas nucleares de Europa.
Los sectores prorrusos han resaltado la justa preocupación de Putin ante la expansión del bloque atlántico hacia el este, contando la oferta que la OTAN ha hecho a Suecia y Finlandia para llegar a un acuerdo exprés de adhesión al Tratado del Atlántico Norte.
Putin, a sus 69 años, parece estar decidido a dejar su legado en la historia y corregir lo que, desde sus tiempos de agente del KGB en Dresde, cuando la caída del Muro de Berlín ha considerado siempre como la gran catástrofe de Rusia en el siglo XX: la desintegración de la Unión Soviética. Por eso, su Gobierno postula un protectorado que, a nuestro juicio, reactiva la doctrina Brézhnev que, en tiempos de la Guerra Fría, se extendió hasta el Elba.

Putin reactiva la doctrina Brézhnev que, en tiempos de la Guerra Fría, se extendió hasta el Elba

Una semana más y el incremento de la tensión en el Este amenaza con temporal porque en Ucrania, ante el hostigamiento de Moscú, se han espoleado las pasiones nacionalistas y se organizan milicias ciudadanas preparadas para presentar una dura resistencia e invocando una larga campaña de guerra de guerrillas, como aseguraba su exministro de defensa, Andriy P. Zagorodnyuk, en su artículo publicado en el Atlantic Council: «Ucrania puede crear decenas de miles de grupos pequeños y altamente móviles capaces de atacar a las fuerzas rusas. Esto hará que sea virtualmente imposible para el Kremlin establecer cualquier tipo de administración sobre las áreas ocupadas o asegurar sus líneas de suministro».
Estados Unidos dice estar dispuesto a apoyar esta insurgencia, como hizo en Afganistán en 1979. Sin embargo, para muchos analistas apoyar y financiar una resistencia así no resulta fácil y precisa de una estrategia de largo plazo que permita mantener una moral alta entre los rebeldes. Han cambiado mucho las cosas desde que la Unión Soviética invadió Afganistán: la potencia militar rusa es superior y distinta a la de entonces y su capacidad disuasoria frente a los apoyos externos que anuncia Estados Unidos y, con boca pequeña, la Unión Europea es bastante más contundente: comenzando por su dominio sobre los gaseoductos que tanto necesita Europa. De otra parte, Rusia sabe más que nadie en guerra híbrida pues fueron sus estrategas quienes iniciaron este tipo de acciones en Crimea y Donbás.
Lo que para mí sí es claro es que los ucranianos, al igual que los antiguos melios, con ayuda o sin ella, van a plantar una dura resistencia si se produjese lo peor, porque esta nación ha padecido en la historia reciente las peores consecuencias de las ocupaciones, tanto las de Alemania, como las de Rusia.
En cualquier caso, siempre hay que leer a Tucídides.
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