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20 de abril de 2024

Alenka-02-09-19

Gospodin Venenitos

El presidente ruso es tan aficionado a todo tipo de tóxicos, mortales o no, que merece por su persistencia y eficacia un poco de atención

Esta semana hemos tenido varias actuaciones de lo más interesante, aunque ciertamente maléficas en el ámbito ruso. Más allá de la guerra, la batalla se ha librado en la mesa, a través de unas amables, aunque casi letales tabletas de chocolate. Como una Agatha Christie a la andaluza, me he dado con fruición al tema, porque este asunto ha saltado todas las barreras de lo gastronómico para encontrar al diabólico enemigo de lo bueno, de la comida y de la vida: el veneno. Tan importantes han sido las que podríamos llamar «actuaciones tóxicas» de Gospodin Venenitos (Sr. Venenitos) y han causado tal interés, que el asunto va más allá de lo anecdótico para formar parte de una manera de entender la estrategia bélica e incluso la diplomática.
Y aunque no es el único, y de casta le viene al galgo, el presidente ruso es tan aficionado a todo tipo de tóxicos, mortales o no, que merece por su persistencia y eficacia un poco de atención ¿no creen?
La noticia no podía ser más impactante: los participantes de la mesa de negociaciones han caído intoxicados con diversa gravedad y en distinta medida. Roman Abramovich y los negociadores ucranianos han manifestado síntomas de envenenamiento, algo que cuanto menos, sorprende en estos tiempos. Parecía que el uso de venenos había quedado como cosa de otra época, algo del pasado a lo que la civilizada cultura del s. XXI jamás iba a volver a recurrir. Sin embargo, no debe extrañar esta aparición de venenos, la trayectoria rusa no ha llegado a abandonar jamás la maquiavélica gastronomía del mal. Observamos algunos de los últimos casos: en 1995, aún en época del presidente Boris Yeltsin el empresario georgiano Ivan Kivelidi fue envenenado con cadmio a través de su móvil, falleciendo tanto él como su secretaria en un breve plazo de tiempo. Fulminante, sí, pero nada discreto.
Mucho más recientemente, en el verano de 2020, Alexei Navalni, opositor ruso fue envenenado con un tóxico impregnado en su ropa interior, durante un vuelo. Finalmente sobrevivió, aunque el agente nervioso Novichok, un histórico de las agencias rusas, casi acaba con él. Y no era el primer intento, ya que los rusos lo pusieron literalmente de color verde en 2017, al ser atacado por un agente conocido como «verde brillante». También parece que el té ha sido un agente facilitador de los tóxicos, como ocurrió con la periodista Anna Plitkóvskaya, que fue envenenada en 2004 y finalmente asesinada dos años después.
Desde luego, el té les gustaba como agente introductor de los tóxicos, así que Aleksandr Litvinenko en 2006 fue asesinado por una buena ración de polonio-210, un agente radiactivo letal. En su civilizada taza de porcelana, quizás unas de esas bellísimas porcelanas de «cáscara de huevo» le esperaba la muerte. Quién lo hubiera imaginado.
En la naturaleza, los sabores amargos suelen ser la antesala de un tóxico, por eso los detectores del sabor amargo se encuentran en gran cantidad en el final de la lengua, como mecanismo de supervivencia, con el fin de evitar tragarlos. Pero los rusos han sobrepasado todos los límites desde el amargo cianuro, y a su lado la Amanita phalloide, tan amada por los envenenadores romanos, ha quedado muy deslucida. Incluso el arsénico, el mercurio o la cicuta son poca cosa al lado de estos mecanismos de última generación, aunque gracias a Dios, no siempre eficaces, como vemos. Aún en la actualidad, los tóxicos deben ser camuflados, y no hay mejor camuflaje para un sabor raro o amargo que el dulzor de un té, o de un chocolate.
Y así volvemos a nuestro caso, porque Roman Abramovich y los negociadores ucranianos han sido intoxicados precisamente por un chocolate contaminado, quizás con compuestos organofosforados. Y los han tomado en pequeña dosis, porque la intención era verdaderamente maquiavélica: no tanto matarlos, pero sí dejarlos exhaustos durante la negociación. Incapaces, agotados. Y lo han conseguido.
A los rusos siempre les gustó el chocolate, tanto el bueno como el malo, e incluso llegaron a producirlo. La famosa fábrica Octubre Rojo, de época de los zares, ya que empezó su andadura en 1851, empezó a fabricar chocolates a partir de la década de 1960. Allí se apreciaban extraordinariamente, aunque cuentan quienes los probaron que eran de mala calidad, arenosos y difíciles. La marca de chocolates se llamaba Alenka, y no sólo se valoraba mucho, sino que se consumía en cantidades exorbitantes, aunque la fábrica cerró en 2007. Así que no es posible que los negociadores ucranianos hayan caído en la trampa de los inocentes ojos de la niña que envolvía las famosas y desaparecidas chocolatinas Alenka. Así que no han sido intoxicados por los chocolates de la niñita de ojos azules, pero quizás cualquier otra marca internacional ha servido como artimaña del mal.
En cualquier caso, no termina de sorprender el uso de tóxicos, que tan útiles han sido a Gospodin Venenitos. ¿No creen que seguimos siendo muy parecidos a aquellos hombres de hace veinte o treinta siglos que usaban medios indirectos para provocar la muerte? Pero quizás en el pecado lleve la penitencia: es posible que padezca un pavor insuperable a sus propias armas, y de ahí las distancias con sus invitados, las largas mesas, las comidas o bebidas inexistentes en sus últimas apariciones. Gospodin Venenitos no toma chocolate. Seguro que animaría sus endorfinas y le sentaría muy bien. O no.
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