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en primera líneaLuis Núñez Ladeveze

El problema de Europa es la ultraderecha, el de España, la ultraizquierda

En Europa la socialdemocracia no pacta con el comunismo ni el radicalismo de izquierdas. En España el Gobierno blanquea a la ultraizquierda y retuerce la memoria histórica para aliarse con el independentismo anticonstitucional y los nacionalismos excluyentes

Act. 16 dic. 2021 - 12:35

Hace poco tiempo que se cruzan en el periódico El País dos líneas de pensamiento. Una, la que marcó a poco de su fundación la actitud de la socialdemocracia europea. Otra, reciente, que se manifiesta en la confrontación entre esta actitud con un nuevo izquierdismo que impregna sutilmente a muchos colaboradores. El pluralismo del diario no expresa como antaño una discusión entre un espacio socialdemócrata y otro liberal, prácticamente reducido hoy a los artículos quincenales de Vargas Llosa, cuyo indiscutible valor literario los sitúa por encima de tendencias; se limita a la disputa entre la tradición editorial que nutrió al periódico y un neo izquierdismo de diseño que encuentra su expresión política en la defensa de la coalición gubernamental.

Para poner nombres a esta rivalidad basta oponer los textos de Cebrián, Estefanía, Fernández Vallespín o Savater con la mayoría de los columnistas y de colaboradores como Sánchez Cuenca y compañeros académicos. En la práctica, el pluralismo se limita al debate entre expositores de una socialdemocracia a la defensiva y la beligerancia izquierdista de nuevo cuño aglutinada por Sánchez para sostenerse.

Reducido así el pluralismo, se comprende la insistencia editorial en presentar a la ultraderecha como la amenaza al porvenir democrático de España. En apariencia, el argumento parece sólido: si hay motivos para entender que la ultraderecha sea un riesgo para la estabilidad política de la Unión Europea, mutatis mutandis, la fortaleza de VOX ha de representar también un peligro en España. Como indicador de este riesgo Andrea Rizzi se refirió a «la peculiar situación de la política española que sufre una apertura en canal en el centro del hemiciclo sin igual en países comparables de la zona central y occidental de la UE». Dicho de manera menos florida, la «apertura en canal» consiste en que el Partido Popular se ve compelido para gobernar a pactar con la ultraderecha, cosa que no ocurre en Europa. Jordi Amat sigue este mismo razonamiento para mostrar la contradicción de Casado al suscribir la apreciación de Applebaum de que «los partidos del centro derecha deben implicarse en la deslegitimación de la extrema derecha», mientras Ayuso pacta con Vox.

La contradicción se disuelve nada más tener en cuenta la disparidad de escenarios que Amat y el diario emparentan. En Europa la ultraderecha es problema porque la ultraizquierda es una amenaza superada. Derribado el muro de Berlín, desautorizados el leninismo y los partidos comunistas, vencido el régimen soviético, convertido su heredero ruso en peligro exterior, los valores democráticos europeos quedan expuestos principalmente al populismo de ultraderecha.

Ilustración: Ultraizquierda y ultraderecha

Paula Andrade

En España ocurre lo contrario. La ultraizquierda, deslegitimada en Europa, controla el poder junto con los herederos del terrorismo y los enemigos del constitucionalismo. Tan potente es ese control, que pretende imponer un cordón sanitario que impida a la derecha pactar con Vox, no porque la ultraderecha represente un mayor o menor peligro para ciertos valores europeos, sino porque se la identifica artificiosamente con el fascismo o el nazismo. Un partido que acepta la Constitución no es fascista ni nazi porque recurra a descarríos populistas. La pretensión de identificar fascismo con ultraderecha es la excusa para justificar la exclusión política de la derecha conservadora, liberal o centrista, y la máscara para encubrir el pacto con el populismo de las izquierdas marxistas, independentistas o ultranacionalistas.

En Europa la extrema derecha es un problema que hay que abordar democráticamente. En España la extrema izquierda y el independentismo son un problema tangible que el socialismo procede a almibarar para mantenerse en el gobierno. En Europa la extrema izquierda esta deslegitimada, y la ganancia de «credibilidad socialdemócrata» –como reza un editorial de El País–, se adquiere sobre la base de esta deslegitimación. En España la credibilidad socialista pretende legitimar a la ultraizquierda expidiendo un pacto del Tinell que impida un Gobierno de derechas. En Europa la socialdemocracia no pacta con el comunismo ni el radicalismo de izquierdas. En España el Gobierno sedicentemente socialdemócrata, blanquea a la ultraizquierda y retuerce la memoria histórica para aliarse con el independentismo anticonstitucional y los nacionalismos excluyentes.

En una mordaz viñeta de Riki Blanc, se lee que «el capitalismo promete zanahorias tan grandes que no se pueden ni morder, por suerte están tan lejos que son inalcanzables». Bastaría que el dibujante hubiese leído el Manifiesto Comunista para saber que el capitalismo nunca prometió nada, se limitó a revolucionarlo todo. Para encontrar zanahorias inalcanzables es suficiente releer el Manifiesto, tener en cuenta sus resultados y volverse a un capitalismo matizado donde encontrar zanahorias reales en la huerta. Por eso llegó la ruina a la Rusia soviética, se desvinculó la socialdemocracia europea del marxismo y se convirtió China en un sistema capitalista de partido único.

El proyecto de reducir el espacio del pluralismo a la socialdemocracia y a la extrema izquierda requiere el soterrado enlucimiento de la herencia comunista, desacreditada junto al nazismo en Europa, vigente y poderosamente renacida en España tras el fin del terrorismo, con Bildu, Podemos y la sediciosa compañía del separatismo catalán. Es cuanto el Gobierno de Sánchez reúne para mantenerse en el poder. 

  • Luis Núñez Ladeveze es profesor emérito del CEU
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