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TribunaFederico Romero

Un continuo recomenzar

¿Cuál debe ser nuestro referente al recomenzar? Para mí, como para cualquier cristiano, parecerse a Jesús de Nazareth

Los momentos más importantes de nuestra existencia no dependen de nosotros. Nacemos o morimos sin nuestro permiso. Hasta el suicidio, que puede provocar nuestra muerte voluntariamente, y que es una anomalía, puede finalmente frustrarse y quedarse en una mera tentativa. La suma de años, salvo las enfermedades o los actos violentos de otros, son el sendero natural hasta el final.

Hace unos años, cuando aún era un joven de ochenta y un años, la Editorial San Pablo tuvo la amabilidad de publicarme un libro que titulé: La nueva vejez y que subtitulé Cómo ser viejo en la era digital sin morir en el intento. Eso de unir «nuevo» y «viejo» es un oxímoron, un guiño, propuesto a todos y para todas las edades y puede ser intercambiable. No creo demasiado en las miradas retrospectivas, porque los hombres solemos mirar de frente a un presente que inmediatamente se convierte en un pasado. Cuando escribí dicho libro lo hice teniendo en cuenta que la edad media de vida iba ascendiendo y, por tanto, el número de posibles lectores podría ir en aumento, aunque también lo hiciera la venta de gafas para la presbicia. Ahora, cuando mis noventa están tan cerca, me voy dando cuenta que el arte de envejecer bien, como el arte de vivir bien, en el sentido filosófico del sintagma, puede ejercitarse a cualquier edad, en cualquier punto de la vida, puesto que nadie puede predecir cuanto tiempo le queda por delante. Y cuando iba a hablar sobre las virtudes necesarias para encarar las limitaciones propias de los ancianos, me percaté de que esas mismas virtudes deben tratar de alcanzarse en cualquier momento de la vida, aunque con las convenientes adaptaciones a las diferencias biológicas correspondientes. Actos esenciales para emprender dicha tarea, con más frecuencia de la que se cree, suponen un verdadero ejercicio del «arte de recomenzar».

El mediático sacerdote romano Fabio Rosini, que ha escrito un libro con este título, al empezarlo, nos hace dos advertencias: una, que ha de ser leído con una mirada prudente. Y, como enseguida veremos, de todas las virtudes cardinales, la prudencia es la primera. Y la otra, es la conveniencia de elegir un buen «guía», porque, como decía San Bernardo de Claraval: «quien se hace maestro de sí mismo, se hace discípulo de un necio». Recomenzar no es sinónimo de repetir, porque durante toda nuestra vida es necesario plantarse, analizarse y ver en que cosas se puede mejorar, es posible progresar. Cuando hablo con gente mucho más joven que yo y les digo que, dada mi edad, las posibilidades de morir pronto son mayores, mis interlocutores arguyen que, para todos, sin saberlo, la posibilidad de la muerte puede acaecer en cualquier momento. Y aunque yo les contesto que, para dicho sorteo cada vez tengo más papeletas, también reconozco que, en ese argumento tan amable como obvio, hay algo de verdad y, por ello «todos» debemos plantearnos cómo recomenzar en aquellos aspectos que nos damos cuenta que no andamos por buen camino. Aunque ello nos suponga alguna clase de esfuerzo. Y retomando lo que decía antes respecto a que la primera de las virtudes cardinales es la prudencia a la hora del recomenzar, debe recordarse que el filósofo Josef Pieper nos dice que el bien que buscamos al recomenzar es «el que está conforme con la realidad». El hombre prudente es aquel que conoce la verdad y pone los medios para ser verdadero. Hay un error en pensar que tal virtud está emparentada con el temor, con el miedo, con que el prudente es un hombre temeroso. Voy a poner algunos ejemplos.

Nadie puede pensar que la prudencia al volante consiste en ir despacio. Lo prudente es ir a «la velocidad adecuada» porque, de lo contrario, la realidad es que ello no solo provocaría atascos, sino que la impaciencia de los demás favorecía adelantamientos imprudentes. Para nosotros, los ancianos, una de nuestras limitaciones más frecuentes son la facilidad para el desequilibrio y subsiguiente caída. Para evitarlo podemos elegir dos caminos: uno, permanecer sentado o en la cama todo el día, o bien, ejercitarse y caminar de forma razonable para así tener una vida sana y un mínimo de fortaleza. ¿Cuál es la actitud más prudente? Sin duda la segunda, aunque comporte algún riesgo.

¿Cuál debe ser nuestro referente al recomenzar? Para mí, como para cualquier cristiano, parecerse a Jesús de Nazareth, más aún, ser «alter Christus», «ipse Chistus», otro Cristo, el mismo Cristo, que encarna la Verdad. Jesús, que fue a Jerusalén cuando sabía que los del Sanedrín buscaban cómo matarlo, puede ser considerado un imprudente, pero siendo Dios y hombre verdadero, fue el más prudente conforme a la economía divina. No ha habido mayor limitación que un crucificado clavado en un madero, pero tampoco una limitación más fecunda para toda la humanidad. «La forja de la persona humana se lleva a cabo mediante la respuesta, en cada caso adecuada, a una realidad que nosotros no hemos creado y cuya esencia es la pluriforme mutabilidad del nacer y el perecer… Formular esta respuesta en cada caso adecuada solo puede hacerlo la virtud de la prudencia» (Pieper). El continuo recomenzar de nuestra existencia debe encaminarse a conseguir lo que «debemos ser» conforme a la Verdad de Dios.

  • Federico Romero Hernández es jurista
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