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25 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Pompeyo

Es conveniente recomendar a Irene Montero que no redacte una ley para revisar las penas de los delitos inmersos en el terrorismo

Actualizada 01:30

Pompeyo es un personaje de película. De película que termina bien, porque ha sido detenido, ha declarado ante el juez, y su señoría le ha mandado a la trena. Tengo que reconocer que, en un principio, no le concedí importancia alguna a los sobres con explosivos que envió, entre otros, al presidente del Gobierno a La Moncloa. Creí que se trataba de una
broma de mal gusto, como la farsa de la bala que recibió Stalincito en su domicilio probablemente enviada por el propio Stalincito. Prueba de ello es que nadie se acuerda ya de la bala y del falso susto que con tan escasa maestría interpretó el chico de Vallecas. Nada se parece aquello a lo de Pompeyo, un jubilado comunista, nostálgico de la Unión Soviética y entusiasta partidario de la invasión brutal y sangrienta de Ucrania por parte de la Rusia pre imperial de Putin. Pompeyo González tenía a buen recaudo en su dulce hogar, un dron con un dispositivo para lanzar artefactos más potentes, y toda suerte de explosivos, tornillos y demás objetos destinados a convertirlos en metralla. Es decir, que Pompeyo González, si no se demuestra lo contrario, es un bicho digno a tener en cuenta. Una de mis tías bisabuelas tenía unos hablares tan elegantes que intercalaba una «t» entre la «i» y la «c», y pronunciaba «bitcho». – Hay que despedir a Saturnino, el «tchófer» porque además de un «bitcho» no tiene ni idea de «cotches». Pero no lo hizo. Saturnino se jubiló de «tchófer» de mi tía bisabuela porque le producían honda pena la mujer de Saturnino y sus «tchicos».
Ignoro el porqué de la indiscreta e innecesaria referencia en el presente texto a mi tía bisabuela. Mis lectores sabrán perdonarme.
Pólvora y clorato potásico le fue intervenido por la Policía. Según su declaración ante el juez adquirió sus conocimientos químicos para fabricar armas explosivas en Internet, y posteriormente, con la asignatura bien aprendida, los compró en Amazon. Se me antoja un tanto extraño que en Amazon atiendan pedidos y solicitudes tan sospechosas como inexplicables, pero así está el patio. Cuando finalice este artículo procederé a pedir a los de Amazon una ametralladora de segunda mano con el fin de defenderme de una invasión de topos que se han apoderado de mi jardín. Entiendo que esa petición no sea del agrado de los animalistas, pero mi paciencia ha sobrepasado el límite de la resignación. Si a Pompeyo González le sirvieron su pedido, espero que el mío lo admitan con parecida celeridad e indulgencia.
Lo cierto es que Pompeyo González, como poco, está como una chota. Autoproclamarse soldado de la URSS cuando la URSS ya no existe, y colaborar desde Miranda de Ebro con el Ejército invasor ruso, merecería toda suerte de comentarios jocosos si los juguetes a su disposición no hubieran sido tan peligrosos. He pasado por Miranda de Ebro en coche y en tren en centenares de ocasiones, desconociendo que allí habitaba Pompeyo González. De haberlo sabido, habría invertido más tiempo dando un rodeo por una carretera secundaria, y de viajar en tren, exigido a los máximos responsables de la Renfe y el Talgo de tener en cuenta y consideración la proximidad del domicilio de Pompeyo González de la estación, que para colmo, es nudo ferroviario de los trenes que pululan por el norte.
Es conveniente recomendar a Irene Montero que no redacte una ley para revisar las penas de los delitos inmersos en el terrorismo. Porque la libertad de Pompeyo puede causarnos más que un susto. Los soldados comunistas de la URSS no descansan. Y de Amazon, ya hablaremos. Y de los topos.
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