El oso andaluz
Entre el calentamiento global y los terribles incendios que ha sufrido el norte de España este verano, algo ha cambiado
Siempre me refiero a la historia de las tres gotitas de agua, íntimas amigas, que caen sobre el pico Tres Mares en la Montaña. Alcanzan juntas la tierra, pero no les da tiempo ni a despedirse ni desearse suerte. Un gota se suma al arroyuelo, que se forma en el Rudrón en Quintanilla de Escalada, provincia de Burgos, y termina su largo camino en diagonal en el Mediterráneo, fin del Íbero, del Ebro, en su estuario tarraconense. Otra gota es empujada a los nacientes colaboradores del Duero y se junta al Río de Oro en Zamora. Se hace mar en Oporto, la gran ciudad portuguesa y alguna de esas gotas se han topado con la costa de la «otra orilla». Y una tercera, más modesta, se pierde después de un breve recorrido en el mar Cantábrico. Para eso estamos los comisionados del Calentamiento Global, entre cuyos responsables me pueden encontrar en la «Guía de los Calientes Globales», página 956, y cuya referencia dice: «Comisionado Especial del Calentamiento Global y el cambio de los comportamientos de la fauna y la flora en España». Y dejo de presumir.
De ahí que fuera requerido para acudir a La Jaralera, el campo más extenso de nuestra Patria, con sus 48.536 hectáreas. Su propietario me lo ha rogado. - Orejillas – excesiva confianza-, como no quiero que te quedes en el puente de un túnel de Puente – hay ingenio ahí-, te mando a Miroslav en el Bentley. Habrás deducido que soy tu amigo Sotoancho. Estamos confusos y perdidos. Ya sabes lo que es La Jaralera en la berrea, una sinfonía de amor, de celos y de combates entre los machos cervunos. Desde dos días atrás, todo es pesadumbre y silencio. Y esta tarde vienen los del Seprona a examinar los aconteceres y de paso soltarme una bronca, porque siempre regañan y a mí me tienen más gato que lo normal. Te espero con toda la guardería porque desde que eres Caliente Global, tu opinión vale oro.
Ahí es nada. En efecto, entrando por la casa de Julio, y pasando de largo de la mía, de los cazadores, de los guardas nuevos… ni una berrea. – A ver cómo explica usted esto-, me ha dicho el jefe del Seprona . Me he presentado y recibido toda suerte de respetos. De pronto, un gruñido con ingredientes de rugido. Los venados y los gamos – que también han iniciado su «ronca», corriendo despendolados de un lado al otro. He comentado que, entre el calentamiento global y los terribles incendios que ha sufrido el norte de España este verano, algo ha cambiado. Como las gotitas. Se han refugiado en los bosques de Asturias, La Montaña y el norte de Palencia, y un oso pardo se ha extraviado y se ha impuesto en La Jaralera. Los ciervos están como Espartaco Santoni cuando tenía 20 años.
Pero ahí está el temido oso mirándonos con una fijeza estremecedora. -Le hago responsable de su vida- me ha advertido el Seprona. Como conservador de especies exóticas, he recomendado a Sotoancho que le dé matarile. El oso recela y gruñe. Se lanza contra mí. Un oso pardo andaluz no lo tiene nadie, y Miroslav, ha grabado la escena del brutal ataque. El oso ha caído y he mandado naturalizar su cabeza. «M. Sotoancho. Ursus Pardus andalucensis».
Hoy he sido detenido.
El juez ha comprendido.
Y aquí paz y después gloria.