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06 de mayo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Fuese y no hubo nada

Hace ya tiempo que los británicos dejaron de ver en ella lo que el conde Spencer proclamó en su filípica catedralicia: «La esencia misma de la compasión, el deber y la belleza»

Actualizada 10:20

Veinticinco años después de la madrugada del 31 de agosto de 1997, la memoria de Diana, Princesa de Gales, está muy lejos de ser lo que sus hagiógrafos creyeron aquel día que iba a ser. El primero que creyó que Diana iba a permanecer como una heroína popular fue su hermano, el noveno conde Spencer. Cuando en su día se consumó la separación de los Príncipes, Diana pidió a su hermano Charles que le prestara una de sus numerosas casas en el entorno de la residencia familiar de Althorp House. Pese a que él vivía en Suráfrica, el conde se negó aduciendo que eso crearía un interés mediático que haría insufrible la vida en Althorp. En otras palabras: dejó a su hermana tirada. El 6 de septiembre de 1997, en la abadía de Westminster en la que se ofició el funeral, Charles Spencer se erigió en protagonista de la ceremonia religiosa. Tomó la palabra y arremetió contra los medios de comunicación de los que Diana se había servido y, no contento con eso, humilló públicamente a la Reina y a toda la Familia Real. Terminada su diatriba, una cerrada ovación de los amigos de Diana llenó Westminster.
Completado el lanzamiento mediático de su nuevo negocio de éxito seguro tras años de promoción periodística y una semana de una conmoción mundial que ofrecía los mejores augurios, el conde Spencer se llevó el cadáver de su hermana a enterrar en una isla artificial, en medio de un lago también artificial junto a Althorp House, la propiedad que quiso preservar de ella. El lucro parecía seguro.
Pero cuando se acabó la utilidad de Diana, los medios se olvidaron de ella. Y al cabo de cinco años, las visitas al memorial eran irrelevantes en cuanto a su número. Podría decirse, como en el último verso del soneto de Cervantes ante el túmulo de Felipe II en Sevilla: «Fuese y no hubo nada». Bueno, sí. Hubo dos hijos. El Duque de Cambridge es un Príncipe ejemplar, apegado a su padre y a su abuela y padre de una familia aparentemente modélica. El Duque de Sussex, que físicamente no se parece ni a su padre ni a su madre, ha abandonado en la práctica la Familia Real, ya no se habla ni con su padre ni con su hermano y quiere ser el perfecto émulo de su madre en sus ataques a la Corona.
Diana, Princesa de Gales

Diana, Princesa de GalesGTRES

Tras la muerte de Diana un 60 por ciento de los británicos decían que en ningún caso Carlos podría ser Rey si se casaba con Camilla. Nada de aquel sentimiento perduraba en 2005 cuando contrajo matrimonio con ella, discretamente, en Windsor. Y la Reina Isabel II ha dejado claramente expresada su voluntad de que cuando ella muera la hoy Duquesa de Cornualles sea titulada Reina.
Lo que sí sabemos es que hace ya tiempo que los británicos dejaron de ver en ella lo que el conde Spencer proclamó en su filípica catedralicia: «La esencia misma de la compasión, el deber y la belleza». Belleza, es imposible discutirlo. Deber, es algo que nunca quiso entender. Y compasión, como la que mostraba paseando por campos sembrados de minas antipersonas, hay que contraponerlo a su relación con su última pareja, Dodi al Fayed, hijo de uno de los mayores traficantes de armas del mundo. Minas incluidas.
Jonathan Freedland publicó en The Guardian el 13 de agosto de 2007 un largo artículo titulado «¿Un momento de locura?», en el que afirmaba que aquella semana de hace un cuarto de siglo «se ha convertido en un recuerdo embarazoso, como si fuera una especie de empalagosa nota de autocompasión de un quinceañero en su diario. Nos avergüenza recordarlo».
Como es lógico, los británicos ya no quieren recordar aquellos días. Ni sus hijos van a celebrar ningún acto. Para el funeral de Diana en Westminster, su amigo Elton John escogió interpretar la canción Candle in the Wind, renombrada como Goodbye England’s Rose. Todos creímos que era un bonito homenaje a su amiga. Quizá iba más allá de lo que parecía. Puede que Elton John, un hombre muy listo, intuyera que Diana de verdad era una Candle in the wind, una «vela en el viento». Y las velas, en el viento, se apagan.
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