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Desde la almenaAna Samboal

Pedigüeños por Europa

Y, en momentos cruciales de la historia como los que vivimos, nuestros socios no se pueden permitir un primer ministro al frente de la cuarta economía del euro que no goce siquiera del respaldo de su propio gabinete para cumplir los compromisos que él mismo ha adoptado

Actualizada 01:30

Es una mujer afable en las distancias cortas, le cuesta perder la sonrisa. No se le puede negar la habilidad de haber tejido las relaciones adecuadas para llegar a convertirse en vicepresidenta del gobierno. Me discutirán que esto sea un mérito, pero, en la vida de los partidos, la agenda y la destreza para fingir amistad cuando no es más que conveniencia, suele dar buenos réditos. También la capacidad para cargarse a adversarios y enemigos sin pudor, con golpes secos. No dudó en compadrear con Sánchez para mandar a su mentor en Madrid a poner cañas y no vacila cada vez que asesta un duro varapalo al tejido empresarial, aunque después le diga a Garamendi que está muy guapo y le plante dos besos. Lo que no acostumbra a hacer Yolanda, y por ello llama especialmente la atención su comportamiento en las últimas horas, es perder los nervios.

Se mostró borde y esquiva con los periodistas cuando le preguntaron por la posición de Sumar a la hora de elevar el presupuesto de Defensa y faltona con Alberto Núñez Feijóo cuando Esther Múñoz le ha afeado su comportamiento ante las gravísimas denuncias de violencia machista que pesan sobre sus compañeros. ¿Qué le pasa a Yolanda? La conducta presuntamente inapropiada de Errejón y Monedero no parece incomodarla lo más mínimo, tampoco la de su amiga Mónica. Ha sobrevivido a los escándalos y se ha puesto un 8M más al frente de la manifestación. Habrá que concluir, por tanto, que es la negativa de los suyos a votar un incremento del gasto en Defensa. Eso sí la pone contra las cuerdas.

Si Yolanda no perdona, Pedro Sánchez es letal con todo aquel que no satisface sus deseos y necesidades. Y, aunque tratará de enredar al PP para que le apruebe el presupuesto militar, no se puede permitir el lujo de que la mitad de su gobierno vote abiertamente en contra de una decisión trascendental como esta. Ayer en Finlandia, hoy en Luxemburgo, el presidente anda de pedigüeño por Europa tratando de que otros, además de los españoles, financien sus temerarias decisiones. No lo tiene fácil. Con su historial, menos.

Cuando sólo era un candidato, se mostraba partidario de suprimir el Ministerio de Defensa. Ha decidido ejercer el poder sin escaños suficientes, apoyado por una alianza puntual de intereses. Sin presupuestos durante dos años, racaneando los euros en materia de seguridad, no puede ahora dar la espalda a las exigencias de los aliados. La factura, le guste o no, tendrá que correr de nuestra cuenta. O tendrá que pagarlo en carne propia. Se lo harán saber en Bruselas, si no lo han hecho ya. También puede pedir consejo a Zapatero. Porque, si España no es segura, Europa no estará segura. Y, en momentos cruciales de la historia como los que vivimos, nuestros socios no se pueden permitir un primer ministro al frente de la cuarta economía del euro que no goce siquiera del respaldo de su propio gabinete para cumplir los compromisos que él mismo ha adoptado.

La huida hacia adelante le ha llevado lejos, pero se acerca raudo a uno de esos callejones aparentemente sin salida en los que debe demostrar que puede seguir al timón. A Pedro Sánchez le sobran arrestos para seguir intentándolo: enredar a Europa en sus ingenierías contables y métricas o convocar elecciones de la noche a la mañana en otro ejercicio de sálvese quién pueda. En cualquiera de los dos escenarios, él tiene una opción. A Yolanda le deja sin ellas.

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