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09 de mayo de 2024

Confesión en la cárcel de Goya

Confesión en la cárcel de Goya

Picotazos de historia

Un escándalo en la Sevilla de 1597: un asesinato para heredar fortuna

Aferrado al hábito del fraile el compungido caballero de Calatrava vació su conciencia. Lo confesó todo. Sin embargo, el fraile se saltó sus deberes y repitió ante el juez, palabra por palabra, todo lo escuchado bajo secreto de confesión

Vivía en Sevilla Don Alonso Téllez Girón, alguacil mayor de la mencionada ciudad y caballero del hábito de Calatrava. Era hijo natural de Don Juan Téllez Girón, V conde de Ureña, a quien llamaban «el santo». Pues bien, el supuesto santo dejó embarazada a una doncella que tenía recogida en su casa y el fruto de aquella relación fue el mencionado Don Alonso. Actuando el no tan santo conde consiguió una bula papal, efectiva el 27 de octubre de 1562, de legitimación de su vástago, lo que le permitió el ingreso en la orden de Calatrava.

Acusado de asesinato

La crónica –Sucesos de Sevilla de 1592 a 1604– de Francisco de Ariño nos cuenta que, en 1596, Alonso Téllez era tutor y gobernador de los menores de edad, duques de Osuna y de Alcalá. En dichas funciones hizo almoneda con algunos bienes del difunto duque de Alcalá. Uno de los hijos de este señor tenía por capricho ciertas colgaduras que habían sido de su padre y las reclamó a Alonso Téllez. La respuesta fue que si las quería, pujara en la almoneda. Era el hijo del duque Juan de Ribera (1532 – 1611), arzobispo de Valencia, patriarca de Antioquía y futuro santo (este de verdad) de la Iglesia Católica. Se revolvió el arzobispo y acusó a Alonso Téllez de desfalcar la administración de los menores y se hizo eco del rumor que circulaba por Sevilla de que Alonso Téllez había asesinado a su esposa –Dª Inés de Guevara– para heredarla. Amén de ser integrante notorio de la sociedad homosexual de Sevilla.
Imagen de la Sevilla del siglo XVI

Imagen de la Sevilla del siglo XVI

Estamos en los últimos momentos del buen Rey Felipe II y este gran señor tenía muy poca paciencia para esas debilidades o tendencias, por lo que inmediatamente nombró al alcalde del crimen de la Audiencia de Granada –de nombre Martín de Peredo Velarde– para las pesquisas, que se llevarían hasta las últimas consecuencias, y que respondería ante el propio monarca.
Enterado de la que le venía encima, Alonso Téllez, partió a Madrid para reunir influencias, dejando organizado en Sevilla un intento de asesinato del pesquisidor real que afortunadamente –para Martín de Peredo– fracasó. El intento de asesinato fue un error, ya que motivó la diligencia del juez. Peredo prendió a un paje, al mayordomo y a varios criados que tenía Alonso Téllez en Sevilla y «apretándolos el juez...vinieron a confesar que Don Alonso era puto e hizo brava información el juez sobre ello».

La confesión final

Alonso Téllez fue mandado prender en Madrid y trasladado a Sevilla cargado con grilletes, lo que ocasionó un gran escándalo en esta última ciudad. El 1 de febrero de 1597, el paje –de quien solo sabemos que era italiano y se llamaba Alonso– confesó ser partícipe de actos nefandos con Alonso Téllez y cómplice en la muerte de su esposa. Para entonces empezaron a moverse las influencias del reo y el Nuncio de Su Santidad tronó por que el encausado había sido prendido por la justicia civil cuando, como caballero de Calatrava que era, le correspondía ser juzgado por el fuero eclesiástico.

El Rey, harto del asunto, había ordenado que discretamente se la diera garrote en esa misma celda

El juez de la causa se veía respaldado por el propio Felipe II pero también presionado para dar una pronta resolución al caso, es por ello que permitió algo que nos parece repugnante hasta el día de hoy. Se envió al verdugo a la celda del reo para que le mostrara los aperos de su arte y le aleccionara sobre lo que había de suceder. Pues, según el verdugo, el Rey, harto del asunto, había ordenado que discretamente se la diera garrote en esa misma celda.
El pobre Don Alonso Téllez, horrorizado, clamó por un sacerdote que le escuchara en confesión. A los clamores del reo se materializó en la celda un fraile dominico que le exhortó a confesar sus pecados. Aferrado al hábito del fraile el compungido caballero de Calatrava vació su conciencia. Lo confesó todo: el asesinato de su esposa para heredar un mayorazgo que tenía, su afición a ciertas prácticas que conoció de joven en Italia y que continuó practicando en Sevilla, etc. Confesó y lo hizo a conciencia. Lo tremendo del asunto es que el desgraciado del fraile se saltó sus deberes y repitió ante el juez, palabra por palabra, todo lo escuchado bajo secreto de confesión.
«El martes 29 de abril de 1597 lo sacaron (a Alonso Téllez Girón) caballero en una mula, cubierto de luto, y a un criado suyo con él y los quemaron, que fue la mayor lástima del mundo», nos cuenta el cronista.
El Papa, indignado, mandó llamar a Martín de Peredo a Roma para dar cuenta de lo sucedido, pero murió durante el camino y no siguió adelante la investigación. En cuanto al mal fraile, nada sé de él.
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