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José Manuel Cansino

El poder adquisitivo de los españoles crece un 2,76 % desde 1994, diez veces menos que en Francia

La falta de acceso a educación y sanidad de calidad frena la movilidad social y perpetúa las desigualdades

No son muchas las veces en las que una estadística no trivial levanta un amplio interés en la opinión pública. Los datos matan los relatos y somos más de los segundos que de tomarnos tiempo en prestar atención a los primeros. La estadística de evolución de los salarios reales (los que miden su poder de compra) ha sido una excepción al desinterés habitual en las publicaciones de estadísticas.

Efectivamente, poco antes de que iniciasen sus vacaciones los que hayan podido, la OCDE publicó la evolución del poder de compra de los salarios anuales promedio pagados en los países de la Unión Europea (UE). Los datos estaban referidos al periodo entre 1994 y 2024. Treinta años en los que el poder adquisitivo del salario medio en España creció sólo un 2,76 %. Un pírrico registro si lo comparamos con el crecimiento del 34,4 % de Finlandia o el 28,4 % de Francia. De hecho, la evolución del salario real en España sólo se acerca al 3,6 % de Holanda y únicamente rebasa al 0,8 % de Italia.

Pocos lugares de encuentro hay entre los analistas económicos como el que señala que sin aumento de productividad no hay aumento de salario real lo que es tanto como decir que no hay mejora del bienestar social. Hasta ahí todo bien. Llevamos décadas advirtiendo del problema de la baja productividad en España. Tanto tiempo como el que se ha tardado en imitar a otros países creando, por fin, un Consejo de Productividad que preside un experto en economía laboral, Juan Francisco Jimeno.

Para tomar medidas eficaces para la mejora de la productividad, hay que tener una buena medida de la misma y aquí comienzan los problemas

Sin embargo, para ayudar a tomar medidas eficaces en pro de una mejora de la productividad, hay que tener una buena medida de la misma y aquí comienzan los problemas. El propio presidente del Consejo de Productividad advertía en el mes de julio sobre la paradoja de que, para el segundo trimestre de 2025, el Instituto Nacional de Estadística (INE), registraba al mismo tiempo una caída de la productividad por ocupado y un aumento en la productividad por hora efectivamente trabajada. Algo que él mismo calificaba de intrigante a la vez que se preguntaba si el INE estaba midiendo bien las horas efectivamente trabajadas en España.

Pero las dudas sobre las mediciones oficiales no se limitan al INE. Si regresamos a los datos de la OCDE sobre los salarios reales con los que abríamos este artículo, resulta que los campeones en el crecimiento del poder adquisitivos de sus salarios son Lituania (290,3 %), Letonia (245,2 %) y Estonia (236,2 %). No parece muy creíble.

La productividad por persona ocupada, según el INE es el cociente entre el valor añadido a coste de los factores y el número medio de ocupados en un año. Su valor informa de la aportación de cada persona ocupada a la generación de rentas o riqueza de la nación. Si lo queremos ver de otra forma, es una medida de la eficiencia que indica cuánta riqueza genera cada trabajador. Si tomamos el PIB en lugar del valor añadido, el INE informa que el valor promedio de un empleo a tiempo completo en España era de 19.595 euros a finales de 2024. La productividad por hora trabajada es, análogamente, el cociente entre el valor añadido a coste de los factores y el número de horas trabajadas en un año.

¿Qué pasa en una sociedad en la que la que el poder de compra de los salarios lleva estancado tres décadas? Principalmente ocurre que el ascensor social se detiene y esto tiene unos efectos desmotivadores ciertamente terribles salvo, atención, que se desarrolle una ingeniería social que nos convenza de que la prosperidad está en vivir en un mundo virtual de datos ilimitados a bajo coste, en casa de papá y mamá o compartiendo habitación con desconocidos.

En la mayoría de los países occidentales se necesitan, al ritmo actual, cuatro o cinco generaciones para pasar de un entorno de bajos ingresos a ingresos medios propios

El reciente premio Príncipe de Asturias, Michael J. Sandel, advierte sobre esto. En la mayoría de los países occidentales se necesitan, al ritmo actual, cuatro o cinco generaciones para pasar de un entorno de bajos ingresos a ingresos medios propios de una clase social del mismo nombre. Sin embargo, las diferencias son grandes entre países. En España se necesitan cuatro generaciones pero en Dinamarca, sólo dos. Sander explica estas diferencias apuntando a dos causas bastante intuitivas; cuanto mejor y mayor sea el acceso a la atención sanitaria y la educación, mejor funciona el ascensor social.

En España la preocupación por la educación se limita al periodo en el que las familias tienen hijos en la educación obligatoria; antes no existe e inmediatamente después, se diluye. Todo ello en una sociedad niñofóbica que ve a los hijos como un freno a los desempeños profesionales de los padres. Para colmo, la educación es campo abonado para la batalla política y para la extorsión independentista.

Cuando las expectativas de prosperidad personal se frustran viendo que, a pesar del esfuerzo, la cesta del súper cada vez es más cara y la vivienda un imposible, o nos convencen de que la vida low cost es el nuevo mundo feliz, o la frustración colectiva impide cualquier mejora de la productividad y del bienestar.

José Manuel Cansino es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, profesor de San Telmo Business School y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino

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