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29 de marzo de 2024

José Antonio Primo de Rivera (izquierda) y Francisco Franco (derecha)

José Antonio Primo de Rivera (izquierda) y Francisco Franco (derecha)

José Antonio y Franco, una relación incompatible

Serrano Suñer afirmó que «Franco no le tenía simpatía y había en ello reciprocidad, pues tampoco José Antonio sentía estimación por él»

La única vez que ambos mantuvieron una entrevista más o menos extensa, fue en casa de Ramón Serrano Suñer a principios de 1936. El propio Serrano contó que la reunión fue pesada e incómoda, ya que Franco estuvo evasivo y cauteloso, narrando anécdotas más que hablando de problemas reales, y José Antonio quedó decepcionado, ironizando después sobre Franco y comparándole negativamente con su padre, el general Primo de Rivera, del que decía estaba lleno de humanidad, decisión y nobleza.
Con anterioridad, en la boda de Ramón Serrano Suñer con la hermana de Carmen Polo, la mujer de Franco, en 1932, ambos se conocieron y se saludaron, pero nada más. Serrano era amigo de José Antonio así como compañero de estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, y por eso le hizo testigo de su boda. Franco también fue testigo.
De antes de la Guerra Civil no se tiene constancia de otros encuentros, si exceptuamos las elecciones en Cuenca de mayo del 36, tras la anulación de las de febrero del 36. La relación fue indirecta y también a través de Serrano Suñer.
El General Fanjul, antecesor de Franco en la comandancia de las Islas Canarias, le propuso presentarse a las elecciones por Cuenca. Franco entonces escribió una carta al secretario general de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), Geminiano Carrascal. Proponía que le apoyase para llegar al parlamento. La idea fue bien acogida por las derechas, pero al saberlo José Antonio, que también se presentaba, se negó a compartir candidatura con Franco. La CEDA prefirió apoyar a José Antonio y el encargado de transmitir esto a Franco fue Serrano Suñer. Las elecciones supusieron un pucherazo de resultas del cual José Antonio, que consiguió más de 40.000 votos, no salió elegido.

Dos polos opuestos

Franco no era idiota. Un hombre que muere en la cama después de tantos años de poder, mediante una dictadura personalísima más que fascista, no puede ser idiota. Tampoco era inculto, leía, escribía y era un cinéfilo empedernido, teniendo además esa astucia gallega y, militarmente hablando, fue un hombre valiente, aunque acomplejado por su aspecto físico y su voz.
A José Antonio lo único que le podía identificar con Franco era su catolicismo y su amor a España, aunque tal patriotismo estaba cortado por diferentes patrones. El de José Antonio más profundo e intelectual, el de Franco más físico y sentimental. Por lo demás eran diferentes. José Antonio era un erudito, Franco no, diferenciándoles también el carácter, más reservado y frio el de Franco. José Antonio era alto, elegante y bien parecido.
El general Franco seguramente conoció los textos de José Antonio en la Guerra Civil y después. No tuvo más remedio, pues uno de los objetivos de la Unificación de Carlismo y Falange de abril del 37 fue, además de detentar todo el poder político, el de disponer de una organización de masas, como así sucedió a través de la nueva FET y de las JONS, después Movimiento Nacional. Franco pasó a ser el Jefe Nacional de la nueva organización unificada. Aparentemente, Falange Española con la 'T' de tradicionalista tuvo el poder político hasta la muerte de este en 1975. Nada más lejos de la realidad. Ni siquiera en Falange Española con la 'T' eso fue así, a pesar de las apariencias.
Vayamos al terreno de los hechos, utilizando para ello varias propuestas básicas joseantonianas. El sindicalismo, la nacionalización de la banca y la democracia orgánica. Y aparte veamos también quién desempeñó verdaderamente el poder aparte del propio Franco.

El sindicalismo

El primer Gobierno de Franco se formó en 1938 y en él había ministros falangistas: Fernández Cuesta y González Bueno. Sin incluir a Serrano Suñer porque no era falangista. En el segundo estaban Yagüe y Muñoz Grandes, y también estaban como ministros sin cartera Rafael Sánchez Mazas y Pedro Gamero del Castillo. Y así hasta el último en 1975, ya que en todos los gobiernos de Franco hubo teóricamente ministros falangistas: Raimundo Fernández Cuesta, Pedro González Bueno, Juan Yagüe Blanco, Agustín Muñoz Grandes, Rafael Sánchez Mazas, Pedro Gamero del Castillo, José Antonio Girón de Velasco, José Luis Arrese Magra, Miguel Primo de Rivera, Jesús Rubio García-Mina, José Solís Ruiz, Fermín Sanz Orrio, Jesús Romeo Gorria, Enrique García Ramal, Torcuato Fernández Miranda, Alejandro Fernández Sordo, Luis Rodríguez de Miguel y José Utrera Molina, conforman la lista de los ministros azules que pasaron por los gobiernos del caudillo, 15 gobiernos con una media de 14 ministros, algunos repetidos, y de entre ellos los azules fueron 18 en total. Se tienen dudas acerca de si algunos de los indicados en la anterior lista eran falangistas o más seguidores de Franco que de José Antonio. En sus obras está la verdad.
En todo caso fueron minoría. Hubo una mayoría de militares así como miembros de las demás familias del régimen: monárquicos alfonsinos, carlistas, ceditas, democratacristianos y tecnócratas. Franco repartió el poder entre ellos, dando más o menos según lo que consideró. El resultado fue que si exceptuamos el tema socio-sindical y laboral, y siempre con límites, el falangismo durante el franquismo mandó muy poco.
Aunque se llevaron a cabo importantes conquistas sociales: sanidad, pensiones, mutualismo, vacaciones, pagas extras, protección frente al despido, vivienda, etc., ni se desmontó el capitalismo, pues el régimen lo era económicamente, ni se llevó a cabo una revolución social en donde los trabajadores compartieran el poder político, legislativo y económico a través de los sindicatos.
El sindicalismo de José Antonio no era fundamentalmente reivindicativo, que también, sino estructural y de fondo, planteado no como una especie de organización sindical con empresarios y trabajadores armonizados y controlados por el estado, sino como un todo que debía agrupar al conjunto de los trabajadores que forman parte de la producción y detentar, junto al poder legislativo del que formarían parte, la legislación y, junto al Gobierno, en el que también participarían, las políticas económicas, encaminadas a la justicia social y a la productividad, primando al ser humano y su bienestar sin descuidar la economía de la nación.

