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03 de mayo de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Defensa de la Monarquía

Hoy es la garantía de la supervivencia de la nación y la libertad

Actualizada 01:30

Entiendo y respeto la actitud de los monárquicos que lo son de manera absoluta e incondicional, sean las que sean las circunstancias de una nación, pero no es esa la mía. La Monarquía ha de estar al servicio de la nación, y no al revés. Por eso, por encima de la Corona hay unas cuantas cosas y, entre ellas, la nación y la justicia.
Los fundadores del pensamiento político occidental buscaron la determinación del régimen ideal. Los dos textos fundacionales son El Político de Platón y la Política de Aristóteles. En general, optaron por un régimen mixto que aunara principios propios de dos regímenes distintos: la aristocracia y la democracia. La República clásica romana constituye un buen ejemplo. Hay que recordar que la denominación del Estado romano era «el Senado y el pueblo romanos»: la unión de los mejores y el pueblo. Ciertamente acabó mal, pero no peor que los otros regímenes, y bajo él vivió Roma sus mejores y efímeros años de concordia y libertad.
La Monarquía fue el régimen preferible para santo Tomás de Aquino, y su corrupción, la tiranía, el peor. En realidad, el mejor régimen es el que favorece la justicia y la paz, y puede variar de una sociedades y épocas a otras.
La Monarquía tiene sus ventajas. Entre ellas, su condición de poder moderador y suprapartidista, la expresión de la continuidad de una nación y, unida a la democracia, su contribución al bienestar de las naciones. En nuestro tiempo existen repúblicas admirables, pero la comparación entre el Reino Unido y los países escandinavos, por un lado, y, pongamos, Cuba y Venezuela, por otro, es imposible. Entre nosotros, existen casos como el de Fernando VII, pero las dos experiencias republicanas fueron también deplorables.
Vayamos al presente. Hoy es casi obligado defender la Monarquía a modo de tabla de salvación ante la posibilidad de la tiranía. Si arrecian los ataques a ella, la «monarcofobia», entre los enemigos de la democracia y la libertad, es porque ella constituye un baluarte para defenderlas. Porque una cosa es la preferencia de la República sobre la Monarquía y otra el odio hacia esta última. Es cierto que, durante el reinado de Juan Carlos I, la conducta del Monarca estuvo en muchos casos lejos de ser ejemplar, pero el balance de la historia será favorable, aunque no incondicionalmente. Por lo demás, nadie ha pedido la eliminación de un partido por los casos de corrupción exhibidos. Al menos de momento, el reinado de Felipe VI es ejemplar en su defensa de la unidad de España, la Constitución y el bien común. Ejemplar fue también su actitud ante el golpe de Estado fallido perpetrado por el separatismo catalán en 2017.
Y ahora que el PSOE propone un mediador internacional para el seguimiento de los abyectos acuerdos con el separatismo catalán, y el PP propone otro para supervisar las conversaciones para la renovación de los miembros del Consejo General del Poder Judicial, es pertinente dirigir la mirada hacia el artículo 56.1 de la Constitución que establece que la Corona «arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones». Cuarenta y cinco años no es edad para tutelas. La democracia no puede ser tutelada. O lo es o no lo es. La Monarquía tiene más legitimidad democrática que el Gobierno actual.
La causa de que arrecien los ataques a la Corona es que sus promotores saben que los dos obstáculos principales que se oponen a sus designios despóticos son ella y los jueces. Y a por ellos van. En otro tiempo, la institución llegó a ser un obstáculo para la nación y sus libertades y eso condujo a muchos liberales y conservadores a abandonarla. Hoy, por el contrario, es la garantía de la supervivencia de la nación y la libertad. Por eso hoy la Monarquía debe ser defendida.
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