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27 de abril de 2024

Hugo Chávez ante la reconstrucción del rostro de Simón Bolívar en el Palacio presidencial de Miraflores en Caracas

Hugo Chávez ante la reconstrucción del rostro de Simón Bolívar en el Palacio presidencial de Miraflores en CaracasRodrigo Abd

El Debate en América

El interminable naufragio institucional de Venezuela

Cuando seamos capaces de adquirir conciencia de los porqués y los cómo de nuestra historia política reciente, o cuando la insatisfacción se exprese con algo más que protestas anémicas y dispersas, podrían producirse cambios que marquen la diferencia

¿Queda todavía espacio para pensar en un regreso a la democracia, luego de más de veinte años de creciente consolidación de un régimen autoritario que se dice democrático, y con la magnitud y complejidad de la crisis económica, social, política y cultural que desató?
Aunque tales colapsos han sido comunes en la región, la autocratización no lo había sido tanto, pero hoy, Venezuela junto con Nicaragua y Cuba, son casos emblemáticos y sin rivales en esta desgracia.
Una de las ideas-fuerza que ha caracterizado este proceso de autocratización, y cuya comprensión puede ayudarnos a entender ¿cómo fue qué llegamos hasta aquí?, es la del particularismo; ese fenómeno psicológico y patológicamente fragmentador en el cual «las partes del todo comienzan a vivir como… todos aparte», es decir, como una dispersión e incapacidad para trabajar por una causa común o un bien mayor compartido.
El particularismo fragmentador comenzó a ser visible en la Venezuela de los años 80, en el seno de los sectores de poder y sus organizaciones políticas, hoy llamadas opositoras, y más tarde antes, pero especialmente, a raíz de la muerte del comandante Chávez hace ya una década, en el seno del propio gobierno y de su partido.
Este fenómeno se nos reveló, entonces, como un quiste socio-psicológico que ha estado allí desde siempre, especialmente en la comunidad política, dejando pocos espacios impolutos.
El particularismo potencia las tensiones y obstaculiza los esfuerzos por la convivencia, pues exacerba las incomodidades naturales que supone compartir con los otros.
Estamos entonces, ante una disposición de la mente y el corazón, de espíritus soberbios que sobredimensionan sus capacidades, se creen destinados a la victoria y se auto reconocen como llamados a avanzar por su cuenta hacia el éxito que creen merecer.
Del particularismo, derivan otras dos ideas-fuerza: La acción directa, que hace creer al que la posee, que no tiene por qué contar con los demás; en realidad cree que no los necesita, pues su pensamiento y las acciones que de él derivan, está dominado por tres sentimientos: resentimiento, venganza y envidia.
Para ellos las vías institucionales, las leyes mismas, la perseverancia, los difíciles caminos al consenso y la obligatoria paciencia, flexibilidad y tolerancia exigidos por la entrega a un proyecto común, son obstáculos indeseables que los separan de su grandioso destino.

En sus mentes, ninguna organización preexistente es merecedora de sus capacidades

En sus mentes, ninguna organización preexistente es merecedora de sus capacidades y solo una institucionalidad hecha a la medida de sus ambiciones podría llevarlos a la gloria a la que creen estar destinados.
Dentro de esta lógica, toda acción que emprendan para lograr sus metas, está plenamente justificada y es legítima. Luego se ocuparán de que también sea legal o aceptada socialmente, por las buenas (la propaganda) o por las malas (la represión).
Aquí no se trata de un debate entre izquierdas o derechas, ni tampoco de escoger entre socialismo o capitalismo.
Nos enfrentamos a una mazmorra ideológica que no es pensamiento político serio. No enfrentamos un proyecto de país alternativo, sino la furia babosa de odio y frustraciones personales; no se trata de interactuar con formaciones antagonistas, gente que piensa distinto, sino de lidiar con patologías psicopolíticas irrecuperables.
La otra idea-fuerza es: el funcionamiento sobre la base del concepto de compartimientos estancos, los cuales son componentes independientes y desarticulados que pueden compartir espacios y tiempos, incluso algunas aspiraciones nobles, pero que no funcionan como un sistema y, en consecuencia, no tienen capacidad para unir esfuerzos, pero sí para competir entre ellos.

Eso ha convertido al país en una sociedad archipiélago, conformada por islas inconexas motivadas por sus propios intereses

Eso ha convertido al país en una sociedad archipiélago, conformada por islas inconexas, (las instituciones públicas, las empresas privadas, los partidos políticos, las mafias de funcionarios corruptos, los beneficiarios de la corrupción, los narcotraficantes, las mega banda criminales, la policía, los órganos de seguridad, los militares y paramilitares, y hasta sectores populares) motivadas por sus propios intereses.
Los que conforman cada compartimiento, o bien se perciben como víctimas o se sobrevaloran a sí mismos y creen falsamente que pueden prescindir de los demás con cierta autonomía.
Mientras tanto, la acumulación de problemas estructurales no resueltos ha ido minando la eficacia, y también la legitimidad del régimen; pero eso no es suficiente para que ocurra una transformación hacia la democracia y para detener el proceso de disolución del país.
Quizás cuando seamos capaces de adquirir conciencia de los porqués y los cómo de nuestra historia política reciente, o cuando frente a la agudización de los problemas sociales y económicos surja en la gente la percepción de que estos se volvieron insolubles, o cuando la insatisfacción se exprese con algo más que protestas anémicas y dispersas, podrían producirse cambios que marquen la diferencia.
Mientras tanto, y parafraseando a Ortega y Gasset (España invertebrada, 1921), «Venezuela se va deshaciendo, deshaciendo…».
  • Alex Fergusson es autor de 19 libros, profesor-Investigador de la Universidad Central de Venezuela y asesor en Gerencia de Conflictos y Negociación
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