El Papa Francisco, en una imagen de archivo
Iglesia
El secreto mejor guardado del buen humor del Papa Francisco
La alegría ha sido una constante de su pontificado desde Evangelii Gaudium, «la alegría del Evangelio»
La alegría ha sido una de las constantes que ha marcado el pontificado del Papa Francisco. Lo ha sido en su celebrada espontaneidad frente a la prensa o a aquellos que le trataban, pero también en su magisterio: no en vano, la primera exhortación apostólica de su pontificado, Evangelii Gaudium, significa literalmente «la alegría del Evangelio».
En el décimo aniversario de este texto, en noviembre de 2023, Francisco confirmaba así el núcleo de su pensamiento en este sentido: «¡El Evangelio no es una ideología, es un anuncio de alegría!», insistía a los congregados en la plaza de San Pedro, recordándoles que «las ideologías no saben sonreír». Frente a los católicos «con cara de bacalao», el Papa Francisco recordaba que «un cristiano infeliz, triste, insatisfecho –o, peor todavía, resentido y rencoroso– no es creíble».
Toda una declaración de intenciones que él siempre trató de encarnar en primera persona, y para lo cual tuvo siempre un ‘arma secreta’. Se trata de un pequeño ritual que reveló en algunas ocasiones elegidas –por ejemplo, en un encuentro con humoristas en junio del año pasado–, y que consistía en rezar cada día la oración de santo Tomás Moro para pedirle a Dios sentido del humor.
Con buen humor
«Es una gracia que pido todos los días, porque me hace tomarme las cosas con buen humor», señaló ante los cómicos. En el libro-entrevista Dios es joven, publicado en 2018, el Papa Francisco señalaba que el sentido del humor es «fundamental», porque «cuando estamos de buen humor, es más fácil convivir con los otros y con nosotros mismos». Parafraseando a Chesterton, el pontífice recordaba: “La vida es una cosa demasiado seria como para tomársela seriamente».
El maestro de Francisco en estos menesteres, el citado santo Tomás Moro, lo sabía perfectamente. Su vida no fue sencilla, y terminó siendo ejecutado por el rey Enrique VIII por no traicionar su conciencia. Moro hizo todo ello luchando por no perder nunca el buen humor, algo que queda muy bien reflejado en la fantástica película Un hombre para la eternidad.
Como muestra, un botón en el que incidía en una carta dominical el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella: al dirigirse al cadalso, santo Tomás Moro pidió que le ayudaran a subirse, porque «bajar ya lo haré yo solo». También ha quedado para la posteridad que, mientras recogía su barba antes de que le cortaran la cabeza, decía al verdugo: «Mi barba no ha ofendido al rey y, por lo tanto, no se debe cortar».
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