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26 de abril de 2024

todavía la vidaNieves B. Jiménez

¿Acaso no hemos sido farsantes alguna vez?

Cuando alguna vez nos sentimos engañados es porque tenemos la voluntad de creer

Actualizada 04:30

Leo a la periodista Marta Fernández, en plena vorágine promocional de su último libro, La mentira, asegurar que la verdad es más aburrida, ruin y plana para vivir que la mentira. Intento quitarle importancia porque una sigue siendo una ingenua, ¡pero! me vuelvo a ver reflejada.
–«¿Cuándo necesita recurrir a la mentira?»
–«Cada mañana al levantarme. Te dices que va a ser todo maravilloso, aunque te duela el cuerpo y ni siquiera haya amanecido».
Tremenda paliza de verdades a bocajarro con las que Fernández me abofetea que ¡cuidado! alcanzan el culmen cuando llega al amor: «El amor es una de las grandes mentiras de la vida sobre todo porque nos mentimos sobre la otra persona a la que atribuimos dones que seguro no tiene. Está comprobado que el momento del cortejo es cuando más se miente con idea de agradar al otro». Touché y todas las expresiones que definan K.O. para confirmar que Marta tiene toda la razón. Tras esto era meterme en la cama bajo cuatro mantas o echarle cara a la vida. Uno de mis sabios de cabecera me lo confirmó: «La historia se repite, pero no en forma de farsa, sino de estafa», Manuel Alcántara dixit. A estas alturas urgía que alguien viniera a recoger y empezar a juntar piezas de este jarrón chino, hecho añicos, en que me había convertido.
¿A quién quiero engañar? Mi sesera ya no admite más realidad. Necesito refrescarme con dosis de extravagancia e imaginación. Cine, literatura… Pero, ¿qué demonios? ¿Acaso usted, yo y el vecino de enfrente no hemos sido farsantes alguna vez? A conciencia. Piadosamente. Y el amigo, que tonto no es, sí es todo comprensivo. Se nos da de maravilla hacer magia con la chistera por los aires escondiendo el as en la manga. Como desplegando ese telón en un pajar. Ese pajar familiar, de 1860, convertido en cine, en una aldea de Lugo. La magia de la pantalla grande, entre la ensoñación y la emoción sostenida, en un lugar único. Qué maravilla, Chantada.
¿Ven? Hasta la mentira puede ser terapéutica. Ese pajar no almacena paja o maíz, almacena imágenes, sonidos, educación y algo muy importante, recuerdos. Todo esto de la vida va sobre el poder de soñar. «El público, viendo las grandes películas, olvida todos sus problemas. En el mundo de hoy, con esta crisis que estamos experimentando tanto en lo político como en lo social, el cine nos recuerda que todos podemos, y debemos, seguir soñando», afirmaba el actor que encarnaba a Totò, en Cinema Paradiso.
Me desagrada la tacañería que mide el tiempo, lo gastado y lo entregado. Y la falta de delicadeza en los gestos, la mirada… y el corazón. Pero jamás ha limitado mi curiosidad ni mi inconformismo. Los que no nos conformamos con este horizonte buscamos constantemente signos de esperanza, «mira qué han creado, mira la reacción de aquellos jóvenes…». Busco, con ganas, alegrías. Que nos sorprendan. Volver a asombrarnos por las maravillas que posee el mundo. Y reconocer, agradecidos, que cuando alguna vez nos sentimos engañados es porque tenemos la voluntad de creer (Messiez). Confirmo: literatura y cine son el camino para llegar a miles de certezas. Hay una escena en La reina Cristina de Suecia, de R. Mamoulian, en la que a Greta Garbo, tras haber dormido con el protagonista, el director le pide que toque todos los objetos de la habitación… Ese recordar y perpetuar en la mente se convierte en un momento mágico. ¡Qué bastante tenemos con estos ingenieros del engaño cotidiano que nos rodean! Al final, el sueño no se habrá cumplido hasta que pongamos la guinda los espectadores.
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