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28 de marzo de 2024

Mijaíl Gorbachov en su visita a Madrid en 1990

Mijaíl Gorbachov en su visita a Madrid en 1990Gtres Online

Gorbachov, el hombre que quiso y no pudo

Gorbachov pasó el fin de sus días explicando la idea que tenía en mente para la Unión Soviética: una URSS semiliberal, abierta y sin censura ni persecución política

La imagen de Gorbachov contrasta profundamente entre los occidentales y los rusos. Los occidentales le vemos como el reformista bienintencionado que trató de llevar a la URSS de la dictadura comunista a un socialismo con rostro humano lejos de las prácticas que habían caracterizado a la Unión Soviética desde la época de Lenin. Para los rusos es un inepto traidor que quiso adaptar el modelo occidental a una realidad en la que tal sincretismo no era posible por lo que siempre planeó sobre él la sospecha de haber sido, de algún modo, un agente al servicio de Occidente.
Gorbachov llega al poder con la idea de restaurar el modelo semiliberal de Jrushev, volver a la distensión y llevar la coexistencia pacífica con el modelo capitalista a sus máximas consecuencias. Hasta tal punto llegó su idea que casi se desarma nuclearmente (de hecho propuso la mutua desnuclearización a Reagan) y quiso copiar diferentes instituciones y formas de gobierno claramente contradictorias con el Partido Comunista.
Lo cierto es que su gobierno como Secretario General del Partido Comunista (1985-1991) se encontraba con algunos problemas previos: el estancamiento económico que desde la época de Breznev se veía venir, una guerra en Afganistán que se había convertido en un callejón sin salida, el agotamiento de la ideología comunista debido al relevo generacional que contrastaba con el ferviente patriotismo soviético de los años cincuenta, sesenta y setenta. Este agotamiento comenzó a alimentar ideas nacionalistas de corte identitario que serían explotadas y promocionadas de forma clandestina por los países occidentales (especialmente Alemania, Reino Unido y Estados Unidos) y, por último, la sucesión de tres secretarios generales desde 1980 hasta 1985 (el citado Breznev, Andrópov y Chernenko).
Yuri Andrópov, junto a Erich Honecker y Leonid Brézhnev, en 1967

Yuri Andrópov, junto a Erich Honecker y Leonid Brézhnev, en 1967Bundesarchiv

En este contexto, Gorbachov inicia su gobierno con la intención de reformar la URSS para reforzarla siendo que la profundidad de las reformas más que provocar una retroalimentación de las fuerzas socialistas significó una ruptura con las mismas.
La Perestroika trataba de emular las reformas y el tránsito económico chino de Deng Xiaoping al modelo mixto, la China de Mao había quedado atrás y la nueva China (germen del actual modelo de Pekín) empezaba a dar señales de recuperación. Gorbachov intentó lo mismo pero el modelo de liberalización terminó siendo un fiasco que acabó engullendo la economía soviética y provocando la posterior miseria que se vería en los años noventa.

El fiasco del aperturismo

Por otro lado estaba la Glastnost, la perestroika social, la liberalización tanto de la ideología del Partido como de los medios de comunicación, el fin de la censura y la persecución política. La liberación de presos fue vista como un salto delante de la URSS en Occidente pero este cambio de repente provocó que grupos antiURSS y los nacionalistas mencionados comenzaran a organizarse de una manera más compleja y segura. Lo que Gorbachov pensó que sería una liberalización económica y social que se incorporaría al tránsito histórico y material de la URSS provocó lo contrario. Los nuevos oligarcas y los opositores en vez de integrarse en un modelo de nuevo socialismo se propusieron acabar con él.
Esto provocó la ruptura de la cohesión dentro del partido y de toda la URSS: la vieja guardia, incapaz de replicar el golpe contra Jrushev, vs la nueva guardia de Gorbachov. Al final, ninguno se pudo imponer para controlar la URSS, ya que el fracaso vino de dentro de las propias repúblicas socialistas.
Los movimientos nacionalistas sociales e institucionales comenzaron a reclamar más poder para los estados federados que para la propia federación, ya que la URSS, que en principio era una organización internacional que agrupaba a los estados socialistas euroasiáticos, se había convertido en un supraestado centralizado que una vez comenzó a resquebrajarse el propio Gorbachov fue incapaz de contener. Eso, unido al fracaso afgano, el desfile de nacionalidades y Chernobyl, mermó de tal forma su imagen que acabó siendo destituido.
Tal fue así que al final de su mandato apenas era un personaje vacío de poder, la transición hacia el socialismo humano pasó a una inestabilidad social y una pugna política entre los comunistas más ortodoxos del KGB y los nacionalistas de las Repúblicas federadas que querían la independencia y gobernar esos países de forma independiente.

La triste salida de Gorbachov

Gorbachov, en un último movimiento para controlar la sedición (ya incontrolable y que amenazaba incluso a los propios estados sediciosos, ya que partes de la República Federativa Soviética Rusa quería separarse de la propia Rusia), creó el cargo de Presidente de la Unión Soviética, de la cual fue destituido el 25 de diciembre de 1991, un día antes de la firma del Tratado de Belavezha que puso fin a la URSS reconvirtiéndola en la casi invisible CEI (Comunidad de Estados Independientes).
Todo ello frente a sus ojos e incapaz de proteger su propio estado tanto de la ineficacia de sus medidas, la terriblemente mala aplicación de las mismas y la aparición de enemigos en su contra que conspiraron contra él desde todos los frentes. Al final, los socialistas tanto ortodoxos como gorbachistas perdieron frente a los nacionalistas, que convivirían en una unión indisoluble con nuevos oligarcas mientras los soviéticos un día se acostaron en la URSS y al otro despertaron en un territorio independiente que no estaban seguro si era la República en la que se habían acostado u otra nación con otro nombre u otra bandera.
Gorbachov pasó el resto de sus días desde 1991 hasta 2022 explicando la idea que tenía en mente, lo bien que hubiera estado la URSS de haberse aplicado las medidas correctivas de forma correcta, acusando a sus enemigos de torpedear su mandato y dando explicaciones sobre su gobierno y lo que vino después. Intentó ocupar algún hueco mediático a través de libros, conferencias y ponencias y fue llamado a Occidente muchas veces para explicar, como las historias de un abuelo, sus aventuras soviéticas ochenteras. En Rusia, sin embargo, la población en última instancia le detestaba o, como mínimo, le ignoraba.
Para los políticos de la era Yeltsin era un estorbo y una reliquia del pasado mientras que para el gobierno de Putin era simplemente un jarrón chino, un protagonista de la historia reciente, pero nada más. Rusia enfrentó muchos problemas tras la caída de la URSS como para atender los consejos de un hombre que fue incapaz de defenderse a sí mismo y a su país.
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