El voto, como el amor, es ciego
El voto es sobre todo ideológico y emocional, y eso explica ese 27% que mantiene el PSOE
¿Cómo es posible que ustedes no sean capaces de echar a Sánchez? Nos preguntan muchos ciudadanos a quienes estamos en el Parlamento, y más tras la condena del fiscal general; a lo que añaden una segunda cuestión: ¿Y cómo es posible que el Partido Socialista mantenga ese porcentaje de votos del 27 % según varias encuestas? La respuesta a la primera pregunta es sencilla: porque no tenemos mayoría en el Congreso para aprobar una moción de censura, y porque el único que puede disolver las Cortes y convocar elecciones es el propio Pedro Sánchez.
La respuesta a la segunda pregunta es algo más compleja, pero tiene un factor esencial, y es que el voto, como el amor, es ciego. Porque se vota sobre todo por identificación ideológica y emocional, por ideología y sentimientos, una constante del comportamiento político que es minusvalorada una y otra vez. Al votante le pasa lo mismo que al hombre o a la mujer con las mentiras de su pareja. Que es el último que se entera, porque no se quiere enterar, y que, cuando se entera, o prefiere mirar hacia otro lado, o lo disculpa, porque, al fin y al cabo, todos son iguales, y este es el mío.
De ahí que el grueso del voto del PSOE se mantenga, a pesar de la brutal corrupción que carcome el partido. Es el voto ideológico y emocional que no se mueve, pase lo que pase, y que sostiene al PSOE en los peores momentos. Hay un porcentaje significativo, sí, que se va a la abstención, cuando siente que los suyos le han mentido o le han decepcionado; y también otro porcentaje que le castiga por la poca eficacia en la gestión. Son los dos sectores que intenta atraer el adversario, o bien para el voto, o, al menos, para la abstención.
Pero el núcleo central del voto socialista se mantiene con el partido que percibe como representante de su ideología y de sus valores. Y entre los aciertos de Sánchez está que eso lo entiende muy bien y sabe cómo alimentarlo. Si Ciudadanos se derrumbó estrepitosamente, se debió a que no tenía una identidad ideológica clara, y quiso ser centro y se quedó en tierra de nadie; y, curiosamente, afirmar lo anterior y predecir su derrumbe me costó algunos disgustos con quienes promovieron aquel movimiento. Una experiencia que no ha desanimado al parecer a quienes ahora alientan otra fórmula semejante con Miriam González al frente.
No «es la economía, estúpido», como popularizó James Carville, el estratega de Clinton. Es la ideología. Esa es la sustancia de la parte principal del voto, la que mantiene más o menos constantes los dos bloques, izquierda y derecha. Y en esto Pedro Sánchez también ha sido muy hábil, porque ha conseguido neutralizar a Podemos y Sumar, dividiéndolos y absorbiendo a una parte de ellos. Solo una alternativa de izquierdas podría hacerse con ese voto ideológico y emocional, y Sánchez se ha encargado de que no exista. Con una Yolanda Díaz encantada de llevar a su partido a la irrelevancia, y lo que es más sorprendente, con un partido que la mantiene a pesar de ello.
Abrasados por la corrupción y, ahora, con un fiscal general condenado, pero ahí siguen, en el 27 %. Porque el voto, como el amor, es ciego.