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24 de abril de 2024

Todavía la vidaNieves B. Jiménez

El consuelo de Concha Velasco

Al preguntarle por amores te decía lo mismo que Santa Teresa, que ya no quería conversaciones con hombres, solo con ángeles

Actualizada 09:59

Estamos construidos de recuerdos: lo que leemos, el cine que vemos, las ciudades que visitamos, las experiencias vividas… Somos lo que recordamos y lo que queda de nosotros es el recuerdo de los demás, me contaba el periodista Jesús Marchamalo.
Recuerdo cuando llegaba Concha Velasco con obra nueva al teatro Romea de Murcia. Siempre nos llevaba mi madre a verla. Tan pronto salían las entradas a la venta yo ya sabía que mi ocupación principal era hacer cola para conseguir butacas cerca del escenario (la miopía). La llegada de las compañías era un acontecimiento. Mientras Concha ensayaba, Paco Marsó estaba cerca, en una de las cafeterías míticas, tomando una caña con el empresario del teatro. Ya sobre las tablas, Concha ha sido todo corazón: cantaba, bailaba, hablaba, emocionaba, hacía reír y se dejaba la piel. Ovaciones, piropos, vítores que se aplacaban sólo cuando Concha tomaba la palabra para agradecer y declarar su amor por ese público.
No hace mucho, un neurocientífico confirmaba que el cerebro sólo es capaz de aprender si hay emoción. Una evidencia con la que secretamente convivíamos. Vivir es emocionarse. Cada recuerdo es como ese fogonazo de la cámara que va iluminando momentos hasta ahora en un desván que es el pasado.
Durante la charla, llegamos a la conclusión de que la memoria tiene componentes caóticos: recordamos cosas intrascendentes -el color de unos zapatos, un jersey, una marca de tabaco- y olvidamos momentos cruciales de nuestra vida. Sin embargo, leí a Ramón y Cajal asegurando que no existían librerías de recuerdos: los recuerdos son efímeros, pura química, decía… Venga, vamos a llevarle la contraria al premio Nobel. En esa delicia que es Mi infancia y juventud, no hablaba nada de elementos químicos, sino de su mundo infantil.
La Velasco también asegura que le horroriza la palabra «sobrevivir» a la que suma «sacrificio» y «resignación»: «Las quitaría del diccionario. ¡Hay que vivir, no que sobrevivir! Sigo viviendo y trabajando por mi familia. Para mí, sobrevivir sería quedarme en mi casa y esperar la muerte». Entonces recordaba una frase que le decía su madre, «también esto pasará». Y es verdad, lo bueno y lo malo pasarán.
No es extraño sentir nostalgia, porque la infancia acaba siendo, como decía Delibes, una patria común, un lugar al que volvemos. ¿Olores?, ¿un perfume te provoca un recuerdo de una vivacidad sorprendente? No sé, a Proust le pasaba con las magdalenas. A veces, desayuno en un bar cercano a casa. Leo el periódico en la terraza. Me permite ver la vida pasar reencontrándome con el barrio. Cuando estás fuera y regresas valoras que la gente tenga nombre y apellido, la proximidad, el encargado del bar, una antigua profesora que sale del colegio…
Del personaje de Hello, Dolly! Concha Velasco se quedó con esas ganas suyas de tener felicidad para repartirla, pero sin olvidarse de que lo primero es ser feliz uno mismo. «Hay que empezar por uno mismo, porque de lo contrario qué vas a repartir».
En este mundo nuestro hipertecnologizado, donde todo ocurre con una velocidad vertiginosa, recordar es enfrentarse a la certeza de que hay cosas y personas que ya sólo existen en nuestros recuerdos. «Es una certeza terrible, pero al tiempo confortadora». Coincido con Marchamalo siendo una optimista enfermiza, a pesar de los esfuerzos que hace el mundo, a diario, para llevarme la contraria. Y vuelvo a otra frase de la madre de Concha, «Dios es consuelo», contaba la actriz que le decía. Y cuando la entrevistabas te reías con ella cuando al preguntarle por amores te decía lo mismo que Santa Teresa, que ya no quería conversaciones con hombres, solo con ángeles.
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