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El puntalAntonio Jiménez

De Napoleón a Napoleonchu y Sánchez retratado

Pocas veces, por no decir ninguna, ha estado España más aislada internacionalmente, puesta en entredicho por occidente y fuera de los centros de decisión sobre los grandes conflictos

Nada más lejos de mi ánimo, sería una ofensa además, comparar al emperador galo con nuestro mediocre ministro de Exteriores, Albares, a quien con acierto y feliz ocurrencia, Ramón Pérez-Maura alumbró como Napoleonchu tras rescatar el apodo de los corrillos diplomáticos, donde las ínfulas de grandeza de nuestro hombrecillo en el Palacio de Santa Cruz se equiparan, en ridículo contraste, con la grandeza histórica del personaje francés.

Albares es a Napoleón lo que una lagartija a un dinosaurio. Ello no es óbice para que el jefe de la diplomacia de Sánchez, menuda contradicción asociar diplomacia con Sánchez, saque más pecho que un pavo real y se contonee por los medios afectos vendiendo la impostura de que «nunca antes en toda su historia democrática, España ha tenido el peso internacional que tiene hoy en día, ni su voz había sido tan escuchada» (sic).

Este Napoleón de garrafa o de todo a cien se da el pisto de afirmar que el peso internacional de España y su influencia, nunca antes vistos en democracia, la hacen determinante como agente de cambio en debates globales, lo de la globalidad les pirra, impulsando soluciones multilaterales, el multilateralismo les fascina, hasta hacer que la política exterior española se extienda de Washington a Pekín con relevancia y búsqueda de consensos. Si Albares hubiera estudiado algo a Napoleón, habría aprendido que nada va bien en política cuando las palabras contradicen a los hechos. Y nada es más contradictorio que presumir de lo que se carece y no se tiene, por incompetencia y por censurables intereses políticos. Claro que este Napoleonchu es el mismo que fijó como prioridad del servicio exterior de España conseguir de la Unión Europea que el catalán sea lengua cooficial en las instituciones comunitarias con el resultado conocido de un rotundo fracaso.

No hace falta que un excelente periodista y corresponsal en la Casa Blanca, David Alandete, a quien varios ministros insultaron tildándole de antipatriota por inducir a Trump, según ellos, con sus preguntas sobre España, a que criticara a Sánchez, le interrogue de nuevo sobre nuestro país, porque ya se encarga el mandatario norteamericano de recordar una y otra vez, hasta en cinco ocasiones en los últimos diez días, el papel de gorrón y socio nada fiable que le ha adjudicado a Sánchez por aprovecharse de la OTAN sin contribuir con la misma decisión que el resto de países al incremento del gasto militar.

Trump considera a España una excepción a la que señala por no jugar en equipo mientras conmina a Rutte a que solucione el problema generado por el presidente del Gobierno español. Y no solo Trump amonesta y reprocha a Sánchez por su mezquindad, también el propio jefe de la OTAN y primeros ministros, como el finlandés y la danesa, le afean que arrastre los pies y escarbe como los mansos en este asunto capital, recordándole que un misil ruso puede impactar en Madrid diez minutos después de que otro alcance cualquier capital del este europeo. La amenaza de Putin es igual de letal para Varsovia que para Madrid por más kilómetros que nos separen de Moscú. Hasta el Senado, de mayoría republicana, ha acusado a Sánchez de «romper con la OTAN y de fortalecer a Hamás» tras censurarle su acercamiento a China y el embargo a Israel.

Pocas veces, por no decir ninguna, en democracia ha estado España más aislada internacionalmente, puesta en entredicho por occidente y fuera de los centros de decisión sobre los grandes conflictos como con Napoleonchu y Sánchez, que han conseguido que la política exterior española tenga el mismo valor e influencia que un euro de madera. La ausencia de Sánchez, ninguneado por Trump, en el «grupo de Washington» para abordar nuevos pasos sobre el fin de la guerra en Ucrania y su presencia como invitado de piedra, y a última hora, en Egipto en la firma de alto el fuego y acuerdo de paz entre Israel y Hamás, han demostrado su irrelevancia en política internacional.

Esto suele ocurrir cuando juegas, antepones o condicionas las expectativas e intereses de España en el extranjero a los tuyos particulares, como hace Sánchez, y utilizas la política exterior de tu país para contentar internamente a quienes te sostienen en la Moncloa, como se advirtió en la ultima foto de familia de la OTAN, en la que se esquinó y apartó del grupo, ridículamente, escenificando para consumo de Sumar, Podemos, ERC, Bildu y demás excrecencias parlamentarias que le sostienen, su malestar y rechazo al incremento del gasto militar que, sin embargo, previamente y en un alarde de hipocresía y cinismo muy propio de él, había acordado y rubricado de puertas adentro con los demás socios de la alianza.

Sánchez aprendió de Maquiavelo que el fin justifica los medios y que la política no tiene relación con la moral, y vive Dios que ambas máximas las aplica sin complejos.

Dentro ya conocíamos su falta de escrúpulos y oportunismo para cambiar de opinión, mentir, en función de su única obsesión, que es mantenerse en el poder. Y fuera le han tomado también la matrícula tras evidenciar su deslealtad y mostrarse como lo que es: un tipo nada fiable a quien difícilmente se le podría comprar un coche de segunda mano, salvo que el comprador quiera suicidarse, descarrilando o estrellándose.

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