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01 de mayo de 2024

GaleanaEdurne Uriarte

Txapote sí votaría a Sánchez

Pactan con los defensores de Txapote, pero no soportan que se lo recordemos

Actualizada 01:30

La pregunta no es si Txapote votaría a Sánchez, la pregunta es por qué los socialistas se indignan cuando los ciudadanos le gritan esa verdad al presidente. Txapote representa en el eslogan ciudadano a los etarras, y sí, la inmensa mayoría de los etarras representados en ese grito votaría a favor de la investidura de Sánchez. De hecho, lo ha confirmado de nuevo ayer EH Bildu en su reunión con Sánchez: el partido al que apoyan mayoritariamente los etarras va a votar a Sánchez.
Por lo que sobra tanta indignación hipócrita de los socialistas por un grito que simplemente refleja la verdad, la verdad confirmada de nuevo ayer ante los 48 millones de españoles. Bildu fue con otros nombres el brazo político de ETA, y hoy es el partido que defiende su memoria y a los etarras encarcelados, con homenajes y con acuerdos con Sánchez para favorecerlos. Cuando Sánchez da la mano a EH Bildu y pacta con ellos el voto favorable a su investidura, asume el relato etarra de la historia. Y se convierte, obviamente, en el presidente preferido de los etarras. La indignidad democrática y moral está en eso, no en recordárselo con el grito de «que te vote Txapote». La cuestión realmente compleja está en la reacción socialista. En el porqué de esa mezcla de hipocresía, negación de la realidad y asunción del pacto con los herederos de ETA. ¿Cómo explicar que quienes fueron perseguidos por ETA defiendan el pacto con quienes siguen justificando el terrorismo y a los asesinos?
Tres elementos explican la reacción socialista. El primero, el fanatismo de partido, esa disposición a apoyar cualquier cosa si viene dictada por el partido, lo que, en los más forofos, se extrema cuando hay una crítica fuerte desde otros partidos. De hecho, ese fanatismo de partido explica la reacción de una parte del electorado de izquierdas en las pasadas elecciones, cuando fueron a votar para reafirmar la marca, sin importar lo que Sánchez había hecho en su nombre. Fue la versión española de aquello de Trump en 2016: «Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos».
Algo parecido está pasando con Sánchez y el fanatismo de partido, que puede pactar con los herederos de ETA o con golpistas fugados, y no pierde votos, o eso cree, lo mismo que Trump. Porque le acompaña, además, un segundo factor, que es la sumisión a sus dictados de una buena parte de los periodistas e intelectuales de izquierdas, por miedo a que les corten la cabeza, Sánchez ya ha demostrado de lo que es capaz, y por miedo a la presión del grupo. Luego dicen de la disciplina de partido, como si la disciplina de esos periodistas e intelectuales con Sánchez fuera menor.
Y hay un tercer factor, más profundo, enraizado en una cultura política que viene de muy lejos. Es esa ambivalencia de la izquierda hacia los terrorismos de extrema izquierda. Es ese «yo no sé lo que es el terrorismo», del comunista y socio de Sánchez, Enrique Santiago, para no condenar a Hamas, o para apoyar a las FARC, o para estar cerca de Bildu. Los socialistas no están ahí, pero dudan, y una y otra vez acaban prefiriendo los pactos con Santiago o con Bildu que con la derecha. En la duda está también su vergüenza, su incomodidad. Pactan con los defensores de Txapote, pero no soportan que se lo recordemos.
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