Nacionalización de la banca

La banca jamás fue nacionalizada por el franquismo, ni siquiera socializado el crédito, siendo la nacionalización una de las principales aspiraciones falangistas. Los grandes bancos privados –Bilbao, Vizcaya, Banesto, Hispano Americano, Popular, etc.– existieron y se enriquecieron durante el franquismo, imponiendo un altísimo porcentaje de las políticas económicas del régimen, y logrando que muchos de sus directivos llegasen a los más altos puestos del poder económico del estado.

El liberalismo económico fue el imperante en esa época

Existió una banca pública: el Banco Exterior, la Caja Postal, los Bancos de Crédito Agrícola, Industrial, local y a la Construcción, y el Banco Hipotecario. Y también las Cajas de Ahorro, pero que eran previas a Franco. En todo caso el control de la inversión y del crédito de la banca pública, en contraposición con la banca privada, fue pequeño y residual, de lo que se deduce que el liberalismo económico fue el imperante en esa época.

Democracia orgánica

Por último vayamos al tema de la democracia orgánica, cuyo intento de introducción en España tuvo valedores tanto de la derecha, Ramiro de Maeztu y Juan Vázquez de Mella, como de la izquierda, Fernando Giner de los Ríos y Julián Besteiro, con anterioridad a que José Antonio lo planteara. Primo de Rivera lo sabía y conocía por medio de la lectura y del estudio de la filosofía, en concreto del idealismo alemán, del que fue heredero el krausismo, una de las corrientes introductoras en España del organicismo.
El planteamiento de José Antonio consistía en atribuir la tarea legislativa a los representantes de los españoles elegidos como de las entidades naturales de convivencia, especialmente familia, municipio y sindicato, sin negar esa posibilidad, pues se refería a esas entidades naturales en general, a otras tales como universidades, fuerzas armadas, instituciones religiosas, etc.
En ningún texto José Antonio ponía límites a quienes serían los electores, que tendrían que ser todos los que formasen el censo electoral. Y ni mucho menos habló o escribió acerca de que los representantes serían designados por tal o cual persona.
Durante el franquismo las cortes surgieron gracias a la Ley Constitutiva de las Cortes de 1942, después reformada por la Ley Orgánica del Estado de 1967. Las mismas se crearon como un organismo de participación del pueblo en las tareas del Estado, y los procuradores (diputados) no eran elegidos por sufragio, sino que eran mayoritariamente designados, o pertenecían a la cámara por tener otros cargos. Por ejemplo todos los consejeros nacionales del movimiento lo eran, teniendo como misión principal la elaboración de leyes y no la iniciativa legislativa.
A los procuradores en cortes los nombraba mayoritariamente Franco y era este quien detentaba el poder legislativo aunque delegaba la iniciativa en personas de su confianza. A partir de 1967 se votó para elegir a los representantes de lo que se llamaba el tercio familiar, y ello de acuerdo con el censo de padres de familia y de mujeres casadas.
El resto de los procuradores eran los miembros del Gobierno, los consejeros nacionales del movimiento, los designados por la organización sindical naturalmente entre afines al régimen, los elegidos por provincias de entre los alcaldes representando a los ayuntamientos, los cuales a su vez eran designados por los Gobernadores Civiles, que los nombraba el Gobierno, las jerarquías de la Iglesia, rectores de universidad, generales del Ejército, miembros del Tribunal Supremo, del Reino y de Cuentas, etc.
En definitiva ni eran elegidos por el pueblo ni efectivamente suponían la participación del pueblo en las tareas del Estado. Muchos falangistas o franco-falangistas, que colaboraron o participaron activamente en el franquismo, lo hicieron de buena fe, tratando de llevar a cabo políticas nacionalsindicalistas, pero aunque es obvio que sí se consiguieron determinadas cosas, en general el régimen se aprovechó de ellos y les frustró en cuanto al cumplimiento de sus ideales.
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