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06 de mayo de 2024

En primera líneaÁlvaro de Diego

Ha resucitado

Es el Domingo de Gloria y ambos parecen presentir el final de fiesta que cantará Ida Vitale. Hartos de pan equivocado y seguros de que las copas estarán vacías

Actualizada 01:30

Lejos de sus patrias y del común mar de Homero. Se conocieron en un país extraño y gélido. En él infinitos lagos dibujan costras en la tersa piel de un solar inhóspito. Lo asuelan noches cerradas sin término. También lo confunde un sol tísico que dura veinticuatro horas. Por entonces, aquella democracia progresista con mujeres emancipadas combatía codo con codo junto al nazismo. Y la respuesta no había que buscarla soplando en el viento. La perpetraba el vendaval de fuego y carne humana que ya había desencadenado Stalin desde la reciente Guerra de Invierno. Aquilones bolcheviques contra un pueblo de nervios templados. El finlandés sabe salir de la sauna ardiente para arrojarse pelete sobre la nieve desnuda.
No era fácil juntar tan desplazados de casa a dos hombres más distintos. El español era Agustín de Foxá, autotitulado «conde de lo mismo». A falta de apostura, explotaba el desaliño. Le preguntaron en cierta ocasión por su atuendo para una fiesta de disfraces. «De queso manchego», respondió tras estamparse la chaqueta con manchas de aceite. Lamparones de ocasión para un escritor tragaldabas que escogió la diplomacia para servirse de la desidia y la ocurrencia. Un rimero de versos y apenas una novela genial pesan menos que cientos de artículos en la prensa, hoy páginas amarillas de la mejor literatura. Unas pocas hemerotecas dan fe de un escritor de largo recorrido a costa de adelantar la meta. Por lo demás, un corazón descangallado por causa un matrimonio infausto. De ahí su confesión de conservar «mucha niñez aún palpitante» en el alma. Y la intempestiva paradoja de recibir la caja de pino a destiempo. Foxá vendría a desnacer, como sentenciaría González-Ruano, en brazos de su madre. Buena forma de volver a la vida, sólo que ahora definitivamente.
El otro hombre era alto y desenvuelto. Sus labios finos esbozaban una mueca sardónica. Tenía la vanidad como su mejor y único cálculo. Gustaba proyectarse sobre todas sus cosas. Sobre sus perros, con los que había ladrado en el destierro. Sobre su casa, a punto de despeñarse, imposible e ingrávida, sobre un acantilado en Capri. Sobre sus escritos, pudridero siempre para encumbrarle al panteón de las letras. Curzio Malaparte lo tenía claro. La derrota en Austerlitz le permitiría en Waterloo alzarse con la victoria. Fue, en suma, un condotiero sin más mesnada que su propio ego. Un buen vasallo si hubiera tenido por señor a cualquier otro. Iba tocado siempre con la pluma en el sombrero de su uniforme de oficial alpino. Asemejaba un filudo y despiadado estilete de hielo.
ilustración Álvaro de Diego

Lu Tolstova

Ambos compartían ingenio e impertinencia. El primero desempeñaba un puesto de representación en Helsinki y remitía sus crónicas para el ABC. El otro, capitán del Imperio italiano, las firmaba para el Corriere della Sera. Aquella primavera de 1942 en que se conocieron acuden a los frentes del Ladoga e, internados en el istmo de Carelia, se alojan brevemente en la casa de Ilya Repin. Desde aquel chalecito con jardín en Kuokkala se divisa, próximo y amenazante, Leningrado. Foxá y Malaparte visitan sus estancias. En aquellas nunca descansó el pintor ruso, que durmió al raso «como un ladrón de sí mismo». Ahora, a juicio del español, duerme «en su parterre, bajo inmensas sábanas de nieve». Media hora tardan en llegarse hasta la tumba los dos escritores, hundidos hasta la cintura en aquel sudario tan blanco. Es el Domingo de Gloria y ambos parecen presentir el final de fiesta que cantará Ida Vitale. Hartos de pan equivocado y seguros de que las copas estarán vacías. Sorprende que se arranque el más descreído y cínico de los dos. Malaparte pronuncia el juramento pascual de los rusos: «Christos voskrese» («Cristo ha resucitado»). Foxá responde a media voz: «Vaistinu voskrese». En Finlandia y en cualquier sitio, ayer, hoy y mañana, así es: «Verdaderamente ha resucitado».
  • Álvaro de Diego es director del Departamento de Periodismo y Narrativas Digitales de la Universidad CEU San Pablo
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