Almeida, de Pilato a Herodes: de provida silencioso a ‘abortista moderado’
Me parece un peligro alarmante el crear una dicotomía entre ‘aborto bueno’ (el que te permite abortar o no hacerlo) y el ‘aborto malo’ (la obligatoriedad o presión de adherirte el abortismo), puesto que no deja de ser un asesinato
Muchos teníamos una imagen bastante más benigna de José Luis Martínez-Almeida, burgomaestre -véase alcalde- de Madrid. Creíamos que era una especie de provida silencioso, es decir, alguien con ciertos principios cristianos, pero con miedo a pronunciarse; algo así como una especie de Poncio Pilato, a quien nunca admiré, pero que conservaba algo de dignidad en una piscina de cocodrilos regentada por Anás, Caifás, Herodes y Barrabás. Y me duele decir que ya es uno de ellos, pues Pilato se le ha quedado un poco grande.
Se me acaba de caer, por enésima vez, la venda de los ojos (veo que no aprendo, que no dejo de pecar de ingenuidad). Contemplo con estupor -por no decir con rabia, cólera e indignación- cómo Almeida se ha adherido al discurso ‘abortista moderado’, a esa dicotomía entre ‘aborto bueno’ y ‘aborto malo’, cuando semejante práctica es, en todo caso y supuesto, un crimen de lo más cruel, despiadado, abominable, sórdido, macabro, tétrico, grotesco, truculento, descorazonador, desgarrador y descarnado (y siento haberme quedado corto en adjetivos); pues se trata, nada más y nada menos, que del asesinato de una persona inocente que habita en el vientre de su madre.
Hace escasos días, fui testigo de cómo Isabel Díaz Ayuso defendía la libertad de decidir entre abortar y negarse a hacer, en contra de un sanchismo que fuerza a los médicos a realizar pareja práctica, vulnerando, así, su derecho a la objeción de conciencia. Es preciso subrayar que el discurso de Ayuso no es provida, sino proaborto, dado que, aunque no presione a los profesionales de la salud a realizar un aborto, sí que enfatiza el mismo como una opción (lo que se conoce como ser prochoice, proelección, véase proaborto).
Así pues, me parece un peligro alarmante el crear una dicotomía entre ‘aborto bueno’ (el que te permite abortar o no hacerlo) y el ‘aborto malo’ (la obligatoriedad o presión de adherirte el abortismo), puesto que no deja de ser un asesinato.
Pensaba, en un inicio, dedicarle esta filípica a Isabel Díaz Ayuso, pero he cambiado el destinatario por José Luis Martínez-Almeida, dado que la postura de este último me ha cogido de sorpresa (de ingrata sorpresa), a diferencia de su homóloga autonómica, a quien ya le vi el plumero desde los albores de su mandato (bueno, y desde antes, porque ya le había visto defender en televisión previamente consignas explícitamente relativistas).
Dicho esto, he de reconocer que quienes más me preocupan no son Almeida ni Ayuso, sino aquellas personas provida que han compartido en redes sociales los discursos pronunciados por ambos, bajo la convicción de que están combatiendo el crimen del aborto por el mero hecho de que ambos líderes políticos hayan arremetido contra el abortismo sanchista. Esta es la razón nuclear, el motivo principal, que me ha llevado a escribir esta misiva: disuadir a sus votantes no tanto de volver a votarles -dado que ahí no quiero entrar ahora- como de que se sumen a su discurso.
Quiero que este artículo les sirva como recordatorio de que votar a un candidato no implica asumir la totalidad de sus palabras, de sus alegatos, de sus consignas, de su ideario… Repito: no es mi intención medular influir en su voto, sino alentarles a que dejen de celebrar, aplaudir o compartir todo aquello que brote de los labios de Ayuso y Almeida… Y más al tratarse de una postura proaborto con engañosos tintes de provida.
Como colofón, comparto con todos vosotros la siguiente exhortación publicada por la congregación para la Doctrina de la Fe: «La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. 'Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae' (Código de Derecho Canónico, CIC, canon 1398), es decir, 'de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito' (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cf CIC can. 1323-1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad».
Para concluir del todo, agrega este otro fragmento de dicha exhortación, en el que queda rotundamente claro que el discurso 'abortista moderado' de Ayuso y de Almeida es diametralmente contrario a la Doctrina Social de la Iglesia católica: «El derecho inalienable de todo individuo humano inocente a la vida constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación: 'Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no están subordinados ni a los individuos ni a los padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la persona en virtud del acto creador que la ha originado. Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de todo ser humano a la vida y a la integridad física desde la concepción hasta la muerte' («Donum vitae» 3). 'Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho... El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos» («Donum vitae» 3)'".