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TribunaAlfredo Liñán

Bienvenido míster Fat

Una pareja de jóvenes de buen ver caminan juntos cada uno con su perro salchicha ataviados con abriguitos de paño y cuello de borreguito, luciendo en sus lomos grandes números como los de los jugadores de rugbi o como se llame la cosa. ¡Qué patada en el culo les daba yo!

Silencio. Coches en vértigos azules cortando las calles. La otrora Avenida del Generalísimo, hoy Paseo de la Castellana –nada que ver con el anís– festoneada de meaderos alineados como pelotones de fusilamiento. El barrio está sitiado. Quizá llegaron al fin los marcianos. Policía a caballo, patrulla, no se sabe qué. Furgones policiales, como calabozos rodantes, apostados en las esquinas. Estamos cercados. Someto a mi nevera, a una severa auditoría y, como presentía, no está la cosa como para aguantar un asedio. Da miedo hasta asomarse a la ventana. En el cielo retumban los rotores de un helicóptero haciendo piruetas, como un gran pájaro dispuesto a lanzarse sobre su presa en cualquier momento. ¿Dónde esconderse?

Alguien por teléfono me aclara que en el Santiago y además Bernabéu, se va a disputar un partido de la liga americana. Algo al parecer a caballo entre el fútbol y el rugbi. ¿Y? Pues eso.

Corría el año del Señor de mil novecientos y cincuenta y tres cuando, a las órdenes de Berlanga el inefable José Isbert se asomaba al balcón del ayuntamiento de Guadalix de la Sierra –Villar del Río en la ficción– haciendo de alcalde en la película Bienvenido Mr. Marshall, decidido a camelar a los americanos para que se fijaran en su pueblo y con ello le atrajeran la prosperidad. Hoy Madrid se viste de gala policial para que los nietos de aquellos americanos puedan disfrutar a gusto de su partido en el Don Santiago.

Me atrevo al fin a salir a la calle y, como si a mi señal alguien hubiera abierto la puerta de chiqueros, veo venir por la antigua 'Costa Fleming' abajo una turbamulta de hombres y sombras de hombres; mujeres y sombras de mujeres y niños medianetes que ni chicha ni limoná, gentes de distinto pelaje y condición, pero uniformados con una especie de ropas fondonas y las llamadas «sudaderas» que con su sola mención hace que se me alerten las pituitarias espantadas. Negros, más negros, blancos, pecosos y rubios, personal del terreno y hasta manadas de amarillos de diversas layas. La humanidad doliente entera, vestida de invasores; con grandes números en pechos, barrigas y espaldas, como si estuvieran a punto de lanzarse a la carrera para comerse el balón con forma de melón de Villaconejos. Y obesos, cientos de obesos bamboleando sus carnes a cada paso. He leído que esa sílfide llamada Trump ha decidido negar el visado para entrar a los EE. UU. de América, entre otros, a los obesos. ¿Será que el muy truhan lo que ha hecho es desviárnoslos para encerrarlos en el Santiago Bernabéu de por vida como su amiguito Eukele?

Una pareja de jóvenes de buen ver caminan juntos cada uno con su perro salchicha ataviados con abriguitos de paño y cuello de borreguito, luciendo en sus lomos grandes números como los de los jugadores de rugbi o como se llame la cosa. ¡Qué patada en el culo les daba yo! A los dueños, por supuesto que, los pobres salchichas bastante tienen con su cara de hot-dog disfrazados de mostaza.

Hace unos años circulaba yo con mi mujer por una calle aledaña, cuando un respetable agente de la autoridad municipal nos detuvo, haciendo que apartáramos nuestro coche a la derecha de la calzada. «Perdonen, es que viene el autobús del equipo visitante» Nos miramos algo asombrados, había sitio para que pasaran un buen puñado de autobuses. «Es la norma» nos aclaró. «Y dígame agente, ¿quién es el equipo visitante?» Nos miró el hombre de hito en hito sin poder evitar la risa «Pues… el Real Jaén» explotó, para añadir «Qué quiera que le diga, es el protocolo». Sea dicho con todos los respetos a los aceituneros altivos del Santo Reino, pero la cosa sonó bien chusca.

En fin, que, con todo esto de la seguridad, el alto riesgo, el terror a las multitudes o lo que sea estamos perdiendo la olla. Alguien me comentó que el tal partido de fútbol americano dejaría a Madrid unos quince millones de euros, imagino que rigurosamente calculados por la cuenta de la vieja. Pero nadie me ha dicho aún cuánto de mis impuestos se llevó este desaforado, paleto, molesto y probablemente innecesario despliegue de medios de seguridad, horas extraordinarias incluidas, para que un par de equipos de segunda de la liga americana se peleen –¡durante tres horas! – por colar el melón en la portería contraria.

Únicamente sugerir que, si hay una próxima vez, el alcalde Martínez Almeida, del bracete de Rita Maestre y Reyes Maroto, presidan la comitiva entonando a coro aquello de: «Americanooos os recibimos con alegríaa». Y quizá así, dándoles cariñito, podamos dejar descansar algo más a policías, vecinos y hasta caballerías.

Un amigo al que doy a leer esta columna me comenta: «¿Y por qué sales hoy por peteneras con la que está cayendo?» Y le digo: precisamente por eso. Esta vez la política, o como quiera que se llame la cosa, ha podido conmigo. Y me ha dicho la bruja Yolandita que tengo que cuidarme de los idus de noviembre. Que los dioses sigan confundiéndola. Amén.

En cualquier caso: Bienvenidos Mr. and Mrs. Fat, están ustedes en su casa. Aquí no pesamos en la romana a quienes nos visitan. Eso son cosas del rubio.

  • Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho
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