El Padre Tarín falleció en 1910
Santos de hoy
Más de 300 pueblos y 200.000 kilómetros: Padre Tarín, el jesuita que recorrió la España profunda del siglo XIX
Su apasionante y desconocida vida daría para varias películas. Su proceso de canonización avanza en Roma, y ya tiene incluso un milagro atribuido
Dormía dos horas o tres, sentado en una silla, nunca en la cama; se pasaba horas en el confesionario, en ocasiones hasta bien entrada la madrugada, y recorrió –a pesar de la herida en la pierna derecha que nunca cicatrizaría– los polvorientos caminos de la España profunda en los precarios medios de locomoción de finales del siglo XIX. El venerable jesuita Francisco de Paula Tarín visitó más de 300 pueblos, lo que le hizo completar 200.000 kilómetros para anunciar el Evangelio en todos los rincones, convirtiéndose así en el más destacado misionero rural de aquella época.
Apenas 26 años después de su fallecimiento, acaecido en 1910, nacía otro jesuita, Diego Muñoz, que, con el tiempo, se convertiría en el vicepostulador de la causa de canonización del padre Tarín. «Es 'un Teide', con calor en su semblante y fuego en el corazón», le retrata el padre Muñoz. «La gente me cuenta la veneración que le tenían sus antepasados y la ayuda frecuente de su intercesión en favores grandes y pequeños», explica el vicepostulador a El Debate.
El vicepostulador de la causa del P. Tarín, el jesuita Diego Muñoz
Francisco de Paula Tarín nació el 7 de octubre de 1847 en el seno de un hogar muy cristiano de la localidad valenciana de Godelleta. Noveno de once hijos, de frágil salud, pero de trato jovial, los que le conocieron destacan que siempre estaba dispuesto a servir a los demás. Cuando cumplió los 18 años, fue con su padre al Pilar de Zaragoza. «Con cierto desdén, contempló la fila de los que esperaban para besar el pilar. Sin embargo, se acercó él también a la Virgen y se sintió sorprendido con una moción interior», explica el padre Muñoz. En palabras del propio padre Tarín, «cuando de rodillas besé el santo pilar, me entró un calor interior que todavía no se me ha quitado». A partir de ese momento, hizo una buena confesión, comulgó y su vida comenzó a cambiar.
Tiempo después, cuando terminó la carrera de Derecho, decidió entrar en la Compañía de Jesús. Su celo apostólico fue notable desde el primer momento: «Es recordado por sus misiones populares, sus confesiones, sus visitas y atenciones a los pobres de los barrios más difíciles: repartió el pan de la palabra en las misiones, en los ejercicios a religiosas», desgrana el padre Muñoz. «Decía que le daban ganas de morirse en el confesionario, pero no de pena, sino de gozo, confesando desde horas tempranas y hasta muy entrada la noche», prosigue.
Reconocer sus pecados
«Su humildad le llevaba a decir en público, en los sermones de animación a la confesión, sus pecados. La gente se tiraba hacia él para decirle: 'Cállate, tú eres un santo; nosotros somos pecadores'», destaca el vicepostulador. «En cierta ocasión, la iglesia estaba llena de hombres para ser atendidos por los sacerdotes, pero vio que nadie se atrevía a confesarse. Así que fue él a hacerlo, y pronto se confesaron todos», añade.
Pronto comenzaron sus viajes a los pueblos más remotos. «Visitó más de 300 de la mitad sur de la península. Es cierto que recorrió casi 200.000 kilómetros, según se deduce de los 18 mapas de sus viajes recogidos en una Vida documenta del P. Tarín, SJ, obra escrita por el P. Pedro Mª. Ayala, SJ. Y en archivo hay 14 cajas con los documentos enviados por los párrocos y personas que le conocieron. Me da devoción leer el original de la carta de pésame del hoy santo Pedro Poveda, desde Asturias, frente a la Santina: 'La Compañía de Jesús ha perdido un santo'», afirma el vicepostulador.
El P. Francisco Tarín, pocas semanas antes de fallecer
El P. Tarín «inventó» un original método para evangelizar: los «Catecismos de Cuaresma para personas mayores». «Se trataba de una predicación con dos púlpitos y dos predicadores. Uno se hacía el 'tonto' y pregunta al otro predicador, el 'listo'. Todo resultaba alegre y muy catequético, para atraer a los mayores. En la predicación hay que poner la atención a los más sencillos», subraya el P. Muñoz.
Sus desvelos también se dirigieron hacia los reclusos. Y el P. Muñoz relata un episodio sorprendente: «El director del penal de Cartagena, que solía conocerse como 'El infierno de Cartagena', ante la insistencia del P. Tarín por visitar a los presos, accedió. Los prisioneros le miraron con recelo. Él se puso a pasear dando vueltas como si fuera uno de ellos. Pidió a uno que le enseñara los calabozos, hizo corro de conversación, preguntaba sin molestar. A las doce tocaron a rancho. Tarín tomó su plato de latón, su cuchara de palo y se puso a la cola. Comió en amigable compañía. Los presos se fiaron, comenzaron a hablar. Hacia las cuatro preguntó si le dejaban echarles un sermón. Le dejaron. Se subió a una mesa… A eso de las siete, el director y otros vigilantes fueron a recoger 'al loco del P. Tarín'. Cerca ya del comedor se quedaron atónitos: los presos cantaban 'Perdón, oh Dios mío'. La visita se repitió por tres días. Ya eran amigos. Al P. Tarín los hombres marginados le parecieron siempre corazones solitarios».
La herida que le acompañó
«Fue un misionero 'en salida'», refiere su vicepostulador. «Con la pierna herida desde el primer año de su vida apostólica en el colegio de San Luis Gonzaga en El Puerto de Santa María (Cádiz); jugando con los alumnos en el patio, uno le dio una patada en el interior de la pierna derecha, que le hizo una herida, que él mismo se curaba», rememora el P. Muñoz. «Conservo un estuche con las tijeras pequeñas plegadas con las que se cortaba el borde seco de la herida. Dormía sentado en una silla con la pierna apoyada en un sillón de enea bajo. La 'cama' era el almacén donde guardaba estampas, folletos, libritos, medallas, escapularios...», desvela.
¿Veremos pronto al P. Tarín elevado a los altares? Su proceso está ya en el Vaticano, y hay incluso un milagro atribuido a su intercesión. «El mayor milagro que ha llegado a Roma fue el de un hombre de unos 25 años que tenía tantos dolores internos y externos que no había remedio alguno. Visitó la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en Sevilla. Entró él solo a la capilla de las Ánimas, se sentó en un banco frente a la lápida de la sepultura del P. Tarín y le dijo, como a un amigo: 'Y tú, ¿no me podrías curar estos dolores?'. Al salir a la calle y, ya en la acera de enfrente, se nota curado, guarda silencio 25 días, y se lo contó al anterior vicepostulador, que lo envió a Roma. No había documentos de los médicos, solo la sinceridad del curado, que yo he conocido hace unos años», añade el P. Muñoz.
«A todos los que lean esta entrevista les animo para poner en las manos de Dios las penas y fatigas propias y ajenas, para que podamos 'en todo amar y servir' a Dios y a los hermanos», invita el jesuita. «Les sugiero una invocación a Dios por la intercesión del venerable Padre Tarín: 'Padre Tarín, ayúdame, ayúdanos'», concluye.