Meloni, ¿la presidenta que necesita España?
Meloni no teme defender lo que cree y que las raíces de Italia y de Europa son humanistas cristianas, beben del derecho romano y de la filosofía griega en tiempos en los que el vasallaje de la izquierda al islamismo no solo es vergonzoso, borrando nuestra identidad, sino un peligro para nuestras democracias
En tiempos de líderes acomplejados, entregados a la tiranía de lo políticamente correcto y a la cobardía de afrontar los problemas de nuestras sociedades, surge en Europa una figura distinta: Giorgia Meloni. Directa, combativa, sin miedo a llamar las cosas por su nombre. Una mujer que ha demostrado que la claridad y la firmeza pueden ser virtudes en un panorama político dominado por la tibieza.
Meloni ha construido un liderazgo que trasciende Italia. Con logros económicos tangibles, reducción del desempleo y una política clara frente a la inmigración ilegal y la islamización, se ha convertido en un referente incómodo para quienes prefieren discursos huecos y gestos simbólicos. Frente a la debilidad, su fuerza y coherencia plantean una pregunta inevitable: ¿España necesita una Meloni?
No comparto todas sus posiciones —como ocurre con cualquier líder, incluso con todas las personas que conozco—, pero sí suscribo muchas de sus declaraciones, que reflejan un coraje político cada vez más escaso. En un tiempo en el que los partidos se han convertido en maquinarias de cálculo electoral, ella reivindica sin complejos valores fundamentales. «Yo soy Giorgia, soy mujer, soy una madre, soy italiana, soy cristiana, ¡y no me lo quitarán!», proclamó. Esa declaración de identidad, lejos de ser un gesto vacío, es un recordatorio de lo que significa tener raíces, pertenencia y convicción; el orgullo de ser una mujer que ha sido capaz de llegar por sus logros, una madre orgullosa de serlo, una persona feliz con su nacionalidad y sus raíces, algo que en estos tiempos parece toda una provocación.
Meloni no teme defender lo que cree y que las raíces de Italia y, por extensión, de Europa son humanistas cristianas, beben del derecho romano y de la filosofía griega en tiempos en los que el vasallaje de la izquierda al islamismo no solo es vergonzoso, borrando nuestra identidad, sino un peligro para nuestras democracias. Lo expresa con esta frase: «Si te ofende el crucifijo, no es aquí donde debes vivir. El mundo es muy grande y está lleno de naciones islámicas donde no verás un crucifijo porque los cristianos son perseguidos y las iglesias arrasadas. Aquí lo defendemos: Dios, Patria y Familia». Su posición clara respecto a la islamización de Occidente se resume en una sola frase: «El islam es incompatible con los valores y derechos occidentales». Yo también soy una mujer sin complejos y con la suficiente seguridad para manifestar que rubrico ambas frases.
Tampoco elude la realidad sobre un hecho que corroboran los datos: la mayor incidencia de agresiones sexuales y violaciones por parte de inmigrantes de culturas en las que la mujer es un ser inferior o una pertenencia. Lo manifiesta en una frase incómoda, pero directa: «Me llamarán racista, pero hay más violencia sexual por parte de los inmigrantes». Son frases que pueden incomodar, pero que no se esconden detrás de eufemismos. Esa franqueza, unida a su gestión, la convierten en una rara avis de la política europea. Mientras otros eligen el silencio o el cálculo, ella se define y se mantiene firme.
España, atrapada en décadas de concesiones y cesiones, necesita precisamente eso: claridad, coraje y liderazgo sin complejos. Un líder que no tema decir lo que otros callan, que no tiemble ante el qué dirán y que priorice los intereses nacionales frente a presiones externas o ideológicas.
Meloni encarna una política distinta. Puede gustar más o menos, pero representa algo que hoy escasea: firmeza. Y quizás, en esta España debilitada por líderes temerosos, sea hora de plantearse si necesitamos más Meloni y menos complacencia.
Elena Ramallo Miñán es doctora en Derecho e Investigadora en IA y Derechos Humanos