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18 de abril de 2024

David O’Connell

Monseñor David O’Connell (1953-2023)

El obispo Dave

Asesinado hace unos días a manos de una persona a la que ayudaba, una de sus colaboradoras recuerda a El Debate la inmensa generosidad de un clérigo que «mostraba a Jesús resucitado fuera del Templo».

David Gerard O'Connell
Nació el 16 de agosto de 1953 en Cork (Irlanda) y falleció el 18 de febrero de 2023 en Los Ángeles (California)

David Gerard O'Connell

Formado en Estados Unidos, allí fue ordenado sacerdote en 1979 y tuvo a su cargo siete parroquias, hasta que fue consagrado obispo en 2015.

«Era la misericordia misma, nunca pensaba mal de nadie y su vida consistió en imitar a Jesús». Las declaraciones de Andrea Vicich, peruana afincada en Los Ángeles, a El Debate podrían asemejarse a un homenaje convenido. Se apoyan en hechos que las corroboran.
Vicich, laica comprometida que colaboró estrechamente con monseñor David Gerard O’Connell, obispo auxiliar de Los Ángeles, asesinado el pasado 18 de febrero, recuerda, por ejemplo, un viaje humanitario a Perú en el que le pidió algo de su tiempo para visitar a su abuela, que se había quedado sin habla a raíz de tres derrames cerebrales. «El padre –así le llama, pese a que era obispo desde 2015– le impuso las manos, realizó una oración de sanación y mi abuela recuperó el habla hasta el día de su fallecimiento, fue un auténtico milagro».
Vicich y el prelado se conocieron hacia 2010, mientras la primera participaba en labores de evangelización, en la Parroquia San Miguel Arcángel de Los Ángeles, la cuarta que O’Connell administraba en la segunda urbe más poblada de Estados Unidos y la séptima en California desde que inició su ministerio en 1979, recién ordenado sacerdote. Lo primero que dijo a la laica fue una felicitación por la belleza de su voz tras una actuación con cánticos.
La casualidad quiso también que el obispo Dave, como era conocido entre sus feligreses, hubiera estado anteriormente en la zona recóndita de Perú a la que Vicich aporta ayuda humanitaria y promueve cirugías para niños a través de una fundación. Mas fue en el área de su parroquia donde más irradió su bondad.
San Miguel Arcángel está en uno de los barrios más peligrosos de Los Ángeles, asolado por el alcoholismo, el narcotráfico y la prostitución, hogares disueltos, y una violencia generalizada que puede llegar a cobrarse hasta un centenar de vidas al mes. «Desde que el padre empezó a evangelizar en esa zona, el número de crímenes bajó», señala Vicich. El futuro obispo cooperó con el sheriff local. Pero sobre todo hizo lo que mejor se le daba: «mostrar a Jesús resucitado fuera del Templo».
Una actividad que se extendió, igualmente, a los centros de Los Ángeles donde se practican abortos. En alguno de ellos, Vicich le vio llorar. La laica tampoco puede olvidar aquella vez en que se disponía a marcharse de misión. Necesitaba dinero. O’Connell «me llamó inmediatamente a la Iglesia, y ordenó a su secretaria que girase a mi organización su sueldo de los próximos tres meses». Se sintió abochornada. «En la Iglesia me dan de comer y tengo donde dormir», replicó el párroco.
La última muestra de generosidad, pocos días antes de ser asesinado, consistió en ayudar a salir de Ucrania a trescientos refugiados, ucranianos y rusos. Se encargó de pagar el transporte de esas personas para que fueran llevadas a Polonia y a Serbia, en colaboración con otras organizaciones.
O’Conell tenía, además, un gran sentido del humor. Hasta que fue consagrado obispo, hacía comedia. Una vez la gente pensó que se había disfrazado de sacerdote. «No es disfraz, soy sacerdote», espetó a los presentes al tiempo que les daba su tarjeta para que fueran a la parroquia a que les evangelizase. «Para mi ha muerto un padre espiritual», concluye Vicich. Se la entiende.
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