Sociedad civil
Hay sociedad civil de sobra para articular una resistencia a cualquier tiranía ideológica, burocrática o utilitarista
Busco la inspiración dando vueltas en vespa, «quemando caucho», como decía mi abuela. Hoy me he llevado una sorpresa asombrosa. Había por las calles de mi pueblo, que es el Puerto de Santa María, muchísimos jóvenes con chaqueta y corbata (la sorpresa); y ellas guapísimas, de largo (el asombro). En varios barrios muy distintos. He tardado unos segundos en darme cuenta de que esperaban autobuses para ir a la feria de Jerez, que se celebra esta semana.
He seguido con la vespa, como Nanni Moretti, y al pasar junto la Iglesia Mayor Prioral he visto otros muchachos enchaquetados que entraban. Me ha extrañado esa devoción que se encomendaba a la Virgen de los Milagros antes de ir de feria, aunque me parecía razonable. Como la vespa se aparca bien, eché un vistazo. Se celebraba una misa para preparar la romería del Rocío. Esta vez no eran feriantes, sino rocieros.
He recordado entonces al vizconde de Tocqueville y a sir Roger Scruton, que decían que la superioridad política de la democracia americana y de la inglesa, respectivamente, era la existencia de una vigorosa sociedad civil. A sus asociaciones las llamaban «little platoons», que es un nombre bien bonito. El caso es que entre la seguridad de ellos y la sonoridad del nombre, uno se acompleja pensando en la inexistente sociedad civil española.
Qué error más tonto el mío. Las hermandades de Gloria y las de Semana Santa son puras little platoons , aunque no son pequeñas, precisamente. Y tienen un peso en la sociedad enorme, como saben de sobra todos los alcaldes y concejales. Y no sólo ellos. En Roma se ha celebrado el jubileo de las cofradías, que ha coincidido, en una redonda carambola providencial, con la Santa Misa que comienza oficialmente el Ministerio Petrino de León XIV, como sucesor del apóstol Pedro y, por lo tanto, como Pastor de la Iglesia católica. Todo lo que sucede es un signo, y hete aquí que tenemos a las cofradías allí, en Roma.
De vuelta de la vuelta en vespa, contemplaba las bellísimas imágenes de las hermandades españolas junto al Coliseo, y pensaba que la fuerza de la piedad popular como cimiento de la fe, se debe en parte a su capacidad de belleza y rito. No olvidaba tampoco a mis elegantes feriantes, que ya estarían dando vueltas por el Real. Esas fiestas tradicionales a las que nuestros jóvenes se sienten tan vinculados como los mayores o más, son indicios de una sociedad que no quiere renunciar a ser ella misma. La primera Ley de la política de Robert Conquest afirma que todo el mundo es conservador en las cosas que conoce de primera mano. Todavía podríamos decir más: todo el mundo es tradicional cuando quiere divertirse de primera mano; y sempiterno cuando lo que quiere es rezar en el fondo del alma.
La penúltima derecha que hemos tenido en España quiso centrarse en la economía, acudiendo a lo folclórico apenas, si acaso, para recoger votos sin sacar consecuencias. Y creo que todavía queda un inmenso trabajo por hacer para conectar la potencia social de un pueblo que no quiere perder ni sus raíces ni sus alas con la política que vive de espaldas a ese sentimiento transversal, cuando no trabaja en contra.
Tocqueville y Scruton podrían estar tranquilos en lo que a España se refiere. Hay sociedad civil de sobra para articular una resistencia a cualquier tiranía ideológica, burocrática o utilitarista. Nos falta ser conscientes de los vasos comunicantes que tiene que haber entre una visión de la vida muy firme y una administración que no se da por enterada. No se trata de instrumentar políticamente nada, Dios me libre, sino de hacer que las influencias lógicas y los corolarios naturales fluyan conforme a sus implicaciones filosóficas y prácticas. Todo parece indicar que estamos cerca.