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19 de abril de 2024

El presidente de la Coalición Cristiana, Pat Robertson

El presidente de la Coalición Cristiana, Pat RobertsonAFP

Pat Robertson (1930-2023)

Gran telepredicador, candidato irrelevante

Jugó un papel decisivo en la reconquista conservadora de la sociedad norteamericana gracias a un emporio mediático y académico que factura decenas de millones de dólares al año

El pastor Pat Robertson
Nació en Lexington (Virginia) el 22 de marzo de 1930 y falleció en Virginia Beach (Virginia) el 8 de junio de 2023

Marion Gordon Robertson

Peso pesado del conservatismo estadounidense

La vena conservadora le vino menos por ser hijo de un senador del ala dura del Partido Republicano que por su encuentro con un misionero holandés que le convenció de ceñirse siempre a la «voluntad de Dios». De esa premisa nació su considerable influencia. Tenía dos carreras universitarias -Historia y Derecho-, un máster en Teología (bautista) y fue triplemente condecorado en la Guerra de Corea.

Pat Robertson aseguró en 1986 que solo se postularía a las primarias del Partido Republicano de cara a la siguiente elección presidencial –que terminó venciendo George Bush padre– si obtenía un mínimo de tres millones de firmas ciudadanas. En absoluto era un requisito para lanzar su candidatura, pero quería hacer una demostración de fuerza ante la opinión pública en general y ante el Grand Old Party en particular. Venció el órdago con relativa facilidad.
Fue una sorpresa relativa: era de sobra conocido que Robertson venía configurando desde 1960 un lucrativo emporio fundamentado en el conservadurismo cristiano más desacomplejado, de tintes nítidamente protestantes –aunque siempre mostró simpatía hacia el mundo católico: lo demuestra su apoyo sin reservas al documento Evangelicals and Catholics together–, cuyos pilares son «Christian Broadcasting Corporation», más adelante «The Family Channel», el primer canal televisivo que emitió vía satélite en Estados Unidos, y la universidad Reget, que hoy en día cuenta con ocho facultades y cubre todas las etapas de la vida académica, desde la licenciatura hasta el doctorado, pasando por el máster.
Una red lo suficientemente sólida como para destacar en unas primarias. Incluso con un mensaje muy conservador en lo tocante a valores morales –faltaría más–, política económica y orientaciones diplomáticas. Y sus inicios fueron alentadores, quedando segundo, por delante de Bush, en el caucus de Iowa.
Mas el «efecto Robertson» se desvaneció como la espuma tras la prueba de New Hampshire. De entrada, sus planteamientos tradicionales resultaron divisivos en una sociedad norteamericana más progresista que la de hoy en día. Roberson fue, asimismo, víctima de su incoherencia. Se vio a la defensiva cuando sus críticos le reprocharon su mezcla desinhibida de la religión y el Estado, obligándole a renunciar a su condición de consagrado –fue pastor bautista durante más de un cuarto de siglo– y acabó acorralado cuando los medios descubrieron que había falseado su acta matrimonial que para ocultar que su mujer estaba embarazada de siete meses cuando se casaron, en clara contradicción con sus rígidos planteamientos en la materia.
El telepredicador sacó las consecuencias retirando su candidatura antes de rayar en la irrelevancia electoral. Renunció para siempre al poder, pero regresó hábilmente al primer plano por medio de la influencia, siendo el principal impulsor de la Coalición Cristiana, que infiltró con eficacia las estructuras del Partido Republicano en los meses que precedieron las elecciones de mitad de mandato de 1994.
El resultado fue espectacular tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes y supuso el inicio de la reconquista conservadora del partido y también de amplios sectores de la sociedad norteamericana. Una ola que empezó a arremeter con fuerza con la elección de George Bush hijo y alcanzó su cenit con la victoria de Donald Trump. Se puede decir que el fallo de hace un año por el que el Tribunal Supremo dejó de reconocer el aborto como un derecho federal es, en parte, fruto de la labor de zapa desplegada por personas como Robertson.
Tenía conciencia de ello y hasta un año antes de su muerte mantuvo una intensa actividad comunicativa, teñida frecuentemente de exabruptos como pedir la muerte de Hugo Chávez –posteriormente se retractó– o considerar el terremoto de Haití como un justo castigo a su población por haberse atrevido a pedir la independencia dos siglos antes. Unas salidas de tono que su cara y estilo de tipo bonachón lograba a veces difuminar.
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