El monstruo
Beatriz es católica, apostólica y romana, y sabe valorar el tesoro de una vida. Siguió recorriendo hospitales y consultas hasta que llegó el de la elección. –Hay que decidirse; –lo tengo decidido desde el primer día. Si Dios me manda un monstruo, me haré cargo con todo mi amor del monstruo
Ni el ser más monstruoso, deforme y brutal podría compararse con lo que le avecinaba. Se casaron y muy pronto tuvieron noticias. Acudieron al ginecólogo de Madrid y al doctor se le derrumbó el rostro hasta los pies. –Lo siento, Beatriz. Nada me espanta más que darte este diagnóstico. Jamás había visto nada parecido. No estás esperando un niño. Estás embarazada de un monstruo.
La madre se llama Beatriz Martínez de Haro. Es la actual condesa de Murillo y se negó a aceptar lo que le recomendaba el médico. Beatriz lleva en sus venas la sangre de San Francisco Javier, el Divino Impaciente. Y pocos días más tarde del pasmo, volaba con su marido a los Estados Unidos con el informe de su monstruito. La ciencia norteamericana coincidió con la española. –Eso que lleva usted no es un niño ni una niña. Es una grotesca masa de carne.
Beatriz es católica, apostólica y romana, y sabe valorar el tesoro de una vida. Siguió recorriendo hospitales y consultas hasta que llegó el de la elección. –Hay que decidirse; –lo tengo decidido desde el primer día. Si Dios me manda un monstruo, me haré cargo con todo mi amor del monstruo. Los ginecólogos no consiguieron convencerla.
Para que el monstruo naciera tuvieron que practicarle una cesárea. Y en este estado de fortaleza y decrepitud compartidas ingresó Beatriz en el quirófano. A diez metros se hallaba el salón de espera, y oyeron unos murmullos que terminaron por convertir en alaridos de júbilo. La comadrona intentó expresarse, pero no podía y el ginecólogo le explicó que el monstruo de tres cabezas eran tres niños fuertes, sanos y perfectamente viables. Hace mucho que no los veo, pero creo que el monstruo se despiezó en tres seres humanos sanos y poderosos. Hoy, creo, los monstruos están a un paso de cumplir los 50 años. El monstruo se llama Beatriz Urzáiz Ramírez de Haro, y con los mismos apellidos, los dos pedazos de carne grotesca restante. Javier e Isabel Urzáiz Ramírez de Haro, de familia buenísima que eso fastidia aún más.
Quizá tengo la suerte de que este texto lo lee una chica que acude a una clínica a abortar, a matar a su hijo. Y que después de leerlo se toma unos días para pensar en el vacío de su vida, terminada después de entregar a un negocio la vida y la esperanza de su niño. Del valor de su futuro.
El monstruo sigue suelto por ahí.