El día de la ira de Dios
Crueldades se han cometido siempre, porque el hombre tiene el poder de construir el infierno con sus propias manos. Pero, como ha señalado Carrere, ni siquiera el nazismo hizo propaganda de su crueldad
Escribir sobre literatura o sobre filosofía es más agradecido. Hacerlo sobre la actualidad es difícil, porque siempre acaban sucediendo cosas que descolocan tu texto y lo dejan con cara de tonto. Esto les ha sucedido a todos aquellos que a toda prisa escribieron a toda prisa contra Israel, después del ataque palestino.
Esos textos han envejecido rápido y mal por muchos motivos. Pero quisiera centrarme en un juicio al ataque terrorista, según el cual el ataque de Hamás habría sido fruto de una desesperación rabiosa. Esta calificación se deduce en la mayoría de casos –y de ahí el problema– del juicio moral previo sobre los actos políticos y militares de Israel. Sobre esto último no quisiera entrar ahora, para no descentrar. Pero aunque se diera por bueno, la calificación sobre el ataque de Hamás no sería menos falsa, porque los acontecimientos posteriores lo han desmentido.
En primer lugar, porque las torturas a civiles, la violación a mujeres y el asesinato de niños no son fruto de la desesperación. La desesperación podría llegar a promover –siendo ya muy generosos con las palabras– terrorismo convencional. Pero esta crueldad tiene una raíz más honda. Quiere destruir no solo por fuera, sino sobre todo por dentro. No es pura reacción a otra violencia. Y no son tampoco los excesos de una minoría. Todo ha respondido a un sistema. Es un modus operandi, como ya vimos con el Estado Islámico.
Pero también lo ha desmentido la publicidad pornográfica con la que expandieron esos actos. Crueldades se han cometido siempre, porque el hombre tiene el poder de construir el infierno con sus propias manos. Pero, como ha señalado Carrere, ni siquiera el nazismo hizo propaganda de su crueldad. Si se ha hecho publicidad no ha sido sólo para aterrorizar al mundo. Tiene razón el francés cuando sostiene que este islamismo publicita el horror porque no ve en él un mal instrumental para ganar. Si lo difunde es porque «reivindica el sadismo. Para convertir, utiliza el sadismo, lo exhibe, permite ser sádico». La crueldad, por tanto, no es reacción; es un argumento positivo. Prueba de ello ha sido el encarnizamiento con el que muchos musulmanes exhibían las imágenes en la cara de los judíos que se manifestaban en occidente.
Lo grave de estas dos constataciones es la pregunta que sugieren: ¿este islamismo es el Islam? Desde luego, no todos los musulmanes actúan así, y algunos se avergüenzan. Pero la cuestión se complica cuando se lleva la pregunta al terreno teológico. Porque si el sadismo es una forma conveniente de actuar y un argumento moralizante es porque tiene su justificación teológica, por mucho que se la considere radical. Las interpretaciones diferentes responden a diversas partes contradictorias del Corán. Pero si no hay una interpretación más autorizada que otra es precisamente porque esa contradicción es posible no sólo en el texto, sino desde el centro mismo de la teología islámica.
Cuando Benedicto XVI lo dijo, toda Europa se le echó encima. Entre ellos muchos alemanes que hoy tienen prisa por deportar musulmanes. En aquel rebatido discurso de Ratisbona en 2006, que ha vuelto ahora a publicar Rialp, parafraseó una cita de Khoury, en la que este sostiene que, en «la doctrina musulmana, Dios es absolutamente trascendente. Su voluntad no está vinculada a ninguna de nuestras categorías, ni siquiera a la de la racionabilidad», y otra del conocido islamista francés Arnaldez, «quien observa que Ibn Hazm llega a decir que Dios no estaría vinculado ni siquiera por su propia palabra y que nada le obligaría a revelarnos la verdad. Si él quisiera, el hombre debería practicar incluso la idolatría». Como ha dicho Pablo Blanco en los textos que acompañan a la edición, el Papa no pretendía tratar el islam en general, y mucho menos reducirlo a estas aseveraciones. Pero no es menos cierto que atinan con el riesgo esencial de la teología islámica: la absoluta trascendencia de su dios permite una interpretación contra la razón humana, y contra la creación misma; su dios no es necesariamente arbitrario, violento o bárbaro, pero puede también serlo sin contradicciones. Ese es el motivo fundamental por el que el Islam dejó de desarrollar la ciencia y la filosofía en la época medieval; esa es la razón por la que no cabe una institución musulmana que ofrezca una interpretación única y autorizada de la voluntad divina, y es el motivo por el que cupo, cabe y cabrá siempre el uso de la violencia como argumento positivo.
También la Iglesia ha tenido representantes que han ejercido la violencia, e interpretaciones y textos violentos. Pero la crítica siempre les ha sobrevenido, por una decisión teológica previa: Dios no puede ir contra sí mismo y, por tanto, tampoco contra lo que Él mismo ha creado. De forma equivocada Juan Eslava dijo en una entrevista en ABC que el Islam necesitaba una revolución francesa como había necesitado el cristianismo. Como si la revolución francesa no hubiera derramado más sangre que la que lleva el terror islámico. No, lo que necesita la comunidad musulmana es una evangelización.