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25 de abril de 2024

Editorial

La lección de Meloni a Europa y a España

La victoria de Hermanos de Italia obliga a la izquierda a revisar su sectarismo, su alejamiento de la ciudadanía y su absurda política de cordones sanitarios

Actualizada 00:36

Giorgia Meloni ha dado un vuelco electoral histórico a Italia, y tal vez a Europa, con su abrumadora victoria en las urnas y cerca de un 27 % de los votos, a falta de que el recuento finalice formalmente y se dé por oficial.
La irrupción de la líder de Hermanos de Italia, en asociación con Forza Italia y la Lega de Silvio Berlusconi y Mateo Salvini respectivamente, deja a la izquierda transalpina en mínimos, dividida, paralizada y profundamente alejada de la agenda de preocupaciones de los italianos, que han buscado en la vencedora a alguien que les atienda y ofrezca soluciones concretas a sus problemas reales.
Y esa es la gran enseñanza de Italia, válida para España y el resto de Europa: cuando la política tradicional, y en especial aquella que se define a sí misma de progresista sin serlo, se olvida de las inquietudes reales de la ciudadanía y se limita a gestionar e imponer una realidad paralela ideológica y sectaria, los ciudadanos le dan la espalda.
Porque la debacle de la izquierda italiana, que parece presagiar una no muy distinta en España, se explica por su opresivo discurso y su alejamiento de la sociedad, agotada de esperar alternativas a la crisis, la inflación o la inseguridad e indignada, a la vez, por recibir dosis insoportables de ingeniería social, lecciones morales e imposiciones ideológicas.
Meloni, cuyas conexiones políticas y personales con Vox son evidentes, es el resultado de la indiferencia de la política tradicional a los quebrantos de sus ciudadanos, que se manifiesta de distinta manera en todo el mundo pero con idéntica genealogía: desde el éxito de Trump hasta el Brexit inglés, pasando por los terremotos políticos en Polonia, Hungría, Francia o Suecia, nacen de esa misma renuncia a gestionar los problemas cotidianos de los votantes.
Solventar esta evidencia con apelaciones al peligro de la ultraderecha y llamamientos melodramáticos a establecer cordones sanitarios no solo sería inútil y falaz, sino que alejaría a la izquierda de avanzar en el papel que ha de jugar en una sociedad democrática.
El europeo, y en general el occidental, tiene miedo a la ruina, a la persecución de sus raíces cristianas, al concepto de multiculturalidad que borre la identidad propia y a la galopante ausencia de valores que supone una agenda sectaria cargada de imposiciones absurdas. Pero no a Hermanos de Italia ni a formaciones similares.
Sánchez es un buen ejemplo de ese antagonismo entre lo que él propone y lo que espera la ciudadanía. Y también un emblema de la criminalización de partidos perfectamente constitucionales mientras, a la vez, se echa en manos de otros antisistema como Podemos, ERC o Bildu y les coloca en la antesala del Gobierno o directamente dentro de él.
También en clave española, la victoria de Meloni es sin duda una buena noticia para Vox, pero también para el PP: en el futuro, nadie podrá negarle a Feijóo las alianzas que necesite con una formación similar a la que gobierna una de las grandes potencias europeas, sin vetos de nadie en Bruselas y, en consecuencia, tampoco en Madrid.
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