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23 de abril de 2024

todavía la vidaNieves B. Jiménez

La grandeza de lo inesperado

En el ordinario pasar de los días llegamos al convencimiento de que hay una realidad, «cruda y tierna a la vez»

Actualizada 04:30

La película The quiet girl es una pequeña joya. Su protagonista es Cáit. Una niña de 9 años. Y de pocas palabras, «porque sólo usa las que necesita». Va sobre lo que callamos. Lo que no decimos. Creo que estamos tan abrumados ante tanta sordidez que nos apremia el desahogo. Ganas de un futuro diferente. Mientras algo ocurre, se grita en silencio.
Entonces llega The quiet girl y nos atrapa. Precisamente, por esas circunstancias vitales que van sucediendo aún en su corta vida. El abandono, el dolor, los lazos familiares, el crecimiento sentimental, el duelo. Si nos cuesta a nosotros, imaginen a una pequeña… Porque después de todo, como decía Einstein, lo más incomprensible del mundo es que sea comprensible. Creo que por eso me ha impactado su silencio. Y la trama, construida con tal mimo que uno desea mecerse en ese paisaje. Escenas cotidianas tratadas por el lado de las emociones. Respirando silencio. Sin impostura. Con qué facilidad te afloran recuerdos que con sigilo te llevaban envenenando años a la vez que te resucita a la pasión desde una emotividad enorme. Y recordamos en cada escena lo de Flaubert, «¡cómo se ha hecho esto! ¡Sentirse aplastado sin saber por qué!» Porque no sólo contemplamos una historia, la sentimos. Navegando por diferentes clases de silencio. ¿Les suenan?: el silencio del miedo y la vergüenza. El silencio del dolor. Del amor. La vida va desgranándose en sus pausas, en sus espacios, tus silencios. Captando la esencia de la naturaleza, del paisaje amado, sintiendo que el espacio es parte del alma contemplada desde la naturaleza bien querida: las ráfagas de viento silbando más fuerte que tu propia voz y el canto de los pájaros. La abundante vegetación. Los rayos del sol reflejados en los charcos. Las conversaciones íntimas, llenas de curiosidad, mientras te cepillan el pelo o pelas cebollas en la cocina. El ritual de las tareas diarias es como pelar calabacines un domingo por la mañana. El agua que recogen para el hogar y que, desde lo alto del pozo, es como un espejo. Y, asistir a misa los domingos. Detalles mínimos que hablan más que palabras. Les costará distinguirla al principio. A través de la hierba. Entre sus sábanas, tapada hasta la nariz, preguntándose que habrá más allá del temor. El amor de su nueva familia nos la irá desvelando. Con la dulzura de una caricia.
Dice Juan Mayorga que, «el actor debe hablar no sólo para que el espectador escuche, sino de modo que el espectador vea». Un actor y cualquiera de nosotros. Así llegué a lo que Benedicto XVI decía en Silencio y Palabra: «Recuerden cómo después de la muerte de Cristo la tierra permanece en silencio […] El Sábado Santo el Dios hecho hombre despierta a los que dormían desde hace siglos». Callando se permite hablar a la otra persona y se distingue la expresión del rostro. En el silencio habla la alegría…
Así cómo «la música verdadera no es algo que suena y ya está. Es algo más inasequible, más recóndito. Permanece después de haber sonado, es una especie de silencio vivo», que apuntaba Ramón Gaya, en Cáit comprobamos que podemos volver a experimentar la felicidad real sólo con un gesto. Un afecto inesperado tendrá la fuerza suficiente para crear un futuro extraordinario. Tras ver The quiet girl me diréis que no pasa nada. Sí, ocurre y mucho. Precisamente, en el ordinario pasar de los días llegamos al convencimiento de que hay una realidad, «cruda y tierna a la vez», que escribía Ignacio Aldecoa y, creedme, llegará la grandeza de lo inesperado.
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