En la estación de tren de Przemysl, una pequeña localidad fronteriza con Ucrania, hombres jóvenes y de mediana edad procedentes de Estados Unidos, Canadá, España o Francia apuran la última calada del cigarrillo mientras están atentos a los horarios de un autobús que les llevará a la frontera con Ucrania.
Muchos de ellos no tienen experiencia militar alguna ni jamás han agarrado un rifle, pero todos tienen claro que luchar en el frente del este de Ucrania, donde se desarrollan los cruentos combates con las tropas rusas, es el único camino para parar la guerra.
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